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MARTES DE CENIZA

"NO ÉRAMOS NADIE"

"NO ÉRAMOS NADIE"

 

Después nos hemos vuelto a ver alguna vez y siempre igual,

como dos extraños más que van quedándose detrás

( “¿Lo ves?” Alejandro Sanz)

 

 

Mi hija no nacida se llamó Vania.

Vania efímera.

Vania llave de secreto.

Vania imposible.

Quizás la única explicación a una muerte súbita en el último mes de embarazo fuera esa, la imposibilidad de un alumbramiento concebido para retener a su padre.

Se iba yendo de a poco, yo ya lo sentía fuera estando en mí, lo veía afeitarse frente al espejo con esa conformidad lechosa y sin ruido que en nada tiene que ver con el amor, y tuve que apresurarme.

Sabía que era un tipo honesto y responsable en exceso que no me abandonaría.

Y no lo hizo.

Aunque tuviera preparada la salida y hubiese conocido a otra que no le sabía a pan de ayer.

No me arrepiento. Tenía que utilizar todos mis argumentos. Aunque finalmente las cosas no salieran como esperaba llegué hasta donde pude.

Él hubiese continuado a pesar de la cuna vacía y el rosa de las paredes, habría permanecido. Pero no se lo permití.

Sobre la pena no se ama.

Era bonito el nombre de mi hija fallecida sin haber vivido.

Vania del agua que no ve la luz.

Vania dedos marchitos.

Vania sólo nombre.

Nos regaló una prórroga para recuperar la fe, un tiempo extra, una mirada nueva. Nos convirtió en padres repentinamente, miembros de un mismo proyecto... compañeros. Desplegamos la mesa del futuro llena de trazados multicolor.

En las terrazas del último verano, tomando helados de madrugada, hablábamos de colegios con y sin uniforme, de clases extraescolares, malas compañías, tartas de cumpleaños y la hora de vuelta a casa.

Parecía posible.

Olía a futuro desde el acantilado.

Pero Vania se durmió para siempre allá dentro, sin más, ni un solo abrir los ojos para reconocernos en ella.

Los años han volado precipitándose sobre aquellos planes que parecen papel amarillo de una vieja novela, inverosímiles y lejanos, secuestrando la vida que podríamos haber vivido, mudándonos la piel para seguir soportándonos.

No tuve que repetirle que se fuera.

Estás libre.

Tu hija inteligente ha abierto la puerta de la jaula.

Vuela.

Sentí de lleno la burla de la ficción. Como se reían de mí las toallas que no se usaron, las sábanas nunca desplegadas, el carrusel que no giró.

Un museo de los horrores instalado en mi alma por hacer trampas.

Me llamó tantas veces como no le respondí y tardó en cansarse.

Era cuando me jodía que fuese legal, atento, responsable, cuando quería romperle a tiras la cara para gritarle idiota, idiota, más que idiota, no ves que quise encadenarte para que no huyeras, que me lo jugué todo a la carta más alta, que esto era un secuestro en toda regla ... Aunque en el fondo tuviese claro que él no necesitaba ninguna explicación porque ya sabía.

Vania linda niña imaginada.

Vania de esperanza.

Vania ausente.

Tras el desahucio de mi barriga supe que ya no quería retenerle, así no, las deudas de la tristeza y la miseria de una pérdida son cadenas de penitente. Rumores eternos.

Frente a frente, sin jardín, sin aprender de una Vania a la que darle la mano, ya no éramos nadie.

Él pudo trazar en paralelo, asaltar caminos que le permitieran ser otro.

Por terceras personas sigo sus huellas, difusas a veces, espaciadas en el tiempo.

Se casó y tuvo dos hijos, fue capaz de soportar el pasado como un caparazón del que uno se libera a veces.

Que rabia me daban su alma y sus raíces, esa manera de andar por la vida sin desear esconderse en callejones oscuros o bajo tapas de alcantarilla, a pecho descubierto, parándose ante los escaparates, escuchando canciones, haciendo cuentas y decorando la habitación de sus hijos...

Qué rabia.

Yo no pude avanzar.

Me faltaban cimientos y lo había hipotecado todo.

