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MARTES DE CENIZA

UNA DOCENA DE EXPECTATIVAS

UNA DOCENA DE EXPECTATIVAS

La mayoría de las veces la vida transforma los deseos. Es decir, se empeña en hacerlos realidad con unas dimensiones inimaginables. De ahí eso de "cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir". La vida es una experta, una sabihonda, una listilla que cuando tu vas, ella ha vuelto mil veces. Cuando deseamos no proyectamos a largo plazo, queremos lo que queremos en el momento que lo queremos. Somos inmediatos, ansiosos. Y previsibles. Por eso la vida, convertida en genio de la lámpara, nos otorga a veces lo que esperábamos, con cientos de instrucciones escritas en una letra pequeña y en un idioma indescifrable que rápidamente desechamos, menospreciando la segunda parte de lo ideal.

Los deseos y las expectativas comparten ADN, ellas son la planificación metodológica, la consecución, los pasos que ellos deben seguir como Pulgarcito a sus miguitas de pan. Tienen un elevado nivel de perfección. Y fecha de caducidad.

Las expectativas de una madre incluyen toda la normativa del vínculo único y especial, pretende además un bebé rollizo y hermoso, sonrosado, que coma bien, duerma mejor y deje dormir. Sacarlo a pasear con el embozo de sus sabanitas primorosamente planchado, sentarse en una terraza al sol mientras la criatura reposa y leer el periódico, mantenerse informada, bien teñida, apacible, con tiempo para estudiar, cocinar o ir de tiendas si se tercia.

Las expectativas no avisan de los tiempos, de los plazos, de que los recién nacidos son seres humanos aterrizados en un mundo hostil, y sobre todo silencian que ningún dia es igual al siguiente, que cada día puede ser una aventura diferente, insospechada, difícil.

Como madre asistencialista me declaro desastrosa, especialmente en la etapa bebé, no supe seguir un orden secuencial, no lo tuve, mi bebé lloraba durante horas y yo acumulaba un insomnio que provocaba "cómicas" situaciones como salir a la calle calzada con un zapato de cada clase. O dejar el carrito con bebé dentro en el rellano mientras yo me arreglaba en un tiempo récord, porque al atravesar la puerta de casa (un minipiso de cincuenta y pocos metros) un extraño efecto sideral conseguía silenciar su llanto.

Siempre me he llevado mejor con la gente que habla. Daniel fue creciendo y en ello sigue. Hoy cumple doce años, día doce, dosmil doce. La adolescencia es como un empacho de conchas de merengue. Una montaña rusa. Un dejar de ser niño por imperativo legal de las hormonas. Y claro, uno se revoluciona. En realidad deberíamos vivir en constante revolución. El caso es que mis expectativas con Daniel no sólo se han cumplido, sino que se han visto tan superadas que han traspasado fronteras y límites. A su lado he comprendido mucho más, y a veces hasta mejor. He vuelto a aprender y a amar, de otra forma. He entendido esa maravilla de García Montero "los hijos son el segundo país donde nacemos" y he agradecido, cómo no, el regalo, la oportunidad del tiempo compartido, la convivencia con alguien que tiene algo de tí pero no es cómo tú. Ni debe serlo.

Ha sido la única vez en mi vida que las expectativas han saltado la banca superándose a sí mismas. Era la mejor ocasión que tenían para hacerlo.

2 comentarios

cadenadeochos.blogspot.com -

Solo se puede tener un hijo como el tuyo con unos padres como los suyos. Nunca me cansaré de darte la enhorabuena por la persona que habeis creado.

nK -

Muchas Felicidades a los dos... por ser-os, por estar-os, por permanecer-os, por continuar-os. A seguir creciendo, construyendo, caminando juntos.