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MARTES DE CENIZA

NI TRES SIN CUATRO

NI TRES SIN CUATRO

Si sigo manteniendo este olfato rastreador, voy a cambiar a mi perrete adoptado, mezcla de varias razas, por un sabueso de alta precisión (literaria, a ser posible).

Me pasé al bando contrario de la literatura escrita por mujeres (por llevarme la contraria a mí misma y por desetiquetar, aunque cuando la cosa apunta maneras...)

Y así fue como encontré a Diego Vaya (Sevilla, 1980) y su Premio de Novela Universidad de Sevilla 2012: "Medea en los Infiernos". Aún no sé por qué. Sólo sé que no sé nada. Que no he pillado ni una y que no me coge de nuevas pero lo parezco. Lo que dan de sí los clichés de una separación sentimental en una pareja madura, heterosexual y bien posicionada... qué fatiga de prototipos y de incongruencias. El miedo y la memoria. La soledad. Una especie de thriller melodramático que no debió encontrarme con los cinco sentidos, en el momento adecuado.

Respiré hondo, llamé a la puerta de Anagrama atraída por esa temática que ahora, al parecer, todo el mundo se atreve a emplear, el conflicto vasco en los 80, la banda terrorista, sus adeptos, los habitantes de pueblos y ciudades posicionándose o guardando silencio. Como "Patria", la novela de Aramburu, todavía me viene grande de tan famosa, busqué en pequeñas calles paralelas hasta introducirme en un callejón sin salida. "Ojos que no ven"(2009), de José Ángel González Sáinz (Soria, 1956), prometía todo lo que yo entendí que podía prometer, aunque al final se quedase en una constante repetición de imágenes y en un lenguaje retórico, arcaico y por momentos cargante. Los ingredientes no suelen fallar, familia rural que emigra a la industrialización del país vasco con un chaval preadolescente.  Allí tienen otro hijo, hasta se pueden comprar un piso en un enjambre de pisos de familias obreras.  El cabeza de familia se mantiene atado a sólidos principios heredados de la tierra y de sus antepasados. Aprende de lo que ve y no deja de mirar. Asume que es mejor conservar la paz que tener razón. Sin embargo, su esposa y el primogénito entran en la espiral social y educativa de un pueblo y una izquierda radical que necesitan significarse. Se les va de las manos. Claramente. Estoy de acuerdo con la doctrina de la novela: Las libertades terminan cuando se pierde el respeto a la vida ajena. Pero no creo que la verdad sea totalitaria, ni a ella se llegue a través de un camino único.  Creo que cada cual defiende su verdad y hay que darle su espacio para que trate de sostenerla, si se puede.  Esta novela es blanco o negro, la vida y la muerte, lo bueno y lo malo, el antes y el después, la culpa (ese caramelo envenenado que introducimos sin miramientos en la boca de cualquiera)... me faltan datos, definición, sentido... y me sobra moralina.

Y hasta Mayo hemos llegado, quién sabe qué nos deparará el final de la primavera... lo importante es seguir creyendo que todo está en las palabras, que nunca se las llevará el viento porque construyen fortalezas inexpugnables... y castillos de arena.

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