"CUANDO SE APAGAN LAS LUCES"
Con la voz rasgada por su insomnio crónico y la nicotina en ayunas, Luna Torres se enfrenta a una entrevista más sabedora de que una cosa es lo que pretenda decir y otra lo que constaten que ha dicho.
El eterno juego de las palabras que venden al que todavía parece no acostumbrarse.
Este va a ser un año prolífico en entrevistas, cumple treinta años de profesión y hasta los dominicales se hacen eco, las emisoras de radio, la prensa escrita en general mucho más que la televisión, a la que no suele acudir porque no estaría bien vista con estas ojeras escondidas tras las enormes gafas de sol, sin maquillar, con zapato plano y el cuello de la blusa mal planchado.
La televisión es un espejo burlón, la caja de los truenos.
Por mucho que su representante diga que es un medio extraordinariamente rentable desde el que se la reclama ella no tiene ningunas ganas de exhibirse. Dirán que le cuelga la piel del antebrazo, que hay que ver como ha envejecido, que la televisión engorda... dirán lo que quieran para olvidarlo en pocos días, pero ella recogerá todos esos chismes en la coctelera de su cabeza y tardará en enterrarlos. Hasta entonces estarán dando saltos por la casa como duendecillos salvajes e irrespetuosos.
En la cafetería del hotel donde la han citado hace frío, es temprano y el aire acondicionado está a demasiada potencia.
Le da rabia tener carne de gallina porque parecerá más vieja, menos resistente.
Aunque es imposible saber qué albergan en el subconsciente estos dos críos que apenas habrán terminado la carrera y que probablemente jamás hayan pisado un teatro, menos para ver una de sus obras.
Trata de ser benévola y no juzgar a la primera siguiendo el consejo de su hermana Gloria, pero es que se ha equivocado muy pocas veces, y suele ver al personal con sus kilogramos de alma pegados en la frente.
Si se fija bien el chavalito que le formula las preguntas se parece a su sobrino Lucas, que también quería ser periodista y en las reuniones familiares sacaba su grabadora para hacerle a todo el mundo preguntas indiscretas. Falleció hace dos años en un accidente de moto, después de aquello su hermano, el padre de Lucas, se volvió al pueblo “del que nunca tenía que haber salido”, maldecía.
Pero si no hubieran salido de aquel pueblo hasta el que hace apenas cuatro días no llegaba el agua potable ni una carretera digna, se hubieran comido a puñados la tierra seca quemados por el sol y devorados por el abandono.
De un pueblo muy pequeño, sí, la mujer que se ha hecho a sí misma, sí, nada de estudios de interpretación, vocación natural, un don, querer vivir las vidas de todos y la de nadie, ponerlo como queráis...
Qué manía con querer saber su nombre auténtico. ¿Luna Torres es menos auténtico por ser inventado?, después de aparecer en cientos de carteles, con luces de neón, impreso de mil maneras ¿no es real? ¿no representa a nadie?. ¿Es otra Luna Torres que María Álvarez? ¿Una aguarda en el perchero de casa mientras la otra desciende escaleras alfombradas? ¿Una tiene paladar para el caviar y otra para el foie-gras de gato? ¿O cómo va esto?.
No le conviene enfadarse ni parecer molesta.
Se le arrugará la frente.
Y si quieren vengarse le sacarán un primer plano del perfil malo con una luz pésima.
María Álvarez. Cuarenta y ocho años. Se quita tres porque le da la gana y porque ahí fuera se los quitarán o pondrán en función de cómo se haya levantado el usuario del periódico.
Sin hijos.
No hablo de mi vida sentimental.
Ahora es lo que hay que decir.
La privacidad como cinturón de castidad o como un escolta guapetón al que lucimos en los momentos cumbre.
Llevo treinta años currando, todo el mundo me conoce, este es un país donde el chismorreo es la base fundamental de la sociedad, el pan nuestro, sagrado e imperecedero, de cada día. No hay nada que no se sepa. Si no, nos lo inventamos a la medida y algo acabará siendo verdad de tanto repetirlo.
