"LA NIEVE ESTÁ VACÍA"
"Era ese momento en el que se apaciguan las luces y se sofocan los ruidos; los comercios empiezan a cerrar y en las casas hay fuegos encendidos y bañeras llenándose, hay hombres silenciosos en mangas de camisa, hay líquidos que hierven y mujeres cansadas, hay niños que se quitan despacio un uniforme."
Página 125 de "La nieve está vacía" (Benjamín Prado, Espasa Calpe, 2000). Las descripciones tienen el punto meticuloso del gran observador, son minuciosas, detalladas, precisas y envolventes. Con las novelas de este autor siempre tengo sensación incompleta, por una parte me parece un gran narrador con fragmentos de una estupenda prosa lírica, por otra resulta inasible, cogido con pinzas, poco hecho. En esta novela que acaba de reeditarse por Punto de Lectura la trayectoria de los personajes y la trama mejoran con el tiempo, adquieren peso, pueden verse desde la ventana. Tres amigos, tres formas de ser, de entender la vida y apostar por ella.
"Muy poco antes había estado lloviendo, de modo que la ciudad aún mostraba una extraña combinación de aceras húmedas y calor sofocante cuando uno de nosotros tres salió anoche de su casa, alrededor de las once y media, para matar a Laura Salinas"
Así comienza "La nieve está vacía", con tintes de novela policíaca y poca presunción de serlo. Una buena narración con un final sorprendente que se centra principalmente en el tejido emocional, la piel del sentimiento que se eriza por una mirada, por un recuerdo, por una imagen, por una trampa. Hay trampas sí, de las peores porque no se intuyen, inimaginables.
¿Somos responsables de lo que provocamos? ¿Quien mide la conciencia? ¿Existe la pena o sólo es un sentimiento transformado?
Todas estas preguntas quedan, como migas sobre el mantel, tras leer la recomendable historia de Benjamín Prado. Una de esas, breves, intensas, borrascosas por momentos, que pueden leerse en el autobús y acompañarnos dentro del bolsillo.
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