HUELLAS EN EL AGUA
“Aquel tiempo pasó, o tú pasaste, agitando una estela temporal ilusoria...” (“El Poeta”-Luis Cernuda)
Eran las siete de la mañana hora española. Cuando sonó el teléfono ya sabía que era su desesperación quien me llamaba, sin importarle que fuese domingo y sin contar con mi terrible resaca, dado que la noche anterior habíamos celebrado la despedida de soltera de Marian. Estuve a punto de no cogerlo, pero me asustó su capacidad para insistir y además yo le había dicho en el aeropuerto que podía llamarme a cualquier hora, así que decidí proceder como hermana consecuente.
-¿Sí?- acerté a decir con voz cavernosa negándome a levantar los párpados.
Oí el llanto bajo de una secuestrada a quien le prohíben gritar, no lograba articular palabra, sólo aquel lloro gatuno y estremecedor.
-¿Quién es?, Amaya, ¿eres tú?
-No puedo más Lucía... esta vez sí que ya no puedo más... –hablaba a trompicones, obligándose a encontrar las palabras mojadas- he viajado hasta aquí para nada, he tenido que recorrerme el mundo para que se atreva a decirme a la cara que no me quiere, ¿te lo puedes creer?, que no me quiere ... Hace menos de un año que ha tenido una hija conmigo y no me quiere, maldito hijo de puta...
Según iba hablando se envalentonaba elevando la voz.
-Lo tiene claro si cree que se lo voy a poner fácil, ya puede esconderse en el último rincón del planeta que pienso encontrarlo...
Moqueaba y pude imaginar en la distancia sus ojos verdes enrojecidos y desbordados.
La mañana se colaba sin tregua en mi habitación, al sentarme en la cama comprobé que ni siquiera me había quitado la ropa.
-Amaya, escucha, vente ya y mándalo a la mierda, qué más necesitas para darte cuenta del tipo de personaje que es, vuelve y empieza de cero con Elisa...
Mientras lo preparaba todo para ducharme fui consciente de que nada de lo que pudiera decirle causaría el efecto deseado. Mi hermana estaba empeñando su vida para que la amase, por imperativo legal, el hombre equivocado. Y aunque conocía a la perfección el resultado de ese binomio jamás quiso sostenerle la mirada.
-No es eso precisamente lo que necesito escuchar Lucía...- se le habían agotado las lágrimas y me respondía despechada y tajante- busco ánimos para apretarle las tuercas, debe responsabilizarse de su hija, no sé si te das cuenta...
Abrí el grifo con rabia salpicando de agua el suelo, no sólo me había despertado precipitándome el domingo, sino que iba a dictarme lo que quería escuchar ... pero estaba lejos, y podía rebelarme, al menos podía rebelarme...
-¿Y cómo vas a obligarle?
Era otra la mujer que se había puesto al teléfono, altiva, con voz de látigo, como si se tratase de una vieja institutriz y yo la alumna que comete todas las faltas.
-Desde luego tú no puedes entender nada porque no tienes hijos... yo no me voy de aquí con las manos vacías, ya lo puedes tener claro.
Y colgó sin despedirse. Un corte seco, que me dejó varada y desnuda sobre la alfombrilla del baño, mirando el teléfono y tratando de buscar a través de él una respuesta coherente al caos emocional de mi hermana.
La ducha me reconcilió con el día por delante, ayudándome a situar las cosas y a encontrarles nombre.
Amaya estaba en Buenos Aires repitiendo lo que venía haciendo durante los últimos tres años, buscar a Jorge, perseguir a Jorge, encontrar a Jorge, pelear con Jorge, dejar a Jorge, reconciliarse con Jorge, jugar al gato y al ratón con Jorge, al fin y al cabo depender de Jorge. Y en medio de toda esta chanza de callejones sin salida y círculos concéntricos nació Elisa, clavadita a su padre y recordándoselo todos los días, convirtiéndose de repente en la excusa perfecta para tratar de exigirle una responsabilidad que no viene impregnada en el ADN, que no se compra en los estancos, ni subtitula las películas, ni la sirven en el puente aéreo.