Pero no es lo mismo que lo diga una, así con la boca bien grande, no tengo pareja. Unas veces los he dejado yo y otras ha sido a la inversa. Está bien, mayoritariamente a la inversa. No soporto la soledad, me entran unos ataques de bulimia espantosos y mi hermana Gloria tiene que venirse una temporada conmigo porque le da miedo que me tire al tren. Que no, que yo soy muy cobarde. Y además, en el fondo ya sé desde hace tiempo que todo se pasa.
Que sí hijo, que el teatro está en crisis, como siempre, que la juventud va poco, que ni los gobiernos autonómicos ni el central apoyan como deberían al más puro arte de la interpretación ...
Que por qué soy actriz.
Por necesidad perentoria.
De reconocimiento, aplausos, minutos de gloria, todo un aforo escuchando lo que tengo que decirles ... Luego el iluminador se fuma un pitillo y se va de copas, ya no queda nada, los ecos del espejismo que necesito a diario para creer que he llegado a alguna parte.
Nunca supe hacer bien ninguna otra cosa.
Así que debía marcharme, a quien le importa una actriz en medio del desierto, huertos, gallinas, inviernos sin piedad que duraban eternamente ... A escondidas de padre lo hicimos. No supimos que madre se venía con nosotros hasta que se metió a empentones en el coche. Era su última oportunidad de conocer algo de vida más allá del sarcófago. Había alquilado una habitación con derecho a cocina. Tenía diecinueve años y como novio al único mozo del pueblo que podía llevarme en coche. Él debía quererme para conducirnos hasta la estación de tren más cercana, cuarenta y dos kilómetros, debía quererme sí, porque se daría cuenta de que yo no pensaba regresar jamás ... Gloria tenía dieciséis años y Mauricio quince ... ¿Pero cómo se llamaba aquel chaval? Apenas logro recordar su cara ... puedo hacerme a la idea del cabreo de padre cuando volviese del campo, sin la mesa puesta y la llave echada, sin nadie a quien partirle el espinazo o dejarle la huella del cinturón en los riñones ... Es lo que tiene alimentar el miedo, que busca agujeros por los que tocar fondo y echar a volar ...
Encontramos trabajo pronto, yo tenía algunos papelitos de reparto, madre se puso a coser, Gloria de dependienta en una floristería y Mauricio como aprendiz en un taller mecánico.
Eran tiempos para poder aprender.
Sí cariño, tú lo has dicho, el sustento de mi familia, la mayor ...
Cuando me quedaba en dique seco dependía de ellos.
Pero nada parecía pesarnos, nos gustaba el trajín de la calle, tener de par en par abiertas las ventanas, salir un rato por la noche aunque fuera a dar la vuelta a la manzana ... pasar desapercibidos entre un montón de gente que tenía deudas, madrugaba para ir a trabajar y fregaba los platos cantando copla.
En cinco años todos nos asentamos, yo no paraba por casa, siempre de gira, Gloria conoció a Nicolás y Mauricio abrió su propio taller con un par de compañeros ...
Dejamos de necesitar a madre. Que se perdió, y aunque no había olvidado el camino de vuelta ya nada podía hacer con él.
Era una gélida mañana de Febrero cuando me avisaron de su fallecimiento.
Se había ahorcado en un sauce de la ribera por la que solía pasear.
Por aquel entonces yo estaba representando una comedia y en media hora comenzaba la función. El espectáculo debía continuar y el personaje se tragó mis lágrimas y toda la vergüenza que sentía por no haber sabido cuidarla.
Finalmente mi padre, desde la distancia, había conseguido cargársela.
No guapo, ningún antecedente familiar dedicado a la farándula, una estrella en el ombligo, lo que yo te diga ...
Hacemos un descanso, de acuerdo, hay que cambiar de cámara fotográfica, lo que vosotros digáis.
Por favor, pídeme un gin-tonic y no mires el reloj, ya se que aún no son las doce ¿quién decide cuando es correcto tomar un combinado?, no me jodáis, cualquier día lo van a legislar.
Seguimos.
¿El amor de su vida ha sido el teatro?.
Por lo menos ha sido el amor más correspondido y equilibrado de todos.
No me ha fallado nunca.
