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MARTES DE CENIZA

"AMBIGÚ"

"AMBIGÚ"

 

Digamos sí a todo lo que fuimos”

( “El fuego de la noche” Ángel Guinda)

 

 Aunque María Virto parezca nombre de actriz Mejicana ella había nacido en un pequeño pueblo de La Mancha, seco y frío, donde todos los niños mostraban cicatrices de pedradas y sus madres canturreaban camino del lavadero, con el destino escrito en las palmas ajadas de sus manos y bajo el nudo del pañuelo.

Le gustaba recordar su pueblo tanto como la comida sin sal o el agua del grifo.

Nada.

Cerraba los ojos ante cualquier alusión, necesitando eliminar esas imágenes raudas y nítidas que componen el recuerdo.

María Virto había vivido tantas vidas que en una sola no cabía toda su historia, la cronología de los años no le hacía justicia, ni se correspondía con el orden lógico de las estaciones y los calendarios.

Era una mujer diferente en un contexto que la extrañaba, alguien siempre fuera de lugar, pero especial y extraordinaria al mismo tiempo, como un pájaro tropical entre los gorriones del parque.

Cuando sus padres, hartos de oírla decir que el pueblo se le quedaba pequeño y quería conocer mundo, otros idiomas, estaciones de tren, cafeterías donde las mujeres tomaban el té en un revuelo de faldas y sombreros, le pusieron las maletas en la puerta, jamás pensaron que no volverían a verla. Sus hermanos la miraban entre sorprendidos y asustados, Jonás, el pequeño, que nunca se cansaba de oir sus historias sobre viajes transoceánicos, barcos hundidos y tesoros por descubrir, fue el único que reparó en que la hazaña no se iba a quedar en escarmiento, porque la conocía, y sabía de lo que era capaz.

“Escríbeme”, le pidió gimoteando, limpiándose los mocos con la manga sucia de la camisa. María le revolvió el pelo con un fugaz asomo de nudo en la garganta, “Pórtate bien” le dijo.

Y se marchó.

Su padre auguró que al caer la noche regresaría cabizbaja, pero a pesar de que salió a buscarla, candil en mano, esa noche y las siguientes, ya no pudo dar con ella.

Los quince años de María habían organizado una huída en toda regla, propia de un concienzudo estratega, acompañada por el hijo de los boticarios, que andaba loco por la promesa de unos besos que nunca obtuvo, y que lo llevaron a seguirla hasta el apeadero del pueblo contiguo, sin atreverse ya a subir al tren correo con ella, que desde el escalón le dijo adiós con una mano fina y larga desbordada de alegría.

Tenía tan claro que nunca regresaría que no sintió miedo ni una sola vez, una fuerza incombustible la empujaba hacia delante, hacia delante, ahora es el momento; no cedió a los envites de la nostalgia, la nostalgia se parecía a claudicar, a mezclar las emociones con el alma y perder energía, y, sinceramente, no podía permitírselo.

Había bailado tanto a escondidas en cualquier rincón, hasta en el campanario de la iglesia, que tenía las piernas esbeltas y bien torneadas por el ejercicio, piernas de bailarina rematadas en aquellos zapatos que se abrochaban con una pequeña tira cruzando el pie y sonaban a promesa, y a claqué.

Falsificó tantas veces su fecha de nacimiento que llegó a creérsela, y a pensar delante del espejo que había hecho un pacto con el diablo para que el tiempo no la maltratase con alevosía.

Bailó en los cabarets y salas de fiestas (Cielo Azul, Candilejas, Topacio, Quinta Avenida, Olimpia, Estrómboli…) de todas las ciudades importantes, bajo uno de los seudónimos inventados durante las tediosas tardes de la infancia, cuando las tareas del hogar se multiplicaban sin fin. Pudo ver su nombre ficticio en letras de neón, aunque sin sentir ese vértigo emocionante que esperaba, quizás porque las luces enseguida se fundían, o porque no se reconocía entre las letras que la llamaban.

Supo defenderse sola, quitarse de encima imitadores de galán, galanes, enamorados unos pocos, casados la mayoría. Acostumbrarse a ser dueña de su intimidad la convirtió en centinela de guardia.

Pero hasta los más avezados guardianes sufren despistes, dan una cabezada y cuando despiertan el fuego ha atravesado la muralla.

Fuego puro fue su relación con Vicente Fresneda, aquel hombre con ínfulas de gobernador civil, soltero pero reconocido por sus múltiples amantes, aunque siempre le jurase que ella era la primera de todas, sin parangón.

