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MARTES DE CENIZA

RADIO

RADIO

En mi casa habita un artilugio indispensable que se pone en funcionamiento cada mañana antes que la calefacción, la cafetera o el sonido gutural de mi voz despertando a mi hijo.  La radio.  Un transistor negro, portátil, que se pasea por la casa aunque fundamentalmente reine en cualquier rincón de la cocina.  Es un aterrizaje mañanero en cadena, primero ella nos recuerda que estamos vivos, que hoy es hoy de esta manera, y después va sucediéndose todo lo demás.

Es una herencia genética de las mujeres de mi familia.  Mi abuela, que no tuvo ni quiso tener televisión, realizaba las tareas domésticas con el transistor en el bolsillo del delantal, mi madre en el de la bata de felpa rosa, aún hoy, saca a pasear a su perra con la radio retransmitiendo el presente desde el abrigo, y para mí supone la primera voz que me da los buenos días aunque no lo sean, algo cotidiano, tan confortable como cualquiera de los hábitos que nos identifican.

Los auriculares la pervierten, no es lo mismo, por eso no me llevo la radio a la calle, tiene que ser escuchada en el espacio y ambiente adecuados, y compartida acaso con quien pueda comprenderla.

No llegué a la época del brasero, aunque pueda recrearla perfectamente y hasta sentir su calor, pero sí he vivido el salón con la estufa de butano, la matriarca cosiendo en silencio y de fondo la radionovela de moda, la que se comentaba en todas partes, cuyos personajes nos brindaban generosa y directamente sus miserias y sus grandezas en la voz de actrices fabulosas, como Juana Ginzo, que conseguían involucrarnos en cada historia.

Para mí la radio ha sido compañía y vida necesaria, no sé explicar con exactitud por qué me resulta así, veraz y mágica, importante, pero lo cierto es que podría prescindir de la televisión como de tantas otras cosas antes que de mi transistor, que tiene mi huella y me conoce en diversidad de circunstancias, demostrándome que siempre amanece.

Este año se cumple el 90 aniversario del nacimiento de la radio en España, en 1923 Radio Ibérica comenzaba a hacer historia ofreciendo, de forma experimental, actuaciones en directo de grupos folclóricos.  Radio Barcelona obtuvo la primera concesión legal para utilizar las ondas hertzianas, después proliferaron emisoras y bloques de programación, llegó la Guerra Civil, la mordaza de la censura, en los años grises de la posguerra Vázquez Montalbán dijo de la radio que suponía un antídoto contra el dolor y la pena.

Fue después cuando conocí en la cadena SER de Zaragoza un programa que presentaba el panorama musical de finales de los 80, se llamaba Sangre Española y en él se pinchaban los éxitos de Los Mestizos, Esclarecidos, El regalo de Silvia, etc, entonces no me comprendía ni yo misma, pero la radio seguía ahí, incondicional e imperturbable.

Luego me enamoré de Iñaki Gabilondo, pero esa ya es otra historia, hoy la radio sigue siendo la primera, la primera en llegar, la primera en marcar gol, la primera en sorprendernos mientras rebozamos pescado, la que nos cuenta el frio que hace y el que vendrá... la primera en sacudirnos cada día para que seamos algo más que testigos de un estado del bienestar que se desmorona.

Detrás de cada paso, de cada noche y de cada historia, detrás de la alegría y de la amargura, a pesar del dolor y de la ausencia... nos espera la radio. 

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