A mí lo que se dice gustarme, pero gustarme de verdad, me gustaba mi cuñado Nicolás. Todos los miedos que tenía padre de que fuésemos unas perdidas y enseguida le llevásemos un bombo a casa se reprodujeron proféticamente en la capital. El mismo día que Gloria cumplía veintitrés años nos anunció su embarazo. Ya no era una cría y mantenían una relación de más de dos años. “Es un hombre formal, se hará cargo” me dijo. Y aquella tarde se presentó en mi salón Nicolás con la cara del crío que ha robado un nido de pájaros. Corpulento, cargado de hombros, sin mantener la mirada de pura vergüenza... Parecía sincero y honesto, tal y como lo ha demostrado a lo largo de todos estos años. Un hombre que enternece, que sigue llevando a su mujer de la mano por la calle, comprensivo y con sentido común ... para raptarlo.
Yo es que me dí cuenta tarde de que buscaba poco más que eso, un hombre que me cuidase de verdad, manteniendo la casa caliente, poniéndome el abrigo, regando las plantas ... aunque tampoco sé cuanto tiempo hubiera soportado su monotonía.
Nació una niña a la que pusieron de nombre Amelia, como mi madre. Tardaron algunos meses en percatarse del retraso mental que padecía la cría. Les pagué los mejores médicos pero avanzamos poco. Amelia va a cumplir veinticuatro años y sigue soñando con volver a hacer la comunión. Eso sí, es cariñosísima, te arrea unos abrazos capaces de hundirte un par de costillas, le encanta peinarme y ponerse todos mis abalorios.
Se merecen los tres mejor vida, pero no son los que eligen ni yo puedo comprársela.
Nunca les he oído quejarse.
Ya estamos acabando.
Pues muy bien hijitos, una entrevista muy light, así da gusto.
Que si me da miedo que me encasillen en papeles dramáticos de señora mayor... vaya por Dios, estos jóvenes si no sacan a relucir el tema de la edad es que no se quedan tranquilos, deben pensar que el tiempo sólo transcurre a su favor... A mí lo que me da miedo de verdad es quedarme sin trabajo, que no me llamen, que nadie se acuerde de mí, y además yo es que ya soy una señora mayor, y sobre todo una SEÑORA, así que ya imagino que no me van a llamar para que representa a una estudiante universitaria que se lía con su profesor...
¿Operaciones de cirugía estética?. Ni una. Me dan pánico los hospitales, y esos pechos de goma capaces de reventarle la cara a cualquiera de un solo golpe. Aún tratándose de una cuestión de salud lo valoraría muy mucho.
No voy a dar ni un solo nombre, claro, pero esta y aquella y la otra se han estirado pómulos y engordado el labio inferior, ahora ya no se parecen a nadie ni resultan creíbles, las pobres, cara de porcelana sujeta a un cuello minado de surcos.
No, supersticiosa no soy, paso por debajo de las escaleras porque ni reparo en ellas, me gusta el color amarillo, se me han roto unos cuantos espejos y lo único que trato de evitar son las despedidas.
Siempre me voy de cualquier evento por la puerta de atrás y sin chistar, pensarán que soy una maleducada, caprichos de diva, pero es que la palabra adiós es tan categórica y definitiva que sintiéndolo mucho, no puedo utilizarla a la ligera.
Sí, por favor, tomaré otro Gin-Tonic, ¿queréis tomar algo y charlamos un rato sin cámara ni grabadora?, Ah, no podéis, llegáis tarde... tenéis que pasar por redacción a inventaros uno de esos titulares que dicen: “En su treinta aniversario sobre las tablas de un teatro Luna Torres desayuna Gin-Tonic” ó: “A pesar de la edad Luna Torres mantiene intacta su ilusión por salir a escena”.
Es que ni siquiera le han pedido un autógrafo, aunque fuera para su madre, si hubiese hecho un par de anuncios de televisión sobre cremas antiarrugas... De la rabia que le entra cambia el Gin-Tonic por un Wiskhy doble y desatiende la luz insidiosa del móvil anunciando la llamada de su representante.
Otra entrevista, seguro. Por hoy se terminaron las poses.
