EL INVIERNO EN LISBOA
Pocas cosas ocurren exactamente como las imaginas. Pocos lugares se corresponden con los que soñamos. Quizás porque una cuesta poblada de libreros tiene poca trama interpretativa, o porque gente bien querida me había hablado de ella, el caso es que la Cuesta de Moyano no me defraudó, era tal y como la esperaba, con el punto exacto de luz. Y a las yemas de los dedos afloraron esa ganas de buscar y seguir rebuscando entre los títulos, convencida de encontrar más de un tesoro de los que te llaman, te buscan y te encuentran a tí. Por eso una de mis asignaturas pendientes no tardó demasiado en aparecer. Creo que hay que leer más de una obra por autor para averiguar si te engancha o no. Sólo una de sus historias es jugársela demasiado, puede depender de tantas cosas que no es justo condenarlo al ostracismo por la primera experiencia... o sí... existen primeras experiencias (véase literarias) que lo que menos invitan es a reincidir. El caso es que a mí Beltenebros (1989) no me gustó, ni el libro ni la película dirigida por Pilar Miró, nunca he sido muy aficionada al cine negro ni a los espías, ni a los polis corruptos y las rubias desencantadas en moteles de carretera. Muñoz Molina (Úbeda, Jaen, 1956) se me quedó en el imaginario como ese director del Instituto Cervantes en Nueva York, casado con Elvira Lindo (Cádiz, 1962) y Premio Planeta por El Jinete Polaco. Un autor de los que hay que leer, pero que inevitablemente relegas.
Hasta que el sol de Enero en la Cuesta Moyano y un montón de libros apilados me buscaron, y en la contraportada de uno hay escrito un número de teléfono al que nunca llamaré, es de un verde desgastado, editorial RBA y se titula "El Invierno en Lisboa".
Traté de hacer bien los deberes y la novela me conquistó desde el primer momento. Sonaba a lo que quiere sonar. A música de Jazz. Hasta puedo oler el humo de los cigarrillos de los clubes nocturnos que tan bien describe. Y sí, hay mucha noche, mucha extorsión, mucho amor canalla, amores inquebrantables a la par que imposibles y únicos. Alcohol, amistad, incondicionalidad, recuerdos, hostales inmundos, persecuciones, muerte y vida o muerte en vida, el ayer y el hoy como sinónimos, como enemigos que tratan de huir el uno del otro sin conseguirlo. Pura novela negra, sí, pero magistral, desgarradora y poética.
"Nunca dejaba de buscarla y casi nunca pensaba en ella. Del mismo modo que a Lisboa la niebla y las aguas del Tajo la aislaban del mundo, convirtiéndola no en un lugar, sino en un paisaje del tiempo, él percibía por primera vez en su vida la absoluta insularidad de sus actos: se iba volviendo tan ajeno a su propio pasado y a su porvenir como a los objetos que lo rodeaban de noche en la habitación del hotel. Tal vez fue en Lisboa donde conoció esa temeraria y hermética felicidad que yo descubrí en él la primera noche que lo ví tocar en el Metropolitano. Recuerdo algo que me dijo una vez: que Lisboa era la patria de su alma, la única patria posible de quienes nacen extranjeros." (Pag. 123 "El invierno en Lisboa")
Premio Nacional de la Crítica y Premio de Narrativa en 1988 esta novela llega, como tantas otras cosas pendientes, tarde a mi vida, pero no por ello menos deslumbrante. Es estremecedor el transcurso del tiempo en ella, el compás de los perdedores, personajes absolutamente vulnerables, solos, y bellos.
En este caso más vale tarde que nunca. No he de ver la película que Jose Antonio Zorrilla dirigió en 1990, pese a estar protagonizada entre otros, por Eusebio Poncela. No por nada, sólo, si me permiten, por mantener la magia.
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