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MARTES DE CENIZA

"TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN"

"TENEMOS QUE HABLAR DE KEVIN"

Kevin es una bomba de relojería.

La novela que cuenta su historia, escrita por la estadounidense Lionel Shriver en 2003 y llevada al cine ocho años después, también.

Se lee con cristales en la garganta.

Cuesta masticarla. Y tragar. No porque la estructura literaria resulte difícil, sino porque el argumento supone una cuenta atrás hacia el dolor, el miedo y la desesperación.  Con ellos también convivimos.  Hay que identificarlos.

"Tenemos que hablar de Kevin" es una bofetada en la boca de la maternidad.  Eva y Franklin son una pareja de éxito profesional y económico, se aman, se conocen, se eligen.  Pero han llegado a la cima, y consideran que la figurita que corona la tarta ha de ser un hijo que colme sus expectativas.  Expectativas.  Ese es uno de los principales problemas.  Los cuentos que debería leer, los museos que visitará, los deportes que practicará, los valores que desarrollará... Todo esto dentro de una sociedad, la norteamericana, que también recibe otro guantazo en su impecable imagen, sobre todo en el ámbito del uso de armas, la ley penal de los menores y los modelos de aprendizaje en la escuela.

Cuidado con lo que deseas porque podría cumplirse.  Este podría ser el resumen de la primera parte de la novela, extensa, pero absolutamente cautivadora si nos enteresa el tejido humano, qué fibras nos componen, qué nos hace distintos.  

A modo epistolar, Eva le cuenta a su marido todo lo que la vida diaria deja al margen, apresuradamente detrás de la puerta.  Todos los detalles que construyeron su familia, desde antes de quedarse embarazada (impecable la descripción de las sensaciones, los pálpitos, las intuiciones) hasta el fatídico día de abril en el que Kevin comete una masacre en su instituto.

Mirar hacia otro lado, pretender que las cosas cambien por el mero hecho de desearlo, es otro matiz importante dentro de la novela.  Franklin no quiere reconocer las señales cuando Eva, inevitablemente, asume los diagnósticos.  Esa quiebra entre los dos será también raíz, y plataforma de lanzamiento.

Luego está Celia, la segunda hija del matrimonio, alguien que no tiene nada que ver con Kevin y que llega a este mundo para compensar, con el encargo firme de cambiar las cosas, aunque ella ni sepa ni pueda hacerlo.  

Así son en muchas ocasiones los modelos familiares, un enigma, un laboratorio, un empeño en moldear el acero.

"Tenemos que hablar de Kevin" es mucho más que tratar la creación de un vínculo y sus consecuencias, tiene poca relación con las moralejas, las culpas y/o los hemisferios del bien y del mal. Es un análisis sobre las necesidades, sobre la maternidad y la paternidad, cuya lectura debería ser de obligado cumplimiento en las clases de las escuelas de padres a las que no acudimos.  Porque siempre tenemos intención de hacerlo bien, de la mejor forma posible, aunque sólo la intención no baste.

Bien escrito, abierto a múltiples factores que no descuidan ningún detalle, cíclico, con un final insospechado... y tremendo.  Porque cualquier situación es susceptible de empeorar.

Pedagógico, culto, mordiente, muy alejado de lo que necesitamos leer cuando sólo pretendemos distracción, pero, paradójicamente, cercano, muy cercano, al amor incondicional.

A tener en cuenta.

 

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