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MARTES DE CENIZA

"DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA"

"DISTINTAS FORMAS DE MIRAR EL AGUA"

"En torno a las cenizas del abuelo, que van a reposar para siempre bajo el agua, dieciséis personas reconstruyen la historia de su familia a la vez que las suyas propias. Desde la abuela a la nieta más pequeña, desde el recuerdo de la aldea en la que los mayores nacieron y se criaron antes de verse obligados a abandonarla ante su destrucción inminente a las historias y sentimientos de los más jóvenes, el relato discurre como un flujo sucesivo de conciencia, como un caleidoscopio existencial y poliédrico al que la superficie del agua sirve de espejo. Distintas formas de mirar el agua es una novela sobre el destierro, sobre el paso del tiempo y la memoria, sobre el sentimiento de vinculación a la naturaleza, sobre la impronta que el ámbito rural y natural deja en el corazón de aquellos que alguna vez lo habitaron."

Leyendo el último libro de Julio Llamazares (Vegamián (León), 1955) una evoca el escalofrío aquel de "La lluvia amarilla" (1990), inevitablemente. Será porque los epicentros de sus historias son comunes en lo que a sensibilidad se refiere, una emoción única y evocadora, sobre el paso del tiempo, la soledad y el tejido del que estamos hechos. Con "Distintas formas de mirar el agua" se te agarra la congoja a la boca del estómago, porque el autor describe como nadie el exilio, el éxodo, lo que supone abandonarlo todo para sobrevivir en otro lugar siempre inhóspito.  

Es tan hermosa y a la vez tan triste esta historia que la mezcla impacta.

Un pueblo anegado por un pantano (historia real en la vida del autor, cuyo territorio raíz desapareció bajo las aguas del embalse del Porma) es el desencandenante de una trama protagonizada por varias generaciones que regresan al punto de partida para depositar las cenizas del abuelo en el lugar donde siempre quiso estar.

No es lo mismo ser de un lugar que de otro.

No es lo mismo marcharte que que te echen.

Matices que perfilan una vida entera.

Llamazares, hábil en la sencillez narrativa y en la descripción limpia, exacta, dice que "Las novelas son tumores emocionales que se van formando en la conciencia y en algún momento estallan", como le ha ocurrido a él escribiendo esta última novela, ejercicio en el que ha invertido un año, más veinte anteriores en "rumiarla", desde que fue capaz de volver a las ruinas que quedaban de su propio pueblo, una vez vaciado el pantano. Manifiesta que este es el libro de su vida, que con él vuelve a casa, y no es de extrañar porque con la lectura de las primeras frases surge ese poder único de la buena literatura que consiste en ser otros, en vivir las vidas de otros y otras... es cuando se comprende todo, cuando estás allí y puedes llegar a ver el reflejo del agua.

El autor leonés consigue dar voz a una parte silenciada de nuestra historia, la de los habitantes de numerosos pueblos que en su momento y debido a políticas específicas de reconstrucción geográfica se vieron expulsados de su hábitat y entorno natural para comenzar de cero, prisioneros de la melancolía.

 El verso de Ángel Fierro que encabeza el libro resume su esencia: "Gasté mi vida en el trabajo de volver"

Casi siempre es demasiado tarde, pero necesario.

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