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MARTES DE CENIZA

DUENDES SALVAJES

DUENDES SALVAJES

 “Desde que anochecimos con ojos de bolero

  la vida ha sido a veces

  asistir dulcemente a un cine de verano

  lleno de irrealidad,

  pero también a veces pasarse al enemigo.”

 (“Para ser leído muchos años después”.Luis García Montero)

                                                      

 

Siempre que abro un paraguas bajo techo recuerdo tus supersticiones, que eran todas, tus pies pequeños y las velas encendidas por toda la casa.

Te transmitían energía positiva, decías.

Tus labios también eran antorchas encendidas.

Yo combinaba el jersey con los calcetines, utilizaba siempre la misma colonia, colgaba las llaves al entrar y dejaba los vasos en la fregadera.

Tú experimentabas mezclas de tinte sobre tu abundante cabellera, andabas descalza, te delataba el sonido plata de tus tobilleras, tendías ropa, para mi desesperación en los respaldos de las sillas, comías a destiempo y en bocadillo, señalizándole el camino a Pulgarcito.

Procurabas no reirte de mi orden, hasta procurabas llevarlo a cabo.

Era cuando organizabas mis papeles y el cajón de mi ropa interior, cuando ponías la mesa con mantel de tela y servilleteros, y veíamos la tele masticando despacio hasta que nos entraba la risa, una risa torrencial, de duendes salvajes, que lo mandaba todo al garete.

No dejabas de ser verano adolescente mientras yo me empeñaba, no sé con qué fin, en hacerme mayor.  Trazaba cuadrículas, temporizaba, un tiempo para cada cosa, las cosas, mis cosas, tenía cosas, no empezaba la comida por el postre, pero me pesaban los bolsillos de guardar momentos como postres.

Puede que me enfadara contigo, puede que de repente, como si nunca antes te hubiese conocido, me resultase imposible tu informalidad, tu pereza ante la tradición de lo cotidiano, tu escasa sencillez.

Me cargué de nubes negras que estallaban sin previo aviso para que tú me mirases como nunca antes lo habías hecho.

Tampoco tenías tantas cosas, era un exagerado cuando aludía a tus invasiones.  Las recogiste en un santiamén y la casa quedó con todas las ventanas abiertas, oliendo a patxuli y a menta, con un disco de Silvio Rodríguez en la minicadena que yo te robé y tú no reclamaste.

Era mediodía.

Durante un tiempo yo reconquisté mi isla sin vistas al mar, les puse un palco de honor a mis manías.  Al poco llegó Sandra  y todo adquirió un ritmo lineal, establecido y pautado, del que casi me siento orgulloso, como el escultor de su obra.

Te fuiste, eso sí,  llevándote los sitios, los espacios.

No hay manera de recuperarlos.

Algunos rincones de la casa conservan tu presencia, no es un fantasma ni un espejismo, es que sólo tú podías llenarlos así.

De algo parecido a la alegría.

(Este relato pertenece a una colección titulada: "Bastará para Salvarme", de 2005)


 

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