RELATO CORTO DE VERDAD
El relato breve le está tan vedado a mi capacidad escritora como la novela.
Me encantaría escribir cualquiera de las dos cosas, mirarlas desde lejos con orgullo y sacarles brillo con el antebrazo, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.
Cuando me pongo a escribir me enredo en detalles, consigo, eso sí, no me quejo, contar las cosas como me gustaría que me las contasen a mí, y llega un momento del proceso en el que me entra pánico a resultar tediosa, y entonces me apresuro por terminar, y claro, "ni chicha ni limoná", muchas veces algo parecido a lo que podría haber sido y no fue.
No quiero parecer lastimera, simplemente me gustaría ceder espacio a las escritoras y escritores que entienden de justas medidas y golpes de efecto, cuentistas casi perfectos, como Carlos Castán (Barcelona, 1960) profesor de instituto en Zaragoza, grande como pocos en el arte de narrar en un tiempo record lo que a otros nos perdería en el inframundo literario de las divagaciones.
Os lo prescribo.
"Los hados propicios"
La mañana era sucia y medio lluviosa. Ahora daba vueltas a su café sobre el mostrador de zinc de un bar perdido en cualquier calle. La noche había sido sudorosa y larga, llena de sueños trabados y vueltas en la cama, y otra vez se le había metido dentro esa bruma amarga que le impedía pensar con claridad y lo convertía a sus propios ojos en la figura solitaria de una gris acuarela. La tristeza se le atrincheraba dentro y le faltan las fuerzas para hacer frente a los días, vencido prematuro, propenso a morir.
A través de las cristaleras vio de repente a una mujer joven y bellísima. Debía de estar embarazada de seis o siete meses y su mirada estaba hecha de luz. Pensó por un instante que todo valdría la pena si la tuviese a su lado, envidió con todas sus fuerzas al padre de aquella criatura que crecía en su vientre, bajo el vestido azul.
La muchacha parecía caminar en busca de algo. Cuando lo vio en el interior del bar se acercó hasta él, que, sentado en lo alto del taburete, sintió un temblor en su corazón. "Otra vez lo has hecho, cariño, no te tomas las pastillas que te dio el doctor para la amnesia, te largas por ahí sin dejar aviso, un día de estos te perderé".
Carlos Castán (del libro Sólo de lo perdido)
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