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MARTES DE CENIZA

ESCAPA

ESCAPA

Cuando lo conocí no se despegaba de una bicicleta y una camiseta amarilla que se caía a pedazos.  Sólo tenía doce años.  Su madre se había marchado de casa y él siempre (un siempre que duró unos cuantos años) pensó que volvería a buscarlo y que se irían lejos, tan lejos, que podrían empezar de nuevo.

Un día dejó de repetir su deseo, y también dejó de desearlo.

No era alto, tenía las espaldas anchas, el pelo abundante y desordenado, rabia y desconsuelo en la mirada, que huía de todo.  Aunque no cantaba bien le gustaba romperse la voz cantando y se defendía con la guitarra.

Su carácter airado y sus prontos eran popularmente conocidos, y temidos.

Congeniamos.  No sé por qué.  Yo era nueva, se me debía notar.  Siempre he saltado sin red y debí hacerle gracia, no sé... el caso es que nos tirábamos horas sentados en los portales, comiendo pipas, canturreando, discutiendo a veces, procurando hacerle comprender que sempiternamente no se puede estar enfadado con el mundo o que la culpa de toda su rabia no la teníamos los demás porque la culpa no existe, es una trampa...

A veces funcionaba, un rato pequeño, un atardecer escaso, pero funcionaba.

Me enseñó a observar (él, que era puro viento y no se detenía) y a comprender.

Me enseñó a reflexionar.

Y no lo sabe.

Supe entonces que los síntomas son más importantes que la enfermedad y el término empatía aterrizó a mis pies, como su estrella, inservible y rota, porque a nada que hubiera podido aprovecharse un poco, sólo un poco, las cosas hubiesen sido diferentes.

Una vez vino a regalarme un cuadro que había encontrado en la casa abandonada donde había dormido.  Los ojos desorbitados, la piel brillante, el obsequio después de un viaje iniciático al que sucederían otros relampagos precipitados, otras promesas imposibles.

Ayer Ángel, que para colmo de males se llamaba Ángel aunque el pequeño mundo entero lo conociese por su seudónimo siempre inapropiado, perdía la vida al estrellarse el coche en el que viajaba huyendo de una persecución policial.

Las huídas desesperadas no auguran finales felices.

Ya lo conocí huyendo, han pasado veinte años.

Se terminó la carrera.

Un abrazo Ángel.

1 comentario

Mibibliotecasevallenando@blogspot.com -

Mucha gente con una vida de estrella (que no con estrella) no tiene la suerte de terminar su vida con una persona que realmente sepa como ha sido su realidad. A lo mejor esa es la estrella de este chico.