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MARTES DE CENIZA

MOLINOS DE VIENTO

MOLINOS DE VIENTO

“Velo por los mendigos humanos

desde el fulgor de mis tristezas" (Miguel Labordeta)

                                                            

                                                        

Yo sé que sigue evocando su olor con la nitidez de los recuerdos que no son fugaces.

Esas imágenes abrazadas a la memoria como hiedra cubriendo los cimientos de las cosas que tardaremos en comprender.

Pero que están ahí.

Como las noches largas.  O los días de fiesta.

Imágenes incorruptas asociadas a lo inevitable.  Viajando desde el país de lo inevitable.

Recordar una manera de peinarse el cabello, un nudo peculiar en los zapatos o el dibujo de las comisuras de la boca al sonreir es algo completamente distinto al recuerdo de un olor.  Este es niebla densa que se extiende, presencia, sombra alargada que pasa de puntillas por lugares inverosímiles, que se cuelga de los hilos que arrastran los bajos de los abrigos, menos obvio, menos pueril y menos decadente que el cabello rubio en la solapa, el beso de carmín en el cuello de la camisa, o la llamada imprevista de madrugada.

A un olor no se le puede mirar a la cara con desvergüenza esperando que agache la cabeza.

No se le puede esposar, denunciar, acosar, mandarle a unos matones para que le partan las piernas.

Hay que convivir con la posibilidad de su dictadura mientras se sienta a la mesa y toma el mejor bocado, decide qué programa de televisión vamos a ver o anida en el hueco de la mano que te acaricia distraídamente las rodillas.

Mi limitación para definirlo le da alas.

Posiblemente ella huela a fin de invierno y a sueño tranquilo, a los días que se despiertan siendo muy azules, muy vivos, a película y a palomitas, a Navidad y a calcetines de lana ...  ella debía oler a catálogo del Corte Inglés por los cuatro costados, y sin querer.

Una de las veces que me hice la encontradiza con ella estuve a punto de preguntarle qué colonia utilizaba, pero me pareció desmedido y propicio para que reparase concretamente en mí, cosa que para nada me interesaba.

A Raúl siempre le gustaron las mujeres altas de pelo oscuro e imponentes caderas, con el maquillaje adecuado, bien vestidas.  No sé qué pudo ocurrir para que se enamorase de Claudia, el antiprototipo.  El caso es que sucedió, no me importa en absoluto como fue, sino lo que generó.

Perdió la cabeza y casi lo pierde todo por una mujer que viste de manera masculina, ropa amplia, zapato plano, canas a la vista … esas pulseritas de cuero que llevábamos hace veinte años, la cara lavada, los ojos azules, propietaria de una motocicleta tipo repartidor de pizzas, y un piso de techos altos en el Casco Antiguo.  Separada.  Me da por pensar que no quiso tener hijos.  Profesora de Instituto.  Come muchas ensaladas, queso, natillas …  bebe vino rosado y leche desnatada.  Recicla la basura.  Lo sé porque se la he registrado.

Una y mil veces más lo haría.

Cuando tu marido reconoce abiertamente que se ha enamorado de otra mujer y que se está replanteando su futuro, que es el tuyo y el de tus hijos, y el de los armarios roperos de mi casa, y el de mis suegros, y el del monovolúmen, y el de la cara con la que me mirará la dependienta de la tintorería, y el de los vecinos de rellano, la labor de investigación ha de ser exhaustiva.

Conocer al enemigo.

Tener bien claro que no son molinos de viento.

Frente a Raúl aguanté el tipo, hasta entonces, en dieciséis años de relación, él había tenido sus aventurillas esporádicas y yo las mías, eso le daba oxígeno a la convivencia, nos distanciaba de la monotonía.  Sabíamos que los juegos de ilusionismo se quedaban en el felpudo de bienvenida de la entrada.  Una cosa eran las atracciones del parque, el algodón de azúcar, y otra pelar patatas para la cena mientras ayudamos a los crios con los deberes.  Hasta el “momento Claudia” supimos siempre dónde queríamos volver.

No fue de repente, de eso estoy segura, pero yo me dí de bruces contra el cristal como quien dice Buenos días o guarda los cambios en el monedero.  Un giro, un giro muy pequeño en medio de los gestos normales, entre los días sucesivos.  Me visto, desayuno, leo el periódico, me miro en el espejo del ascensor, cojo el coche, mi marido me está engañando y esta vez va en serio.