Utilicé todas las armas, todos los puñados de arroz de la despensa.

No había más donde buscar.

Y me dejé arrastrar por la corriente hacia cualquier margen del río.

He descubierto que uno puede pasarse décadas enteras sin asomarse a un verano.

Tras una puerta atravesada por el mundo que no se percata de su presencia.

Son inocuos los días, fiebre de otros.

El otoño ha comenzado deprisa y en el cementerio trata de resistirse a lo desapacible repartiendo efímeros rayos de sol. Es temprano y montoncitos de hojas se enredan entre los pies. Los muertos que no nacieron también tienen su espacio aquí, el mármol brillante de las lápidas, la ausencia de fotos porque nunca supimos como fueron, si mostraban un lunar inequívoco o tenían hoyuelos en las mejillas. Siempre me ha parecido que el nicho de Vania le concede más tiempo del que tuvo, curiosamente la inmortaliza. Tener una lápida constata la existencia. Quiere decir que en algún momento hubo un proyecto, una respiración, una posibilidad de ser feliz y creer en las cosas.

Está limpio el nicho de Vania, limpio y brillante. Alguien además de mí se preocupa por ella, por no olvidar que lo sucedido nos convierte en sucesores.

Hoy hace doce años que falleció mi hija no nacida. He venido temprano para evitar el contacto con otras tristezas que pretendan ser solidarias. La gente es capaz de cobijarse sin pudor en la boca de tu estómago.

No quiero para mi hija flores de muerto, retiro las que tiene y coloco mis tulipanes. Las flores blancas, de tallo largo, los lirios, los crisantemos, son flores de muerto.

Es difícil acertar sobre lo adecuado de las flores para una hija no nacida.

“Hola, Susana”

Antes de incorporarme y querer escabullirme sabiendo que resulta imposible, reconozco esa voz, el espacio de esa voz en mi vida, como lo seguiré haciendo por el resto de los siglos. Las voces no envejecen, se disecan, aguardan.

Los hombres no, este usa gafas y las entradas en su cabeza hablan por sí solas. Está como si hubiésemos retocado una foto tratando de envejecer al personaje.

“¿Qué tal Rubén?”

Nos estudiamos detalladamente unos segundos, buscando las palabras precisas para no violentar más el momento ni el lugar, tarea difícil.

Trae en la mano un par de claveles blancos. Instintivamente, sin pensarlo, les parto el tallo y los coloco junto a mis tulipanes.

Después el se acerca al nicho y roza tímidamente con los dedos el nombre de Vania.

Caminamos calle abajo como si hubiésemos planeado este encuentro no elegido.

Reconozco en sus zapatos al hombre por el que luché, esos zapatos de piel clara, con cordones, tan adaptados al pie...

Se va deprisa, hoy el mayor juega un partido y todavía tiene que pasar por la oficina, ¿Cómo te va?, me pregunta, no me quejo, la vida me ha dejado en paz... Junto a su coche la mañana aún no ha despegado en plenitud, me aprieta suavemente el brazo, me alegro de verte, no sabes como me gustaría poder decirte lo mismo.

Arranca y se aleja, lo esperan los tiernos abrazos de su realidad.

He tardado doce años en entender que lo conseguí.

Vania y el lazo inquebrantable.

Vania y las deudas.

Uno pertenecerá siempre a lugares y nombres, con su memoria turbia y las cosas que no deberían haber sido. Aunque no quiera.

Uno habita el pasado por la imposibilidad de destruirlo y para hacer más llevadero el presente.

Vania no nos miró, pero construyó personas a raíz de su ausencia.

Hoy me he dado cuenta que la muerte no sucede porque sí.

Ni se queda quieta.

4 comentarios

Nerea Belaza -

Me ha resultado duro y amargo, pero está escrito con gran belleza... dentro del blog hay otros realmente extraordinarios, como "Libélulas de otoño". Enhorabuena.

Carmen Frías -

Por momentos una prosa poética extraordinaria.
Enhorabuena.

Shey -

Cuanta tristeza, cuanto pasado... cuanta vida.

cadenadeochos.blogspot.com -

"... construyó personas a raíz de su ausencia".

Precioso.