SE NECESITAN BOTAS DE AGUA QUE ME SOPORTEN
Era invierno sin contemplaciones.
Aquella mañana también.
Incluso llovía.
En la ciudad, la lluvia siempre resulta inoportuna.
Las calles olían a plomo, y aunque apenas había comenzado, aquel ya parecía un día vencido. Brotó en mí el deseo compulsivo de volver a casa, bajar las persianas y meterme en la cama hasta que saliese el sol, pero hace ya tiempo que tengo domesticado al deseo.
Me detuve en los cruces a mirar las puntas empapadas de mis zapatos. Unos pies húmedos pueden suponer el principio pequeño de un fin pequeño, algo más que un contratiempo y menos que una ruptura, cercano al desamparo.
Levanté la vista un instante en el que el agua colgaba de mi flequillo y me topé con el umbral de tu sonrisa. Estaba ahí. Junto a la ventanilla del autobús, seduciendo a alguien, las coordenadas exactas, el eterno dibujo.
Porque con el tiempo, los muros, los caminos y hasta las palabras se desvanecen, mientras algunos reductos permanecen inquebrantables, garantizando el pasado como un pedazo de tela prendido en una rama.
Era el umbral de tu sonrisa viajando en autobús, a pocos metros de mí, separado por un cristal donde los niños escriben sobre el vaho su nombre del revés.
Cambió el semáforo. Sonó un claxon y luego otro. Hubo un amago de caos urbano en la mañana recién estrenada. El autobús pudo avanzar con tu presencia dentro, con tus gestos de hombre convencido, con tus manos tercas, desprendidas de tiempo.
Alguien me empujó. Pisé de nuevo otro charco. Qué poco pesa un cuerpo con memoria, qué fácil se maneja, se aparta de la circulación.
Memoricé de repente la lista de la compra, la agenda del día, las pequeñas tareas pendientes que te conducen al decorado de la verdad, que se parecen a una casa, a un perfil frente al espejo, a un carnet de identidad. Y me puse en marcha como un muñeco de cuerda.
El umbral de tu sonrisa me sirvió para dejar de contar con los dedos.
Para relativizar la lluvia.
Para pensar que todo está bien mientras sigas sonriendo igual.
Hace tiempo que no te extraño, que no te echo de menos, y ese ejercicio físico y matemático descarta el factor sorpresa, la brusca mañana de invierno, la lluvia que me oprime en la boca del estómago y se mete a revolver mis trasteros.
Verte es que existas. Que en alguna parte alguien te esté esperando y sepa de tus manías, que programe un reloj de cocina y unas vacaciones azules, con mar, y pies pequeños envueltos en sábanas blancas.
Recordar lo que no fuimos se parece a lo que somos, a nuestro sitio.
Al mío le hacen falta como el comer unas buenas botas de agua.
2 comentarios
nK -
cadenadeochos.blogspot.com -
Podría hacer un diario sólo con frases sacadas de tus textos...