Hasta pasado mañana, vestida de negro y con el escapulario de Bernarda Alba, no ha de rendirle cuentas a nadie más. Un aforo de cuatro mil butacas.
Desde chiquitita se resistió a dar explicaciones ni a depender de nadie. Eso es algo que a los hombres les molesta sobremanera, que no se dependa de ellos como si fuesen ángeles custodios. Sólo una vez estuvo dispuesta a hacerlo, siguiéndolo toda la vida, esperando que llegase a casa y se pusiese las zapatillas, la ropa cómoda, ¿cómo te ha ído el día?, ¿qué dicen las críticas?, ¿nos vamos mañana a comer al campo?... pero él sólo quería vacaciones en Praga y bombillas de camerino, porque en casa ya le esperaba, de sobras y como siempre, su novia de toda la vida.
Se fue y volvió. Prometió mentiras sin engañar a nadie.
Deambuló en ella porque así lo prefería, mejor tenerlo así que de ninguna manera.
Hasta que otra actriz le arrebató el papel y se quedó con el premio.
Es lo que tiene esta profesión, que es muy competitiva.
Aunque ella se ha hecho su hueco, ha creado escuela.
Treinta años de profesión.
Por fin decide cogerle el teléfono a Benjamín, al fin y al cabo no le va a pagar por nada... La entrevista bien, no te preocupes, no me he metido con nadie y tampoco daban mucho juego... Suspendidas las funciones de La Casa de Bernarda Alba por no haber vendido un mínimo de entradas... Es verano, mala época para ir al teatro aunque se trate de Lorca... Ya.
Se impone la necesidad de otro Wiskhy doble.
Llamen al director, quiero una suite en este hotel para poder ocuparla ahora mismo.
Ningún problema Señorita Torres.
No sé donde ve este gilipollas mi cara de Señorita, seguro que luego es de los que dicen ante las cámaras de cualquier programa basura que soy alcohólica.
Pues no lo soy, me gusta beber para soportar la vida.
Sólo me trago con ayuda, ya ves.
Qué lastima de cama, tan bonita y tan redonda, para una sola persona ... Cuanta luz entra... Puede que tras dormir un par de días vea las cosas de otra manera o sea capaz de aceptarlas.
De acuerdo, se suspende la función pero devolvedme al menos quince años de mi vida. Ser comprensivos, yo siempre he sido de los demás ...
Gloria, Glorita, hermana, ven a buscarme que todo me da vueltas y la lámpara del techo amenaza con abrirme la cabeza ... Dile a Nicolás que coja mi todoterreno, el de los cristales oscuros, ¿te he dicho alguna vez que yo debería haberme casado con tu marido? Mira que si a estas alturas nos damos cuenta de que hemos vivido una la vida de la otra ...
Inevitablemente vomita sobre la moqueta blanca. Consigue llegar hasta la ducha y se mete vestida. El agua fria resulta igual que un par de bofetadas. Está un buen rato sintiendo como le resbala el agua, como debajo del agua somos lo que somos, piel mojada, sin artificios ...
Llaman a la puerta de la habitación y Luna Torres se dirige tambaleante a abrirla generando pequeños charcos a su paso. Está convencida de que es su hermana que viene a buscarla, por eso se queda petrificada ante los fogonazos deslumbrantes de varias cámaras. Tras una segundos consigue cerrar. Se oyen carreras por los pasillos: “¡Tenemos las fotos!”.
No llega a creerse lo que está ocurriendo, debe ser efecto de la borrachera, no puede ser, a ella nunca le han asediado los fotógrafos, no es un personaje atractivo ni mediático, o al menos hasta hoy no lo era ...
Llaman de nuevo y ella se agazapa en el suelo tapándose los oídos:
“Abre Luna, soy yo, Gloria...”
Se cerciora asomándose por la mirilla. Cierto, es Gloria con esa pequeña maleta en la que siempre trae de todo, ropa de recambio, analgésicos, la música que la relaja ...
“Madre Mía Luna, ¿pero qué ha pasado esta vez?”
Allí mismo, en la entrada de la habitación la despoja de la ropa mojada como si se tratase de una niña a la que han empujado a un pantano.
