MADRID
Escribía Dámaso Alonso (Madrid,1898-1990) en su poema Insomnio: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres...", allá por 1944 en plena y doliente posguerra.
Hasta hace poco yo he estado en la capital de paso, un Madrid subterráneo que se enrama entre estaciones de tren y autobús pareciéndose a cualquier caos. Es verdad que uno siente las ciudades según su ánimo en ese momento, como los libros que en una etapa determinada nos sirven de apoyo y referencia y leídos años después nos defraudan. Será que cambiamos mucho más de lo que es previsible, que nunca somos los mismos, o que todo nos afecta demasiado, tanto como para condicionar las impresiones.
El caso es que a mí me ha ocurrido a la inversa de lo que comentaba respecto a la literatura (Juan Salvador Gaviota, El Principito, algunos poemas de Neruda...). De pronto, tanto tiempo después de conocerla como estudiante, o como Educadora de adolescentes, o por esa obligación opresiva de tener que pasar unas horas sí o sí por enlazar transporte hacia otro lugar, Madrid me ha parecido una ciudad dispuesta a conquistar a cualquiera por derecho propio, pese a los millones de personas y mundos, más o menos infrahumanos, de los que hablaba Dámaso y que se ven echando un vistazo en la boca del metro o en cualquier Avenida. Supongo que Madrid no tiene la culpa de ser Madrid, tan absolutamente epicentro de la realidad social, tan supercapital para los que venimos de provincias con ínfulas, pero de provincias al fin y al cabo... Donde yo vivo es habitual ver a personas leyendo en el autobús o en el tranvía... allí lo anómalo es el que no lo hace, aquel que no tiene la novelita sobada entre los dedos, el ebook de última generación, el último best-seller de perfecta encuadernación saliendo de una mochila... De repente Madrid no dejó de parecerme una jungla, pero me topé con su cara amable, tuve un hueco en su sol.
Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal,
¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?
Cuando la ciudad pinte sus labios de neón
subirás en mi caballo de cartón.
Este fragmento de la canción de Sabina, Caballo de cartón, nombra las estaciones por las que pasábamos en nuestro trayecto desde Tetuán al Centro. Ya digo que fueron unos días benévolos, en los que Daniel, con esa facilidad que tiene para el entusiasmo ("Que buena es la buena vida", frase acuñada por él cuando disfruta, desde lo más pequeño a lo más grande) abrió bien los ojos y los oídos y nos contagió, pese a las grandes caminatas y al frio, seco, eso sí, un frío que te deja vivir... hasta los leones del Congreso custodiados por guardias de seguridad me cayeron bien, y como no la transito a diario no me importó dejarme arrastrar por la marabunta de la Calle Preciados. Algunos mimos de la Puerta del Sol, como otros de las Ramblas de Barcelona, son absolutamente geniales.
Madrid nos permitió aislarnos, curiosamente. Nos dejó perdernos, buscarnos y regresar. Tuve que visitar el Bernabéu, cierto, todo hay que reconocerlo... pero también estuvimos en El Prado (esa entrada, no hay otra entrada igual en el mundo), y en Gran Vía, y en el Madrid de las letras, y sobre todo, sobre todas las cosas del mundo, en esa Cuesta de Moyano con los libreros de lance (parece ser que el ayuntamiento pretende sacar a concurso la gestión de los puestos porque se ha descubierto lo rentables que serían ahí, en pleno centro y junto al Retiro, unas terracitas de bar con su cerveza dominical... Sra. Doña Ana Botella, no le reste dignidad a Madrid, ni clase, y no es que yo esté en contra del gremio hostelero, ya me disculparán, es que en Moyano se concentra el Universo)
Hay que regresar a las ciudades, a los lugares, para descubrir sus muñecas rusas, lo que un día nos perdimos o no fuimos capaces de ver... y que la vida nos sorprenda en cualquiera de sus esquinas.
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