DE CUANDO JUAN MANUEL Y MIGUEL CANTARON JUNTOS
Era 13 de Octubre. Berta había sacado las entradas por Internet y Daniel se sentaba por primera vez junto a nosotras a ver a Serrat, con más curiosidad que otra cosa, después de tanto oirme hablar de él y poner en casa sus canciones. Celebrábamos todos el centenario del nacimiento del poeta, que trabajó sus versos como trabajó la tierra y la esperanza, hasta el final mantenida.
Pocas cosas hay que me emocionen tanto como la poesía y las canciones de Serrat, y anoche ambas se combinaron, así que poco objetiva puedo ser, y tampoco lo pretendo. Cuando la acomodadora nos situó en primera fila nos miramos alucinados y satisfechos... ¡teniéndolo tan cerca tuve que contenerme varias veces para no transformarme en una fan histérica!, porque al fin y al cabo a Serrat le debo, entre otras cosas, haber sido un bicho raro y querer seguir siéndolo (ahora ya no se me nota mucho, pero cuando cantaba sus canciones y los boleros de Los Panchos con trece años en mi casa consideraban que estaba de atar, y no andaban desencaminados).
Cuando pisó el escenario, el público, como de costumbre, ya estaba entregado y lo recibió con una ovación sobria y respetuosa. Uno tras otro y con su personal estilo fue desgranando los poemas musicados que componen "Hijo de la Luz y de la Sombra", disco por empeño que secunda al que, treinta y siete años antes, abrió la combinación Hernández-Serrat permitiéndonos conocer, más y mejor, al poeta de Orihuela.
Avisó de que se trataba de un concierto cerrado, dedicado al centenario del nacimiento de Miguel Hernández, que nada tenía que ver con su discografía habitual. Aún así la gente le pedía a gritos en los bises "Palabras de amor" o "Mediterráneo". Pero sonrió como sólo él sabe hacerlo y nos regaló un sólo bis, "Dale que Dale", que en el disco que nos ocupa canta junto a Miguel Poveda.
Yo creo que ambos anoche encontraron su sitio. Miguel y Juan Manuel dieron sentido a sus vidas, una vez más, juntos, uno a través del otro. Y comprendimos y sentimos el encierro y la pena del poeta, su hambre, su pobreza, su amor y como decía al principio su esperanza, siempre su esperanza. La memoria histórica tuvo un espacio de lujo para reivindicarse desde la necesidad y la elegancia.
Cuando salimos, Daniel, cansado del ajetreo de las Fiestas en las que nos hayamos inmersos (porque no hay que detenerse más que lo imprescindible cuando la vida está en la calle) hacía señales de aprobación con el pulgar de la mano derecha hacia arriba, "me ha encantado", sentenció. Y espero que mi objetivo de regalarle un hermoso recuerdo se vea cumplido.
A Berta darle las gracias porque a pesar de los pesares que inmerecidamente la rodean estuvo con nosotros anoche, cuando Juan Manuel y Miguel estaban tan cerca que les podíamos ver las arrugas de las manos, y ese brillo en la mirada de quien no pierde la fe en el ser humano.
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