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MARTES DE CENIZA

"EL DESVÁN DE LOS CUERPOS TRISTES"

"EL DESVÁN DE LOS CUERPOS TRISTES"

“Jardín de mi agonía

tu cuerpo fugitivo para siempre”

(“Gacela del amor imprevisto”- Federico García Lorca)

 

Mi hermana Marta está llorando.

Marta llora.

Lo sé porque descuelgo el teléfono y escucho un sollozo ahogado y quebradizo, como de rama partida.

Y nada más.

Sólo ese sonido agónico que se le escapa sin querer.

No le pregunto qué le ocurre porque ya lo sé.

La dejo llorar, dicen que es bueno.

Aunque luego se te queda un agujero profundo en el pecho a través del cual pasa el aire.

Es un vacío que duele.

Quedarse seca duele.

De niña Marta no lloraba nunca, era fuerte, aguantaba la ira a punto de derramarse, los tirones de pelo, las burlas de otros niños sin soltar una sola lágrima y dedicándoles una mirada venenosa.  Más de una vez me defendió a bofetadas en el patio del colegio.  Volvíamos a casa despeinadas y sucias, pero satisfechas.

Lo que es de ley es de ley.

Luego crecimos.

Y no sé por qué, pero todo se puso como del revés, ya no servían los mismo mapas de carreteras, se apagaron las libélulas.

Marta terminó su carrera universitaria con unas notas brillantes, su título preside una pared del salón en casa de nuestros padres.  Un título enorme, con una moldura a mi parecer excesiva, que mi madre limpia y repasa semanalmente.

Tenía planes, quería viajar, compartir despacho…

Pero conoció a Germán y su vida de posibilidades se redujo a una, convertirse en un apéndice suyo, resultarle tan imprescindible como su hígado.

La niña que jamás leía novelas de amor se convirtió en la princesa encerrada en la torre, sufría si no la llamaba y según el tono de voz que él emplease al llamarla, sufría si se retrasaba, si llovía o se cancelaban los planes, si él debía trabajar más horas o quedaba con algún amigo…

Perdió peso.

Le pregunté si merecía la pena esa dependencia.

Me dedicó una mirada fría cargada de desprecio acompañando a lo que podría haber sido media sonrisa :

“Tú que sabrás”

Es cierto.

Nunca he llegado a entenderlo.

En estos diez años Germán se ha ido de casa, ha convivido con otras mujeres, una de ellas tan estable en el tiempo, tan paralela, como mi hermana, pero fue con Marta con quien se casó y es junto a ella donde siempre vuelve, como gato magullado cansado de vagabundear.

Una vez le dije que necesitaba ayuda.

Comíamos el puré con picatostes especialidad de mamá.

En la calle soplaba un viento que tumbaba las ramas de los tilos y arremolinaba miseria en los rincones.

Cuando reina el silencio en casa de mis padres se escuchan demasiados relojes.

Nuestro padre se quedó petrificado, con la cuchara suspendida en el aire, mirándome como si estuviese enajenada.

A mamá le dio por volver a rellenar los vasos de agua.

Marta siguió comiendo despacio, ignorando las palabras que habían explosionado junto a sus cubiertos, dejando daños colaterales inquietos que se movían desazonados en busca de respuesta.

Quise volver a abrir la boca:

“Métete en lo tuyo. Tengamos la fiesta en paz”

La severidad en la voz de nuestro padre dio por terminado aquel asomo de realidad.

Porque aunque sepan leer entre líneas y entiendan el dolor en su justa medida Germán es un tipo encantador que comparte con mi padre su afición por la jardinería y lleva a mi madre de compras sin importarle las retenciones, ni esperar en el coche horas muertas.

Se han acostumbrado a él, a necesitarlo.

Como Marta.

Que un buen día descubrió que podía llamarme y simplemente llorar despacio al otro lado de la línea telefónica, y al día siguiente hacer como si nada, reir descuidadamente, invitarme a comer o a viajar con ellos un fin de semana, jugar a ser feliz, querer su parte.

Sólo descuelgo, atiendo un segundo, agudizo el oído. 

Ella llora.

Hoy es distinto.

La pena se revuelve.

