"Ojos de agua" O la genialidad de Charo López
Desde que cumplí los cuarenta cada año me regalan más entradas para el teatro y más plantas. Ojo, que no me quejo, ni mucho menos, simplemente constato, aunque lo que hubiese dado yo porque me las regalasen (las entradas) en mi adolescencia, cuando estiraba el cuello desde el gallinero del Teatro Principal, sola en una esquina (mis amigos estaban como es lógico en otros menesteres) tratando de escuchar y entender las propuestas del Teatro de la Ribera, Tántalo o El Silbo Vulnerado, compañías aragonesas que hacían un trabajo absolutamente impecable.
Una de las frases que dice la Celestina de "Ojos de agua" es que sólo se arrepiente de las cosas que dejó pasar. Y no puedo estar más de acuerdo. De lo que se fue y ya no vuelve. Y de los viajes que no he hecho. Pero de teatro y de poesía siempre he tenido el placer de empaparme, y eso, sin duda, me ha otorgado mayor calidad de vida.
Ir a ver a Charo López complica poco la existencia del espectador. Es decir, que aunque estuviese mediocre, que no es ni mucho menos el caso, resultaría espléndida. Porque conoce el medio como nadie, e interpreta, y disfruta, y transmite y vive el personaje como nadie. Es muchas cosas Maria Rosario López Piñuelas, de Salamanca, Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, 2008, es Clara Aldán en "Los gozos y las sombras" (serie de televisión basada en la novela de Torrente Ballester), Goya a la mejor actriz de reparto en "Secretos del Corazón", la inolvidable película de Montxo Armendáriz candidata al Oscar a mejor película extranjera en 1997, Fotograma de Plata por "Tengamos el sexo en paz", entre otras... Pero sobre todo, y a pesar del paso del tiempo que a nadie deja indiferente, es una actriz con temperamento e identidad propios de alguien que ha tallado su sitio, su lugar cómo actriz, hasta convertirse en una imprescindible cuando se trata de calidad, de ARTE, con mayúsculas.
El monólogo de 80 minutos que interpreta en "Ojos de agua" es mucho más que una adaptación de "La Celestina". Reproduzco las palabras del creador de la obra, Álvaro Tato: "Charo buscaba un dramaturgo. Ella tenía muchos temas en la cabeza de los que quería hablar: el tiempo despiadado, la libertad femenina y la dureza de la belleza perdida. Junté su imagen con los mitos que yo tenía de ella, una mujer fuerte y poderosa y me encontré con Celestina".
Pues eso, Charo y la vieja trotaconventos deslenguada se miran en el mismo espejo, se buscan, se ayudan, se reconocen, son sólo una y somos todas, porque la obra se ramifica, crece, siendo más actual que nunca, tratando la desigualdad femenina, el precio de la libertad y el de los convencionalismos sociales, la posibilidad de vivir sin ambages o pasando únicamente de puntillas...
El guitarrista Antonio Trapote y el cantante-juglar Luis García acompañan a la artista en una puesta en escena especial que embellece y amplifica la historia.
La compañía Ron Lalá tiende a recuperar el teatro clásico para adaptarlo, con sumo gusto y cuidado, a nuestros tiempos (ni tan diferentes ni tan dispares), nos demuestran que no está todo inventado, que las mujeres que sufrieron persecuciones, que fueron censuradas y quemadas en la hoguera por brujas, hechiceras, putas o alcahuetas simplemente pagaron peaje por querer seguir su propio rumbo, por desear y amar la libertad.
¿A que no es ciencia-ficción?
Hay que volver siempre al silencio del teatro.
A la literatura viva.
A las personas que, como Charo López, nos ofrecen su verdad.
A los regalos que te hacen después de los cuarenta.
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