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MARTES DE CENIZA

CELEBRACIÓN

CELEBRACIÓN

"Hay mujeres que arrastran maletas

cargadas de lluvia" (Joaquín Sabina)

 

-Yo no podría salir con un hombre que llevase peluquín, me daría cosa, que quieres que te diga, no podría evitar mirarle a cada rato el pelo postizo pensando: “¿qué esconderá ahí debajo? Hay que ver lo ridículo que está …”

 

Escucho a Hortensia hablar mientras moja los churros en el chocolate.

Tocamos a dos, pero si nos descuidamos la maraña de su verborrea nos deja sin nuestra ración.

Hortensia se quedó viuda hace cuatro años.

Se acortó las faldas y permite que sus nueras le embadurnen la cara sin compasión en un simulacro de adecuado maquillaje.

Excepto en los meñiques, luce anillos de oro en el resto de sus dedos: las alianzas de boda, los sellos de comunión de sus hijos, una sortija que se hizo con un pendiente roto…

Ella se lo pone todo, como si tuviese miedo a que se lo robaran dejándolo en el joyero de casa.

La disertación sobre peluquines varía el rumbo, le toca el turno a los dientes.

 

-No sé que es peor, que lleven fundas de oro en los colmillos o que te levantes por la noche al baño y topes con el frasquito de la dentadura postiza …

 

Hoy está especialmente dicharachera.  Y rápida.  Come, habla, gira la cucharilla, se limpia la boca con varias servilletas de papel dejando sobre ellas un rastro peculiar de carmín fucsia y chocolate.

Hortensia apenas sabe leer ni escribir.

Cuando se da cuenta de ello, cualquiera de las tardes en las que nos reunimos, por cualquier cosa, se repliega en la silla haciéndose pequeña y pasa desapercibida con el gesto de la niña a la que le han pinchado un globo.

Conocemos sobradamente la historia de su infancia, madre de sus hermanos pequeños, trabajadora en el campo como la que más, casada antes de cumplir la mayoría de edad con un hombre bueno como él sólo, pero parco en palabras, detalles y afecto, que no la dejaba llevar tacones ni ponerse bikini y que traía a casa un sueldo raso para seis bocas.

Murió y ella se quedó frente al espejo averiguando su procedencia de mujer sola, sin nadie a quien atender, con necesidades y miedos y días de fiesta por delante.

Casi le asustó un poco aquel poso de satisfacción en medio de su viudedad.

Pero salió a la calle como quien se atreve a cruzar una esquina después de un bombardeo y descubre que queda ciudad y queda vida.

 

-Las uñas de los pies, ya he cortado bastantes, no gracias, sólo de pensarlo… no ha nacido tío al que le corte yo ahora las uñas de los pies…

 

Nos reímos y ella se apoya satisfecha en el respaldo de la silla, animada por la acogida alegre de sus palabras.

Hoy es Jueves, normalmente solemos reunirnos los martes, pero hoy es el cumpleaños de Mercedes y nos ha invitado a esta chocolatería del centro.

Mercedes no salió de las clases de corte y confección donde nos conocimos el resto, llegó como por descuido, con sus botas altas y su larga cola de caballo, amazona silenciosa, una tarde de lluvia torrencial en las que fuimos a refugiarnos dentro de un mercado.  Olía a sardinas rancias, las baldosas blancas del suelo ennegrecidas, luz escasa.  El mercado sólo mantenía abiertos un par de puestos, y un  pequeño asomo de cafetería en una esquina al que nos abalanzamos sin pensárnoslo dos veces.

Las tres llenábamos toda la barra, que apenas sobresalía un poco del diminuto hueco en la pared habilitado como bar.  Una amalgama de estanterías con botellas, una cafetera y unas cubiteras componían el telón de fondo.

Parecía no haber nadie.  Aún nos asomamos de puntillas sobre la barra, como esperando encontrar a uno de los siete enanitos apilando cajas.

