DANIELA EVU
Daniela tiene ocho años, es muy rubia, y muy delgada, como su hermana Petronila. Vinieron hace dos años y poco desde un sitio que está muy lejos y que se llama Valea Caselor, en Rumanía. Cuando llegó, el viento típico de estas tierras, el cierzo, no dejaba títere con cabeza. De repente y sin entender nada de castellano, se vio inmersa en un cole rodeada de niños que la investigaban preguntándole de todo y a la vez. Pasaron meses hasta que pudo incorporarse a la fila sin que su madre tuviera que empujarla. Encontró en el grupo a otra compatriota que aunque había llegado poco antes que ella se desenvolvía como pez en el agua, y se aliaron, y pronto hicieron piña con el resto. La piña del "Porque tú me has dicho, porque el otro me ha empujado, porque tú que sabrás...", la de los cuentacuentos, los primeros exámenes y las fotos de fin de curso. Pasó a escribir y suscribir la letra pequeña de la vida íntima de las aulas que sólo ellos, los que las habitan, conocen. Y aunque poco más sabíamos de ella y de su familia -porque dejamos a nuestros hijos en el cole y nos dispersamos todos como ratones apresurados, cada uno a su agujero- Daniela Evu era parte cotidiana del día a día, como los nombres de los demás, los centros de interés del cole y los villancicos de Navidad. Hasta que esta semana nos ha caído encima la noticia de que regresa definitivamente a su país este mismo fin de semana.
Sus compañeros le han regalado un colgante de plata y un album con fotos y recuerdos, y la niña luce media sonrisa de esas que esperan a comprender del todo el argumento de la película para reir a gusto.
A última hora y forzado por las circunstancias, sabemos que sus padres lo han intentado todo para salir adelante con dignidad, han encadenado trabajos eventuales y se han dejado la piel en el intento ... pero no ha sido suficiente, así que retornan a abrigar su tristeza entre los brazos de familiares y amigos. Después de todo este tiempo hoy he conocido a su padre, y con la madre no habría cruzado más de tres palabras nunca, y no por nada, sino por lo que me pesa el ombligo cada día, tanto que no soy capaz de sacar la antena y pararme a pensar un poco en la situación cercana, vecina, de gente cuyos hijos crecen junto a los nuestros. El ritmo cotidiano que imprimimos a las cosas nos aleja a pasos agigantados de la humanidad y la empatía, y me atrevo a pluralizar, aunque eso no me justifique.
Desde aquí, Buen viaje para Daniela y Petronila, para que donde quiera que se encuentren mañana, pasado mañana y al otro, encuentren siempre su lugar en el mundo.
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marisa. -