UN CUENTO CHINO
Sebastian Borensztein, Ricardo Darín y Huang Sheng Huang consiguen, el primero como director y el resto como actores principales, contarnos exactamente la historia que querían contar, accionando los resortes adecuados, utilizando en su justa medida la comedia, la sorpresa, la ironía y el azar para elaborar un mensaje diáfano, enternecedor, ameno, pero no por ello menos directo al corazón.
Personajes abocados a la soledad, condicionados por un pasado que nunca deja de serlo, que los cubre de miedos y de prejuicios, arrinconándolos. Nos recomienda el director que nos situemos ante la película como ante un cuento o una leyenda, y es fácil, aparentemente una historia sin complicaciones, con una linea argumental basada en un problema momentáneo, en algo que ocurre del mismo modo que termina y a otra cosa, a seguir en sus puestos. Pero nada queda igual.
Después de los primeros planos de Ricardo Darín, que acoge en su casa a un chino que se ha perdido, que no habla nada de castellano y que sufrió un terrible accidente a causa de una vaca que cayó del cielo (basado en hechos reales), nada queda intacto. Esa mirada de revolucionario cansado, que tanto puede cambiar de Kamtchatka a El secreto de sus ojos o a Luna de Avellaneda nos transporta directamente a la autenticidad de lo que estamos viendo, es cine.
Las salas Renoir en Zaragoza se dedican a la proyección de esas películas nada comerciales que no empapelan la ciudad con sus carteles, pero que cuentan con un público fiel, dispuesto a arriesgar y a dejarse atrapar por historias en apariencia pequeñas, sin ruido, que abren la caja de sus vientos y nos convierten en apasionados cinéfilos.
"Un cuento chino" es, en palabras de su director, totalmente confirmadas después de habernos sentado a verla, una película carismática que conecta con el público.
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Ramón -