Nos sorprendió una voz a nuestras espaldas:

- Uy, creo que estas señoras necesitan un café con leche bien caliente…

Venía secándose las manos en una toalla de papel. Se coló dentro del puesto por una puerta minúscula a la altura de nuestras rodillas sobre la que no habíamos reparado, y sacó, no sé de donde, unas tazas de loza enormes y unas magdalenas deliciosas que nos sentaron de maravilla.

Es de esas personas que sin saber dónde estaban antes parecen incluídas en tu vida desde los inicios.

Al poco rato de haberla conocido resultaba una más, generaba una confianza tibia y asequible, como su café con leche y las migas sobre la falda de sus magdalenas.

De buen rollo, como dirían mis nietos.

Aunque nunca me han gustado las mujeres que pasada una edad determinada se dejan el pelo largo, con Mercedes es diferente, en ella todo parece adecuado.

 

-Mejor que no digas nada Hortensia, a ver si luego te echas un novio que cumpla todos los requisitos que detestas, mira que el amor es ciego …

 

Mercedes sabe de silencios y de cegueras, aunque le sonría a Hortensia con suavidad y picardía, aunque parezca que en esta tarde de primavera cuatro amigas toman un chocolate hablando de cosas triviales que no detendrán la rotación de nadie.  Porque se ha tirado la vida esperando que la eligieran, siendo reserva en el banquillo de las Navidades y en los meses de verano, esperando bajo las sábanas, en bata, casi siempre de noche, enroscada sin querer en el nido de las víboras.

Para que al final todo siga como empezó, tan cómodamente como al principio, es a ti a quien quiero pero vivo con otra, nadie cocina como tú, pero me como lo de otra, hay que ver qué manos tienes pero son otras las que se posan en la almohada de mis iniciales.

A estas alturas ya no hay más que llamar a las cosas por su nombre, pese a seguir deseándolas.

 

-Lo de menos son los complementos Hortensia, igual pelo y dientes son postizos y hasta hay que cortarle las uñas pero resulta ser un tipo extraordinario …

 

Sigue confiando Mercedes, estoy segura de que cree tener más tiempo del que le queda, un tiempo además fructífero, de bienes compartidos, con un sol de justicia.

Y qué más Reina.  ¿No ves que la palabra Justicia es un cebo vivo?, una de esas promesas de futuro que se esperan eternamente con la confianza del merecimiento.

La manzana que hay que morder con las manos atadas.

Una burda mentira para rellenar el sentido de la vida.

 

-No existen los tipos extraordinarios chicas, nos lo podrían haber avisado cuando vinimos al mundo, otro gallo nos cantaría ...

 

Trini está hasta el gorro del género masculino, “a mis años me he convertido en una feminista radical”, nos dice a veces con media sonrisa helada.  Ella, Reina en su día de los Cafés cantantes, y de ese género que comienza a caer en el olvido irreparable y consentido: las Variedades.  Sigue luciendo unas piernas casi perfectas, como lo eran cuando bajaban enfundadas en pantys de rejilla las escaleras y se sentaban sobre las rodillas de hombres elegantes que fumaban puros.  Los hombres le han regalado joyas, bombones, pasajes de avión, noches en hoteles de lujo ... pero nunca ha encontrado a uno con quien mereciese la pena envejecer. Alguien que le dijese: “Quédate conmigo”.

Si hubo alguno que trató de insinuárselo ella no se dio cuenta, y cuando quiso realmente que ocurriera las coordenadas del tiempo habían cambiado, se cerraban los teatros de siempre con sus letreros de neón fundidos colgando de las fachadas,  las cigarreras sin pensión y sin propina, furiosamente envejecidas, perecían solas en sus casas frente a estufas catalíticas y el mundo que se había jugado de madrugada a las cartas la leontina de plata del abuelo miraba para otro lado sin querer reconocerla.

 

-         Huyen de las dificultades y no tienen sangre en las venas ...