A María no le gustaba verse acodada en la ventana del piso que él le puso, lejos de hostales y alquileres, esperándolo, o contando las horas en su camerino, ante la promesa de pasar a recogerla, que se rompía según los compromisos del momento, quedando plantada y desmaquillada frente a los espejos que nunca perdonan.

Pero qué otra cosa podía hacer si los brazos de ese hombre suponían estar sujeta a la tierra y por una vez en su vida, quedarse quieta, no escapar.

Le confesó que estaba embarazada una noche de gran luna y ventanas abiertas, todo en calma, sólo él fumando en pipa, sentado en la mecedora y sin perder su media sonrisa. Se puso junto a ella en la cama y le acarició las rodillas, sólo es un contratiempo, le dijo, yo me hago cargo, le dijo, además cómo podrías garantizarme que es mi hijo, también le dijo… era un tipo rápido que supo frenar el golpe que María quiso propinarle con el vaso que descansaba en la mesilla.

“Sé buena y no me la juegues”…cuando se despidió ya no sonreía.

De la noche a la mañana se quedó sin trabajo sabiendo que no se trataba de una casualidad, dejó el piso pero no devolvió ni uno sólo de los regalos que Vicente le había hecho, eran tiempos difíciles y podía necesitarlos.

Había ayudado a su madre en el parto de sus hermanos pequeños, así que supo lo que debía hacer, la niña nació sin demasiado esfuerzo una madrugada calurosa en la que se tiñeron de rojo las grandes baldosas blancas del cuarto de baño y el cuerpo elástico y hermoso de María se sintió quebrado y débil.

La envolvió en un chal suyo y la puso cuidadosamente dentro de un cesto, a las puertas del hospicio. Aunque se prometió no mirarla no pudo evitar rozarle con los dedos la carita tibia, y aquel gesto se le grabó para siempre en la memoria táctil del recuerdo. Además de la niña, dentro del cesto descansaban las joyas de los últimos años, que supuso darían para unos cuantos botes de leche y trajecitos, y una nota que simplemente contenía escrito el nombre de Sara, porque un nombre ya es tener algo, ya es poder entrar en la vida.

De allí se marchó a la estación, de nuevo tierra de por medio, volver a empezar no es del todo complicado si se guarda un mapa en el bolsillo, si se confía en la huída.

Ya era una experta en reconstrucciones, volvió a trabajar, a los tacones, a las escaleras, la pedrería y las plumas, ante un público que parecía formar parte del decorado de los locales, y que la trataban como si fuese un familiar, a veces con todo el afecto del mundo, otras con desgana.

Por los hombres se dejó querer sin más, supo no dar problemas, trató de oir sus promesas como quien escucha caer la lluvia en la ventana y sabe que pasará.

Cuando echó al último ya tenía los pies y el alma de una mujer que llega a casa, enciende una luz y bebe un tazón de sopa frente al televisor.

Cambió el escenario por el guardarropa de los teatros, desde su nueva atalaya comprobó que la vida es cíclica y varía poco, abrigos de lujo, trajes de fiesta, compañías prohibidas… más de lo mismo, direcciones contrarias.

Llegó a la residencia pletórica, tocaba el piano, volvía a revivir alguna de sus actuaciones, mientras el resto de internos la miraban embobados y aplaudían a rabiar ella lanzaba besos, o violetas de papel, como si se tratase de una artista invitada. Después se replegó, dentro de sus chaquetas y envuelta en sus chales se quedó al margen, volviendo a la realidad en algún instante preciso y concreto, puro formulismo.

Cuando aquella chica preguntó por ella estoy convencida de que María la reconoció al instante, supo descifrar, a pesar de que no la mirase a la cara, y se quedase, con la boca entreabierta, perdida a través de la ventana.

La mujer joven insistió, parecía tener un objetivo y querer cumplirlo, sacó papeles, documentos, aunque le temblase un poco la voz durante la exposición y las manos se moviesen ágiles, nerviosas, unas manos finas de dedos largos, como las de María.

Al final le pudo la ansiedad, todo el tiempo de búsqueda, y se puso frente a ella cogiéndola por los brazos y casi suplicándole que la mirase, “Le estoy diciendo que soy su nieta ¿me comprende?”

Me la llevé a otra estancia. Mentí agravando una demencia senil que no se encontraba en la fase que María escenificaba, incluso traté de restarle importancia al reencuentro familiar, ella ya no conoce, no puede darte las explicaciones que buscas…

“He llegado tarde”, musitó impotente la mujer mientras se abrochaba el abrigo.