Mientras se deja hacer Luna recuerda la última vez que su hermana acudió a rescatarla.
Fue en una céntrica joyería, venía durándole la borrachera desde la cena del día anterior, se obsesionó con perforarse la lengua y la nariz y cuando le dijeron que allí no realizaban ese tipo de trabajos su cuerpo se revolucionó vomitando sobre los expositores.
Al menos en el hotel están ellas solas.
Ellas y esas fotos despiadadas entrando por los faxes de las agencias.
Hablará con Benjamín. Él podrá resolverlo.
“Glorita, hay una mano negra que quiere hundirme, me voy a morir, te lo juro, qué disgusto ...”
“Te vas a matar tú misma de lo mal que te tratas”
“No va a pasarme nunca más, nunca más, menos mal que te tengo a tí...”
Dos días después las fotos robadas en el hotel daban la vuelta al país en todas las portadas. Aquellas imágenes resultaron determinantes para ingresar en la clínica de desintoxicación, no para quitarse de en medio, sino porque se vio idéntica a su padre y tuvo miedo de no haber viajado ni vivido lo suficiente como para desmarcarse de su legado.
En la clínica no se está tan mal, algunos leales compañeros de profesión le han mandado flores, la habitación es amplia, da largos paseos por el campo y ha vuelto a reencontrarse, entre otras cosas, con el placer de un buen desayuno o una lectura en calma. No puede hablar por teléfono ni recibir visitas, al menos de momento. Sólo cuando le duele el estómago de esa forma tan brutal y siente tantas naúseas y parece que la cabeza le va a estallar echa de menos un chupito de ginebra o una botellita de champán. Los echa en falta como a los amantes que le arruinaron la vida.
Hoy se le permite un rato de televisión. No está segura de querer verla, pero en este lugar nadie le apremia, así que es libre de entrar en la sala para salir en cualquier momento. Un pequeño puñado de pacientes no quita ojo de la pantalla, ella cree reconocer la voz que escuchan y se acerca para comprobar que efectivamente se trata de Nicolás, su cuñado, contando que Luna Torres se bebe hasta el agua de los jarrones y no ha tenido nunca ningún escrúpulo para asediarlo sexualmente siendo el marido de su hermana.
Escucha toda aquella catarata de barbaridades saliendo de la boca del hombre bueno, del traje de marido complaciente, de las manos grandes y cuidadas de cuñado servil y le parece estar observando a uno de esos muñecos que accionan metiéndoles un brazo por la espalda. Si ella no fuera quien es le creería, porque tiene ojos de cielo abierto.
“Tú ni caso...- dice una de sus compañeras reparando en su presencia- siempre pasa igual, buitres acudiendo a la carroña...”
“Cómo debe estar mi hermana...”- acierta a musitar mientras se desploma en una butaca.
“Querida, has llegado al final, tu hermana ha salido la primera llamándote de todo menos guapa”
Mientras duró el internamiento nunca más quiso ver la tele.
Cuando pudo hacer llamadas telefónicas su representante no contestó a ninguna y su hermana, antes de que Luna pudiera reprocharle nada, le dijo que dejara tranquilo a Nicolás, que al menos le había pagado la Clínica y le asignaba una pensión mensual con la que podría ir tirando. Recordó entonces que hacía más de diez años que Nicolás le llevaba las cuentas y sólo le quedó llamar a Mauricio y rogarle que le permitiese pasar con ellos una temporada. Su hermano le abrió las puertas y el pueblo la recibió con honores de exiliada, aún sin merecérselo y habiendo regresado por pura subsistencia.
Quiso entender que volvía para terminar un ciclo decisivo y poder comenzar otro sin renunciar al anterior.
Quiso creer que podría hacerlo.
Y cada día se levanta para cruzarse con alguien que le recuerda la mirada que tenía de niña, como se bañaban los tres hermanos en las acequias y cuanto les gustaba ir descalzos ...
Será posible entonces coger otro tren, mirar a la vida de frente y no esperar demasiado.
3 comentarios
marisa -
Yurena Moncada -
María Vázquez -