Vértigo en la boca del estómago, la boca seca, ni siquiera habíamos tocado el tema, se acercaba el fin de curso, planeábamos tantas cosas para las vacaciones ….

Cuando esperó a que se acostaran los niños, apagó el televisor y vino al cuarto de la plancha quise difuminarme, accionar la maldita palanca de la máquina del tiempo, no quiero, no quiero que esto me pase, no por favor …

Lo contó despacio mirándome a la cara, con una voz sin matices que parecía de otro.  Habló de tiempo, de reflexión, de irse unos días … resultaba muy difícil mantener la pose de mujer moderna educada en colegios de pago, porque me daba mucha rabia que Raúl no mostrase ni un átomo de vergüenza, remordimiento o culpabilidad.  Si el otro abre esos abanicos una se crece en ellos, encuentra enseguida su sitio, pero en este caso ninguno de esos sentimientos afloraba, ni siquiera le noté abatido.

Cansado sí, como si viniera de conducir toda la noche, tenía ojeras y había descuidado su barba de pocos días.

Sabía que no iba a montarle ningún escándalo, no era mi estilo.  Tampoco yo sé que estilo hay que tener cuando tu pareja te dice que se va con otra, que es lo que espera de ti.  O en realidad no espera nada, admite lo que venga porque tiene claro que, sea lo que sea, no lo detendrá.

Por eso estaba convencido de que no iba a arrojar su maleta por la ventana.  La hizo en un santiamén, posiblemente había meditado despacio lo que iba a llevarse, cuatro cosas, se dejó los útiles de aseo, el resto de calzado, sus libros de cabecera.  Supe que guardaba la ropa mientras se zambullía en el mar, que no había calculado bien las distancias, que no controlaba la cronología de la huída.  Supe también que aquello era ni más ni menos que el principio de la fragmentación, pero sólo el principio, con un montón de coletillas venideras y de retornos, que me brindaba el tiempo suficiente para rearmarme y salir a la jungla con el puñal entre los dientes.

Le dejé marchar porque era lo que tenía que hacer, prometió seguir asumiendo sus tareas como padre, recoger a los niños en el colegio, llevarlos a sus actividades extraescolares, estar con ellos por la tarde.  De momento no íbamos a decirles nada, ya lo pensaríamos después y se lo comunicaríamos conjuntamente.

Después cuando.

Después cómo.

¿Cuando es después?, ¿qué debe ocurrir?, ¿hay que quedarse bordando en el sofá esperando a que suene el teléfono?, ¿qué cantidad exacta de lágrimas hay que llorar?, ¿Cómo sabe una que la han abandonado definitivamente?

Yo ya sé que puedes tener pareja y estar más sola que la una, puedes tener una pareja que sea como un marido de pago, como un figurín de Telva, algo representativo, mínimamente para salir del paso.  Pero lo tienes, sabes que está en la ducha, su postura a la hora de dormir la siesta, sus mensajes en el móvil.  Conoces una por una las palabras que te escupiría a la cara si pudiera.  Pero no puede.  Y pasa la Nochebuena contigo.  Y te hace un regalo caro.  Y te lleva a la cena de empresa y al cumpleaños de su madre.

Has parido a sus hijos, porque fue un buen momento, el momento adecuado en un transcurrir del tiempo que fue haciéndose escarpado, y esa patria potestad en el mercado de valores vale mucho, muchísimo.  Y no necesitas utilizarlo porque es tan evidente como las ortodoncias y los aprobados, como los pánicos nocturnos, los triunfos deportivos, las actuaciones de fin de curso, la primera regla y el primer cigarro.

Sólo el tiempo te da la razón.  El tiempo a las espaldas, la baba de caracol se traduce en pequeñas operaciones que se traducen a su vez en noches en vela maldurmiendo en una silla de hospital, en firmas de notas escolares, de hipotecas y de letras, en la simple firma para poder recoger un certificado, en partidas de nacimiento, libros de familia y cientos de fotografías.  Hay que ver lo que pesa una triste foto.  La sonrisa de ese día, la luz, el gesto.  Son testigos implacables.  Estaban contigo y apostaron el resto de su vida para seguir estándolo.  Y te persiguen por toda la casa, en marcos de plata, de madera, hechos en un taller de manualidades del colegio.  Te das cuenta de que siempre te han estado observando, desde la entrada, sobre las estanterías, entre las copas … ahí está el que fuiste, a los que amaste, todos los años seguros temblando ante la improvisación.