Le ofrecí la oportunidad de volver en otra ocasión para hablar con los médicos, lo hice porque descifré en su mirada la decepción y supe que nunca volvería.

Así fue.

Cuando se marchó fui a buscar a María a su habitación, se había puesto el camisón y estaba sentada sobre la cama, sus piernas seguían siendo largas y hermosas.

“Me asusta la gente que necesita explicaciones para todo”, dijo hacia ninguna parte. Después me contó su historia, sin recesos ni emociones, como si hubiese estado ordenándola, asegurándose de que no se dejaba nada importante.

Tenía la voz grave, y un extraño peso en la mirada, casi siempre esquiva.

Al finalizar entrelazó las manos y dibujó una de sus conquistadoras sonrisas :

“Debía contárselo a alguien para no parecer un espectro, un fantasma que pasa por la vida y desaparece sin más”, y preguntó si aún podrían servirnos algo de cena, pese a rozar el filo de la madrugada.

Desde entonces se fue apagando como si una fuerza subterránea la absorbiera hacia abajo, siempre tenía frío y salía poco de su habitación, perdió el hábito de tumbarse a canturrear bajo el castaño del jardín y repartió entre sus admiradoras su colección de abanicos.

Una mañana ya no se despertó y todos la lloramos, en las fiestas todavía hay alguien que se atreve a cantar sus canciones y cuando llega alguna nueva residente con aires de marquesa decimos “Esta se cree Doña María Virto…” y sonreímos, porque el espectáculo debe continuar.

Los antiguos trabajadores de la Sala Olimpia, hoy convertida en bingo, enviaron para el entierro una corona que rezaba: “Se apagó la última estrella”.

Aunque muy poca gente acudió a despedirla en su tumba siempre hay flores frescas y una fotografía de sus mejores años, cuando le sonreía al presente como si pudiera metérselo en el bolsillo.

Yo me he atrevido a escribir su historia desde la curiosidad del espía o la satisfacción del espectador, sin pretensiones, para que de algún modo, los sucesos, las apuestas y los sueños de un tiempo y de un lugar queden expuestos, lejos de la sombra azulada del olvido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11 comentarios

Virginia G. -

Sin duda que este relato atrapa... y mucho! Menuda mujer y retal de vida que has descrito en unas pocas líneas. Muy bueno!

Ramón -

No sé si podría añadir algo más a lo que han dicho quienes antes han comentado... Sí sé que no podría sentir más el placer de leer leyendo a otro autor (el mismo, tal vez; pero más, no).

nK -

Aquí, desde la atalaya de la admiración, fascinado, una vez más, como siempre para mi satisfacción egoísta y primaria, de tu relato. Tienes el don, la magia de devolvernos siempre a la primera vez, al entusiasmo de descubrirte y engancharnos. Joplas, es increíble tu capacidad para mostrarnos sabores nuevos, texturas de la palabra envuelta de emociones sin describir. Uno, así, como yo, se queda sin más que decir, con la boca abierta -como los niños cuando les llega la gran sorpresa- y susurrar, no sin cierta vergüenza... GRACIAS.

Cris Herrero -

Está inmenso, inmenso de verdad, no sé que diría un crítico literario especialista en relatos (ni me importa) pero a mí y a mi alrededor nos llega y convence MUCHO

Belén Faces -

La próxima vez que te oiga decir que eres una escritora mediocre te llevaré a tu lbirería preferida y compararemos con unos cuantos supermediocres que superpublican... quiérete un poco más y puede que hasta escribas mejor (todavía)

Shey -

Uahhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!! Me ha encantado. Es cierto eso que dices de que no cuentas nada nuevo... pero que jolín, está muy bien contado...

Beatriz -

Puri, lo logras todo a la vez...desasosiego, pena, ternura, emoción...
Anda, escribe más a menudo que te necesitamos...

cadenadeochos.blogspot.com -

Cuantas historias interesantes salen de ti!

Coral Valero -

Cuando mi madre me obliga a leer y desesperada me sienta frente al ordenador y me pone delante uno de tus relatos... acabo dándole la razón, son una pasada, te los imaginas.

Rubén L. -

Bieeeeen, esas mujeres tuyas, reconocibles, auténticas, VIVAS... buen relato sí señora.

Carmen Frías -

Merece la pena esperar a que publiques tus relatos, siempre están a la altura de mis expectativas, siempre tienen algo que me atrapa.