A Amaya nadie nunca, y menos aún cualquiera de sus ligues o novietes anteriores la había plantado, ninguno se lo había puesto difícil y por ninguno había perdido los papeles. Pero supongo que nadie está libre de pecado y puede llegar un momento en el que todo se descontrole, porque bajas la guardia, porque crees que dominas o por lo que sea, el caso es que cuando quieres darte cuenta hasta la dignidad está haciendo las maletas.
Yo asumo mi condición de aburrida al admitir que me gustan los hombres sencillos, si es que los hay, esos que se olvidan de abrirte paso a la entrada de los restaurantes y de llevarte el peso de la compra, pero a los que les gusta comer palomitas en el cine y darte una palmada en el culo si les apetece, puntuales y organizados, que saben siempre lo que deben regalarte y hacen el amor sin contratiempos ni florituras, porque la vida es mucho más que una noche loca, que una hora loca, y no transcurre entre los labios de nadie.
Cuando nació Elisa casi llego a creer en los cambios extraordinarios.
Jorge estuvo con ellas los tres días de hospital, saliendo de la habitación sólo para pasar por casa, cambiarse de ropa y recoger algunas cosas. Se instalaron los tres en el ático de él, tenía una terraza que parecía un invernadero gigante desde la que se divisaba toda la ciudad. Los primeros meses parecieron funcionar como una familia dispuesta a serlo, los domingos acudían a comer paella a casa de mis padres, Amaya mostraba una expresión relajada y satisfecha, acunando a esa niña modelo que se quedaba dormida agarrada a la tetina del biberón y no se despertaba hasta la toma siguiente. Jorge parecía abducido, leía el periódico, comentaba los programas de televisión y si había que cambiar los pañales de su hija se prestaba voluntario para hacerlo. Cuando nos juntábamos en la cocina mi madre, mi hermana y yo, Amaya comentaba satisfecha que Elisa había logrado la transformación: “Desde que nació la pequeña es otro, la paternidad lo ha cambiado...” Hasta que de buenas a primeras, antes de que Elisa cumpliera seis meses Jorge desapareció marchándose un fin de semana fuera porque necesitaba respirar y llegado el lunes no volvió. Ni contestó al teléfono, ni era cierto que estuviese en el destino señalado.
Había dejado pagados por adelantado dos meses más de alquiler, pero al día siguiente Amaya y Elisa se metieron en casa de mis padres. Mi hermana ni comía ni dormía, encadenó una baja tras otra en el trabajo de toda la vida hasta que cesó apañando un despido con sus jefes. Rastreó las huellas de Jorge como un sabueso desesperado, pero él lo había dispuesto todo concienzudamente y no pudo encontrar ninguna pista fiable.
Hasta que el propio Jorge llamó por teléfono, quizás pensando que había transcurrido tiempo suficiente como para que Amaya hubiese aterrizado. Qué iluso. No estaban casados, pero le había dado sus apellidos a la niña y quería verla, pasar un tiempo con ella ... Mi hermana sostenía el auricular pálida, ojerosa y estremecida, pero le salía un asombroso control en la voz, propio de la actriz con más años de espectáculo a cuestas, asentía, corroboraba las palabras de él, entendía su decisión... el caso es que consiguió que le enviase los billetes de avión para ir a visitarlo, “verás lo guapa que está, ya tiene cinco dientes..., claro, es que en mes y medio cumple el añito...” Cuando colgó sólo pudo vomitar, y al salir del baño nos dijo: “Ya veréis como me lo traigo, este viaje va a ser decisivo”.
Elisa se quedó con mis padres y ella viajó con las garras de la encerrona sobre los hombros , guapísima, impecable, ropa nueva, peinado nuevo, toda la artillería pesada, pero con una inevitable sombra de desolación envolviendo los gestos de sus manos temblorosas.
Se estaba volviendo loca, pero no era tonta.
Las horas transcurridas sobre la llamada de esta mañana me hacen sentirme mal, pienso en lo desesperada y sola que debe encontrarse, “¿Que te cuesta darle la razón?”, suele preguntarme mi madre, me cuesta que no quiero tratarla como a una tarada, me cuesta mi sobrina y el amor propio que a mi hermana no le queda, que no quiero participar de sus embustes ni darle el último empujón, ni estar esperando siempre su derrumbe.
