LA PENA ES CLAUSTROFÓBICA
Esta entrada ha de servirme a modo de "espantapenas".
Al fin y al cabo los blogs personales tienen un marcado carácter terapeútico, y sirven de "tragasables" y hasta de "escupefuegos".
Vivan las palabras compuestas.
Los días que empiezan con sol.
La escritura quirúrgica, paliativa, postoperatoria.
Mi padre siempre anduvo cargado de tristeza.
Bien por ser un niño de la guerra, o porque la tristeza es una depredadora que si te elige no te suelta, o por las dos cosas, mi padre siempre fue una persona triste y difícil. Cuando se saturaba dejaba de hablarnos a todos.
Trabajaba muchas horas. Muchísimas. Todas las que podía, no le gustaban los actos sociales, los encuentros familiares ni los viajes.
Aprendió una caligrafía pulcra y laboriosa con un maestro de escuela rural que desapareció durante la guerra. Mi padre fue poco tiempo a la escuela, tuvo que aprender a ser pastor de cabras, a perderle el miedo al monte y no demostrar debilidad alguna. Eran muchos bocas en casa y su padre estuvo largo tiempo encarcelado por no ser de los que mandaban. Mi padre tiene una hermana que se llama Librada.
Su infancia se abre paso a zancadas en su memoria para seguir representando miseria, represalias, angustia, ajusticiamientos, fosas comunes desde la mirada de un crío que se escondía entre los pinos.
Aquel chaval de ojos bien abiertos educado en el silencio y al mismo tiempo en una sorda rebeldía sobrevivió como pudo, tratando de hacer las cosas bien, intentándolo siempre.
Mi padre ha sido mucho mejor abuelo que padre (creo que eso les ocurre a unos cuantos), y en esa experiencia he tenido la oportunidad de conocerlo por segunda vez, y descubrir cosas que me gustaban, cómo que se puede cambiar si la recompensa lo merece, que siempre se está a tiempo.
He pasado tres días completos con mi padre, la enfermedad que le detectaron hace unos meses agrava su deterioro cognitivo, convirtiéndolo en un ser vacilante que se pierde en una casa sin pasillo.
Mi padre sigue intentándolo, pero ya no hay más tablones en medio del océano, ni chalecos salvavidas. Su cotidianidad viene determinada por el horario de sus pastillas, las comidas (todo se lo come, sin excepción, en el momento que sea) y unas noches cargadas de pesadillas y alucinaciones. Necesita todo el afecto que nunca pidió, todos los cuidados, su flamante independencia se fue con el de siempre, otro ser distinto a este que confunde las palabras y nos mira sin comprender.
Convivir con él ha sido detestar la vida. Y entenderla.
La justicia es una fantasía.
La salud está en la cabeza, lo juro, el timón es la cabeza... no es lo mismo leerlo, comprender la teoría, que tenerla sentada a la mesa.
Mi padre ha sido criador de perros y la última que tiene en casa duerme pegada a su lado o sobre sus pies. El animal conoce a su amo mejor que nadie, huye de él (aunque sin perderlo de vista) en sus peores días. Permanece.
Debemos aprender de los animales.
Intentar al menos que la tristeza y la agonía no se nos coman. Son titánicas.
Me gustaría reivindicar desde aquí (como si sirviera de algo, pero los diarios son lo que son, puro exorcismo) un trayecto final de la vida con menos pena en el alma, porque el enfermo sabe que está enfermo y se deja envolver por ello, y cada vez se queda atrás, más atrás... el último.
Perdonarme si en esta ocasión más que en cualquier otra el relato puramente literario ha sido sustituído por esta historia cotidiana que afecta a tantas personas y familias. A mí me mueve los cimientos porque es, con todo, el único padre que tengo.
3 comentarios
Shey -
nK -
mibibliotecasevallenando.blogspot.com -
Aferrate a las letras, a este blog, a tu gente, que somos muchos.