Porque también tiene algo de teatral coger una noche la maleta y representar el sempiterno ahí te quedas, si lo piensas, hasta raya en el ridículo.  Porque ya no tienes cuarenta años para achacarlo a la famosa crisis, roncas y te huelen los pies, la carne te gusta muy hecha, juegas una partidita mensual de mus con los amigos, y sabemos de sobra qué llamadas pasarte y a cuales responder que no estás en casa.

Dudo que pensara en todas aquellas cosas desvanecidas que parecían no importarle.

El caso es que la puerta se cerró y me quedé petrificada en medio de un silencioso pasillo.  Todavía me asomé al salón tratando de encontrarlo, queriendo haber imaginado lo ocurrido.  Pero sólo quedaba la forma de su cuerpo en su sillón de lectura, el periódico sin desdoblar y una ausencia apabullante revolviéndolo todo con cuidado.

Su historia con Claudia duró siete meses, durante los cuales cumplió con sus obligaciones como padre y gestor del hogar.  No se la presentó a los niños y siempre procuró cuidar las formas.

Cuando los observaba de lejos lo veía reirse mucho, gesticular y hablar sin parar.  No se correspondía con la imagen de dieciséis años de duración que yo tenía de Raúl.  Adelgazó y se descuidó un poco en el vestuario.  De casa fue llevándoselo todo, hasta los discos de vinilo.

Debió creer que la cosa podía prosperar.

No sé que sucedió, porqué rompieron.  Lo hicieron cuando ya me había dado por vencida reconociendo que Claudia me caía bien, es una de esas personas que a todo el mundo le vendría bien tener cerca, aunque no tan cerca, claro.

Volvió con su cargamento de trastos y su mirada perruna, sin arrepentimiento, sin súplicas, pero con un innegable dolor en las pupilas.

Podría haberme atrincherado, pero no lo hice, podría haber crecido, hacerme fuerte, imponer nuevas reglas … pero no lo hice.

Volvió al hemisferio de las fotos y al no te vayas tanto de viaje de los niños.  Se sucedieron los cumpleaños, las bodas, el mus con los amigos, el sexo pálido y bochornoso que nos sobresaltaba en la noche cerrada.

Y tres años después de Claudia y esta vez sin explicaciones, todo por escrito, se marchó definitivamente, no con ella, no con nadie en un primer momento, por mucho que yo no diera crédito a que tuviera el valor de reinventarse solo.

Es mucho más humillante que te dejen a cambio de nada.

Hubo reparto de bienes, separación legal en condiciones bastante beneficiosas para mí.

Los niños están bien, mejor que él, que no puede evitar cierta melancolía en la mirada, cierta sombra de lo que dejó pendiente.

Comenzó a provocarme una total indiferencia desde el mismo instante en que salió por la puerta con las manos en los bolsillos y la conciencia vertida en unos miserables folios con los que aún creo toparme sobre la encimera de la cocina.

Desconozco lo que siete meses de su vida pudieron proporcionarle, comparados con toda una estructura familiar.

Los hombres tristes me dan grima.  Los hombres-suspiro.

Los hombres tristes y solos.

Porque aunque esté con otras no está con ella, que no lo esperó y pasea de la mano con un acompañante al menos diez años más joven que no parece haber dejado nada atrás, y si lo ha hecho ha sido sin deudas.

En cualquier caso y como lo conozco porque siempre hay una parte de los demás que dimos a luz, engendrada y alumbrada por años de convivencia, sé que supo, y aún sabiéndolo se fue, que no debía volver a buscarla.

Por eso su olor, algunas veces, lo rodea como si fuese una boa de siete metros que aprieta con fuerza, para dejarlo aterido y exhausto, a la deriva.

 

3 comentarios

Alina -

Se me agotan las palabras... cada relato es distinto y todos se parecen un poco. El estilo es único, tuyo.
Enhorabuena.

Pablo Aval -

Sigue dando un gusto tremendo pasarse por aquí para encontrate y leerte.

Carmen Frías -

Estoy de baja y tu blog me entretiene y acompaña. Una vez más, todo mi reconocimiento y admiración por lo que escribes.