Pero me duele su lejanía, me da más pena aún imaginármela con sus tacones y sus maletas de ruedas yendo al encuentro de un Jorge que sólo aguarda a su niña, al que sólo le interesa su niña por unos días y hasta el próximo ataque de nostalgia o remordimiento, y la ve a ella, la mujer de la que ha huído y que significa todo lo que él no quiere, y la abofetearía allí mismo, en mitad del aeropuerto, pero no le queda otra que poner cara de póker, parecer civilizado y darle la oportunidad de que se explique.
No sé que va a decirle ella, pero por lo que contaba esta mañana él lo tiene bien claro.
Supongo que cuando le presentas a alguien el desamor llega el THE END de la película.
Cualquier segunda parte será una bazofia.
Me estaba calentando una sopa de sobre sin parar de darle vueltas a todo este asunto cuando ha llamado mi madre, pensé que habría hablado con Amaya y que íbamos a empezar a preparar, una vez más, la convalecencia, pero por el contrario su voz sonaba eufórica:
-“¿Sabes que vuelve tu hermana dentro de tres días? Acabo de hablar con ella, vuelven juntos Lucía, yo creo que esta vez va en serio...”
Ni siquiera le comenté mi conversación con Amaya. ¿Era posible que mi madre se hubiese contagiado de las paranoias de su hija mayor? ¿O simplemente quería CREER con todas sus fuerzas?. La Fe no mueve montañas madre. El amor no lo puede todo, no puede abrir en canal la cabeza del otro y meterle un archivo de emociones escogidas.
El caso es que fui a buscarles y me encontré de nuevo con la Amaya exultante, más redondita la cara, los brazos llenos de bolsas con regalos, y el Jorge abducido que me preguntaba por mi vida como si tal cosa. La niña lloró cuando su padre la cogió en brazos, y miró a su madre detenidamente, tratando de adivinarla, preguntándose dios sabe qué.
Alquilaron otro ático, este incluso con piscina, ese hombre tenía predilección por las alturas. Mantuvieron una relación bastante estable hasta que Elisa comenzó el colegio y fueron popularmente conocidas, pues no se escondía, las aventuras de Jorge con otras mujeres, especialmente una tal Judith con la que Amaya no dudó en entrevistarse. Me pidió que fuese a recogerla a un centro de salud donde la estaban atendiendo de varios y profundos arañazos en la cara. “No quieras saber como ha quedado ella” fue todo lo que logré sonsacarle.
Comenzaba un otoño de días frágiles y cortos cuando Jorge se marchó definitivamente llevándose a Elisa. Siempre pensé que podría ocurrir, pero sólo me atreví a imaginarlo, porque decirlo en voz alta podía provocar un cielo bajo de nubarrones panzudos, y callarme equivalía a nada tangible, un disparate más en medio de tanta realidad ficticia.
Nos la arrebató. No era un juego. Ni un chantaje. Se llevaba lo único que quería.
Después sólo denuncias, embajadas, promesas firmadas que duermen sobre escritorios de funcionarios, cartas, pesquisas, huellas en el agua ... Nada.
Mi hermana se consumió hace tiempo y sólo la mantienen medianamente activa los fármacos. Mi madre la obliga a levantarse cada mañana, le planifica el día, le cepilla el pelo.
Mi padre, siempre tan reacio a exteriorizar sentimientos, fue el primero en suplicar el regreso de su nieta en televisión, radio y prensa.
Yo sé que no volverán, hay que vivir deseando que la niña esté bien y que algún día, en caso de conocer su historia, quiera encontrarnos.
Ya va a cumplir siete años. Guardo en un armario todos los regalos que no he podido darle.
Amaya conserva el vestido que se compró para su primera cita con Jorge.
Cada vez que llega ese aniversario vuelve a ponérselo y permanece un rato largo asomada a la terraza, esperando que él vuelva a buscarla.
5 comentarios
Nora Basida -
Grego -
Luis Monlora -
Shey -
Carmen Frías -
Un abrazo.