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MARTES DE CENIZA

SIEMPRE ALBERTI

SIEMPRE ALBERTI

El verano y yo somos enemigos íntimos.  Tiene un aire de superioridad, un halo fraudulento de que todo es posible que me enerva. Por no tocar su eternidad, esa extensión que no alcanza final y siembra de paréntesis las esquinas.  Sopla sobre la vida tratando de restarle significado.

Así ocurre con la literatura. A lo peor es que existe literatura de verano y de invierno (hasta de entretiempo), cómo nos da por clasificarlo todo... el caso es que, en eso sí voy a darle su valor, el verano es una estación propicia para la lectura, te la sirve en bandeja, y con esa promesa de contar con todo el tiempo que antes no has tenido augura intensidad.

Comenzó Mayo con trampolín de altura olímpica, el último libro de Luis García Montero: "Palabras rotas", tratando de reivindicar el valor de los lugares públicos y privados que nos dan sentido como colectividad, aquellas palabras que de tan manidas se perdieron.  Y yo me perdí tratando de encontrar la esencia del director del Instituto Cervantes, esa prosa lírica emocionante y ciudadana que sin duda estaba, por momentos, aunque sumergida en cultismos y en una aureola casi épica que por poco logran, y no me gustaría jamás volver a pasar por ello, que no termine, precisamente yo, un libro de García Montero.

Cuando me empeño en apostar a caballo ganador deberían chirriarme los dientes en señal de preaviso, a ver si así me doy por enterada. Patricio Pron había ganado el Alfagura de Novela con "Mañana tendremos otros nombres". Intuía desde el principio que a Pron no "le pegan" algunos premios... pero el calor sofocante nubla el entendimiento y me sumergí de cabeza en una novela tediosa y plana, más de lo mismo de lo que nunca se termina, desamores tristes en sujetos inacabados de clase media-alta, prototipos, una narración que en nada se asemeja a apuestas anteriores del autor como "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia" (2011). Esta vez no me inmolé, no fui capaz de terminarla.

Miré a mi alrededor. Los chalecos salvavidas suelen estar al alcance. Llevan aparejada una tabla que siempre flota.  Recordé que algunos clásicos se llaman así porque no defraudan nunca, son perennes. 

Crecí maravillada con la Generación del 27, con sus trayectorias literarias y amistosas, con la Residencia de Estudiantes y la mala suerte de toparse con la maldita Guerra Civil.  Recuerdo presenciar en tiempo y forma, testigo privilegiada, la llegada de Alberti a España bajando las escaleras de aquel avión, demasiado tarde quizás, pero la justicia reparatoria no es perfecta. Cómo recuerdo todo lo que él y Mª Teresa León me han enseñado sobre el exilio, la poesía, el teatro y la vida.

Guardo como canela en rama, azafrán en paño o trenza cortada, un "Retrato de Rafael Alberti" publicado por Galaxia Gutenberg y escrito por Mª Asunción Mateo poco antes del fallecimiento del "poeta en la calle" (cómo a él le gustaba definirse). Un Alberti anciano que jamás demostró serlo desgrana ante la periodista que se convertiría en su viuda, aspectos inéditos, pequeños, desapercibidos, de su extensa trayectoria. La espectacular galería de imágenes en blanco y negro que acompañan al libro, el testimonio de personajes que acompañaron a Alberti (Nuría Espert, Terenci Moix, Dámaso Alonso, Pablo Neruda....) convierten esta obra en una joya completa y en un equipaje imprescindible para quienes la literatura, de eso no me he olvidado, nos salvó la vida.

Entre las páginas conservo una factura del Círculo de Lectores por importe de dos mil quinientas sesenta y ocho pesetas de 1996 y una entrevista que reproduce Heraldo de Aragón tres años después a  Mª Asunción Mateo, un mes después del fallecimiento del escritor gaditano... curiosidades que palpitan en las estanterías cuando todo pasa por algo.  Se guarda mucho de lo que se guarda para ser recuperado en un momento clave.

Mi kit de supervivencia me ha salvado de la melancolía veraniega, del desencanto de los best-sellers refritos todos con los mismo aceites que se venden como churros.

Alberti nació demasiado pronto, pero aquel fue su tiempo, su capacidad inabordable para comprender y transmitir todas las cosas... para ser libre, a pesar de todo.

Lo que escribió cuando conoció a Mª Teresa León en 1930 me sirve para describir mi etapa antes de reencontrarlo: "Cuando tú apareciste/ penaba yo en la entraña más profunda/ de una cueva sin aire y sin salida".

Siempre vive Rafael Alberti.

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