La pena, que al principio era tanta como siempre, gira huracanada y se torna brote, comienzo, vida, voy a ser tía, aunque ella no quería ser madre, compartirlo con nadie, obligarlo a ser, a estar, a no dormir, a ejercer de algo extraño e inconsistente que se hace fuerte con el tiempo, sólo con el tiempo, sólo con el tiempo… el gemido pasa a ser llanto y casi risa, y paréntesis y silencio… no me espera, no quiere que diga nada y tampoco podría hacerlo, me he quedado al mismo tiempo sin ganas ni fuerzas, las dos sabemos que la otra mujer con la que Germán comparte su tiempo también está embarazada, por eso ella, por eso ahora… a través de una maraña de imágenes se abre paso en mi cabeza una Marta pequeña, combativa y segura de sí misma, que canta canciones infantiles y cruza los pasos de cebra pisando sólo las rayas blancas, siento lástima por esa niña, por la que se fue y por la que aún no ha nacido, por los niños que vendrán, presos del pasado de otros…

No queda asomo de llanto en la voz precipitada de Marta, ha vuelto a enfundarse sus capas de piel.  Me pide que la acompañe a elegir una cuna.

“Para un momento Marta, piénsatelo bien…”

Curiosamente mis palabras resultan frágiles, como si fuese yo la que de un momento a otro pudiera romper a llorar.

Mi hermana me interrumpe con firmeza:

“No digas sandeces, está todo más que pensado, te recojo mañana a la salida del trabajo”

Clic.

Nada.  Ni el eco.

Ha colgado.

La vida puede ser caprichosa, congraciarse con quienes lo son.

Siento frío, una soledad inusitada se ovilla en mi regazo.

Las noticias, caprichosas como la vida, hablan del índice de natalidad.

Mi madre me llama emocionada, quiere organizar una fiesta sorpresa para Germán y Marta, debe creer sinceramente que las cosas pueden cambiar a cada momento, que no tienen memoria, que no sirven si no nos consuelan. 

Dice que mi padre tiene el presentimiento de que será niño.

Pienso que las dos mujeres de Germán podrán intercambiarse a sus criaturas si no cumplen sus expectativas, al fin y al cabo serán hermanas, con la misma sangre.

Con la misma sangre.

“Olga hija, parece que no te alegres, qué sosa por Dios, un niño es alegría…”

Están empeñadas en que también me vuelva loca.

“Mamá ¿pero tú te das cuenta de que no es un hijo querido, ni buscado, y que los niños no unen lo que ya está deshecho?”

El suspiro de resignación de mi madre es tan conocido como el amanecer diario.

“Ay, creo que ya sé lo que te pasa, tienes celos ¿no es eso?”

La dejo con la palabra en la boca y lanzo el teléfono sobre el otro sofá.

Mi hermana es una enferma terminal y todo el mundo está encantado.

¿En qué momento dejamos de pisar el freno de la cordura?

Byron se acerca silencioso y frota su cabeza en mis piernas, esta tarde no he podido hacerle mucho caso, ni siquiera le he cambiado el agua, es un buen perro, sabe esperar, y descifrar estados de ánimo. 

Llevaba un lazo verde atado al cuello cuando Marta se lo regaló a Germán, que se quedó pálido, sin saber qué hacer con aquel cachorro de labrador retriever que le lamía las manos. 

Fue la única época en la que Germán sí quería una familia propia, un heredero, y todo lo que se le ocurrió a mi hermana fue regalarle un perro, a ver si así se le pasaba la tontería. 

A los tres meses y ante la alternativa de abandonarlo en la perrera me quedé con Byron.

“Querido mío, la princesa está haciendo de las suyas…”

Se sienta y me mira ladeando la cabeza, como si pudiera comprenderme.

Vuelve a sonar el teléfono y decido no cogerlo.

Sigue sonando, me voy al otro extremo de mi minipiso con paredes de papel.

El diabólico aparato ideado para quebrantar la paz de cualquiera descansa siquiera unos segundos para retomar su timbre con más energía.

Byron ladra.

“Tienes razón, no tengo por qué esconderme, allá dónde lo haga me encontrarán”

Desconozco el número, en la televisión sin sonido están echando una película del Oeste.

Pronuncio un Dígame neutral cuando en realidad estoy harta de que me cuenten, no quiero que nadie me diga nada.

“Soy Germán”

Es Germán.

En todos estos años me ha llamado cuatro o cinco veces por cosas sin importancia, regalos secretos para mi hermana,  interés por algunas direcciones, problemas con el ordenador… no sé si felicitarlo por su próxima paternidad dual, me resulta complicado hacerlo.