 

Fue madre soltera y  artista en una época en la que estaba mal visto ser cualquiera de las dos cosas, y ya no digamos ambas ...  cómo sacudirse luego el San Benito, desear una casa con ventanas llenas de geráneos, y pasear por la calle agarrada del brazo de alguien que le abriese las puertas de los cafés.

Néstor ya descubrió hace tiempo que Trini no era su tía, como le habían contado durante muchos años, sino su madre.  Viene a verla a menudo y le envía flores por el Día de la Madre, pero a ella le parte el pecho que la siga llamando por su nombre de pila.

 

-Tú sí que has sabido hacerlo Olvido... enganchaste a uno de los buenos.

 

Reímos todas.  Pido un vaso de agua, se me ha quedado la boca seca.  Hace más de cuarenta años que me casé con Paco y no he amanecido a un solo día de mi vida en el que no me haya arrepentido.  Publicitariamente hablando es un hombre cordial, con don de gentes, honesto y cabal.  De puertas para a dentro es un ególatra depresivo que no soporta que nadie respire más fuerte que él.

Había decidido abandonarlo cuando me quedé embarazada de Nicolás y un año y medio después de Verónica.  Me refugié en los críos como la avestruz que entierra la cabeza, pero los niños traían una hermosa vida de seres dispuestos que me ofendía.  No sé porqué, pero me resultaba insoportable su alegría desbordante sobre todas mis heridas, sus amistades nuevas, los saltos de trampolín de su libertad.

Y les corté las alas siempre que pude, procuraba que bajasen de golpe de las nubes a las que solían encaramarse.  Vuestro padre es así, chicos, mirar mi cara, mirar a todas las mujeres de mi edad que en nada se parecen a mí, mirarlo a él y compararlo con el resto de padres, tenemos una vida gris de ratones asustados, aunque os inviten a fabulosas fiestas de cumpleaños y siempre llegue el verano.

Moraleja: mis hijos, hoy ya padres, me detestan.

Cumplen con sus obligaciones básicas y sus visitas apresuradas.

Se me ha olvidado cuando fue la última vez que me besaron.

De nada serviría decirles que jamás pretendí que las cosas salieran así, yo quería, como dice la protagonista de “Cosas que dejé en La Habana”, una vida bonita, con álbumes de fotos y vacaciones en Roma, un vestidor enorme y un hombre que además de darme de comer me regalase violetas.

Ni siquiera la infancia tiene el control remoto de las cosas.

La historia no funcionó para nadie y todos perdimos.

Se nos notan en la cara las apariencias y lo que hubiera podido ser.

Aunque yo procuro disimular, mirar todos los días de frente, pagar con la tarjeta de crédito, ser la señora de tal.

Esta tarde, antes de venir a la reunión con mis amigas y sabiendo que no la cambio por nada,  con su cara mortuoria me ha pedido que no me fuera, que si un dolor en el pecho, que si me cuesta respirar, que si me meto en la cama ... me he arreglado rápidamente y ya con las llaves en la mano he oído como tiraba las cosas que había sobre la mesilla al tratar de incorporarse.  He cerrado la puerta y al entrar en el ascensor le he oído gritar mi nombre.

 

-         Seguro que después de tantos años ya no lo cambiarías por otro, os conocéis tanto...

 

Lo conozco lo suficiente como para saber que esta vez iba en serio.

Vamos a cantarle el cumpleaños feliz a Mercedes.

Brindemos.

Posiblemente mañana comience el resto de mi vida.

 

4 comentarios

Ramón -

¡Joder, Puri! ¿Cómo lo haces?

Gustavo Alier -

Has cantado Bingo... te mereces un blog más profesionalizado, más de escritora que es lo que eres por mucho que te empeñes en parecer lo contrario. Con este realto...¡¡BINGO!!

Yolanda Torrejón -

Sigo tus escritos, tu poesía, tus relatos llenos de gente próxima, de empatía, tan hermosamnete escritos... ¿publicar para cuando?

Katia Mejorada -

Genial! Qué perfiles de mujer más bien trazados... una vez más mi admiración.