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MARTES DE CENIZA

"ESPUELAS DE PAPEL"

"ESPUELAS DE PAPEL"

"Siempre hacia adelante, siempre,

aunque tengas que picar el vientre 

del caballo con espuelas de papel"

La cita más característica de esta novela (Alfaguara, 2004) serviría como resumen de una historia trabajada concienzudamente, bien documentada y rica en matices poéticos.  De principio a fin recrea los paisajes y personajes propios de la época, una posguerra feroz entre una andalucía inhóspita y seca y una Barcelona gris, despiadada, marcando a fuego las desigualdades sociales, el qué dirán, las apariencias.

La novela me ha recordado al mejor Juan Marsé y creo que a él le gustaría mucho esta historia, lo que representa, cómo lo cuenta, a qué huele.

Porque "Espuelas de Papel" mantiene alerta los cinco sentidos, escuchas los pasos de zapatos gastados, el correr de las cortinas improvisadas para separar estancias, el sonido de las máquinas en un taller de confección; como la historia, sólo con empatizar muy poco, te atrapa, puedes oler la humedad, la madrugada, las violetas amarillas con las que Liberto describe a Juana... hasta el miedo, que tiene una consistencia tan real, tan cercana y palpable, como la muerte. Abriendo bien los ojos contemplaremos un país condenado al silencio, minado de secretos e injusticias que condicionarán los días venideros, porque la mala suerte existe, y estar en el momento inadecuado en el lugar más inoportuno no es cualquier cosa. En el cielo de la boca se alberga el sabor salado de las lágrimas, más intensas aquellas que no pueden derramarse, la sopa de boquerones, la pelusa de las malvas, el vino de Gandesa permitiendo la niebla en la memoria... La novela huele a lejía y a mugre, a honestidad y calles marchitas, a madera. Es un legado de todo lo que se nos olvida que fuimos, un retrato fiel, una verdad sin aristas.

La vida es otra cuando nada se puede elegir.

Siendo una historia triste, transcurrida en una época carente de luz y de alegría, no resulta trágica o deprimente, quizás por su absoluta realidad, o porque no queda otra que levantarse al alba cada mañana y continuar, cómo lo hacen Manuel Merchán y sus séis hijas, a pesar de todo, de ese tremendo equipaje que a duras penas arrastran, cómo lo hace el propio mundo, que no se detiene.

De las buenas novelas siempre se aprende y esta es una narración más sobre una posguerra que dió para escribir cientos de historias, similares en muchos aspectos, diferentes siempre.  Las diferencian la memoria de los personajes, su manera de ser y estar dentro del argumento.  Esta Juana Merchán que se quemó a propósito con salfumán las manos finas derrocha melancolía y al mismo tiempo lealtad, tiene una capacidad de amar sin prejuicios que está por encima de lo visto y lo vivido, que la convierte en alguien especial, capaz de conquistar, en fragmentos minúsculos, una libertad quimérica. Vive envuelta en resignación y memoria, es una niña vieja, una mujer marchita capaz de sobreponerse siempre, de derrumbar muros con una caricia.

En las buenas novelas se ama a unos personajes y se odia a otros, como ocurre en esta, en la que nadie pasa desapercibido.

Todas las guerras son desproporcionadas, innecesarias y terribles, pero las señales de su trayectoria merman la vida de generaciones enteras, condicionan el alma.

Olga Merino (Barcelona,1965) realiza un trabajo excepcional, cómo en su última novela "Perros que ladran en el sótano" (Alfaguara, 2012) (la historia de una troupe de variedades en la España franquista, entre otras cosas, de la que ya hice reseña en este blog). Me parece una escritora capaz de describir al detalle, emocional, contundente, sobria.

Acierto seguro.

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