Antes de que pueda organizar en mi cabeza un mínimo discurso me pregunta si tengo un minuto, dice algo así como que conmigo se puede hablar, su tono de voz parece ensayado, demasiado formal.  Me voy a la ventana y apoyo la frente sobre el cristal helado, creo que necesito ese contacto para escuchar lo que está a punto de decir.

 

Me marcho, esta vez va en serio, pensarás que tan en serio como siempre, pero ya no aguanto más, Laura está embarazada y quiero la vida que me espera junto a ella y junto a ese niño… la vida que debí escoger desde un principio, pero me equivoqué y nunca es tarde ¿sabes?, nunca es tarde…  ya sé que Marta lo ha revuelto todo con lo de su embarazo, tuvimos una fuerte discusión y me saltó con eso antes de que pudiera darle mis razones para abandonar esta relación que no se sustenta en nada, que no tiene sentido… seguro que me entiendes Olga, la conoces bien… no sé si será cierto lo del embarazo pero tienes que saber que no es hijo mío, juro que hace más de medio año que no la toco, estoy dispuesto a hacerme los análisis necesarios, quería que lo supieras, quería que no manipulase la información, que haya alguien más que me escuche… perdona… al fin y al cabo es tu hermana y yo he metido tanto la pata…

 

Cada vez se le oye más lejos, un pitido agudo anuncia que se me acaba la batería, gracias a la tecnología no va a ser necesario utilizar mi turno de palabra, para qué, mientras escuchaba a este hombre extraño, como renacido, pensaba en las veces que hizo y deshizo la maleta, en sus promesas, en su cara de niño, no sé por qué debo creerle y sin embargo siento que dice la verdad, aunque me gustaría defender a mi hermana por encima de todo, acusarlo de estafador, sacarle los ojos, sé que hay un momento de tu vida en el que apuestas sin nada en los bolsillos, en el que te lo juegas todo por mirar hacia delante. 

Sólo hacia delante.

La Televisión continúa en silencio, en la película hay un vaquero borracho que bebe tequila mientras un grupo de hombres se pelea con botellas y patas de sillas a modo de arma.  Violencia silenciosa.

Comienza a anochecer, en el cristal de la ventana queda la marca de mi frente y mi barbilla, Byron viene trayendo en la boca su correa de paseo.

“Venga, vamos a la calle, que nos de un poco el aire”

A veces imagino que no hay un mañana.

Que todo lo que hemos vivido es nuestro testigo.

Nuestra historia.

Hasta que los que nos recuerden desaparezcan también.

Y entonces nada.

Humo.

Apenas un nombre escrito en alguna parte.

Por qué entonces resulta todo tan complicado, tan absurdamente difícil y zafio.

Byron se encuentra con algunos colegas, la vida de los perros es metódica, sencilla.

En cualquier caso mañana será otro día, un instante que asoma sobre los tejados, una oportunidad.  Trataré de convocar una reunión familiar, la última o la primera, sin máscaras, escudos o telarañas. 

Sin palabras vencidas.  

Un punto de partida.

Debo ser ágil, antes de que los propósitos me muerdan la mano he de explicar que dimito.

No seré nunca más el desván de los cuerpos tristes.

 

8 comentarios

Nk -

Impresionante y con una belleza interior que emociona y conmueve rozando la piel de cada personaje. Gracias... desde la piel interior.

Alicia -

Por fin!. Mereció la pena la espera. Ahora pongo el contador a cero :)

mibibliotecasevallenando.blogspot.com -

"No seré nunca más el desván de los cuerpos tristes".
Cuanto deberia aplicarse uno a si mismo este pensamiento....

Mágico. Como siempre una maravillosa forma de terminar un lluvioso dia. Lo tuyo es magia.

Shey -

Tus relatos son de gente imperfecta, podríamos ser cualquiera de nosotros, cualquier día, son historias de piel y de corazón, y empapan desde la primera palabra Yo no sé si tienen una calidad literaria exquisita, pero ¿qué importa eso cuando resultan imprescindibles?

Alia -

Me gusta que cierres el relato con la frase que lo titulas, una historia tremendamente sencilla que muestra una realidad vital y cotidiana, parece vanal pero no lo es.

Rubén L. -

Yo creo que lo mejor de leerte es saber lo que vamos a encontrar y al mismo tiempo no dejar de sorprendernos

Patricia Loren -

Genial.

Anonimo -

Llegue aqui de casualidad, me ha encantado tu relato y la forma de escribir no deja indiferente.
Ser el q destapa las verdades en una familia no es facil, a veces es imposible, pero basta con no dejarse confundir y no creerse el loco. Un saludo!