"LA MUJER DE LA LIBRETA ROJA"
Que Antoine Laurain (París, 1970) es un apasionado del arte y trabajó como asistente de un anticuario no es de extrañar una vez leída su novela: "La mujer de la libreta roja". Quinta novela, traducida a quince idiomas, una belleza gráfica que muy probablemente se vea reflejada en la gran pantalla. Porque puede. Porque tiene armonía de principio a fin, un ritmo de promesa por cumplir, una sonrisa permanente.
La protagonista, Laure, es doradora ("persona que tiene por oficio dorar, colocar pequeñas láminas de oro restaurando obras..."), y tiene un bolso en el que guarda los símbolos de su vida, entre ellos una libreta roja en la que escribe a ratos pequeñas frases sobre sus miedos e ilusiones. Una noche cuando vuelve a casa un ladrón le roba el bolso. Laure debe pernoctar en el hotel más cercano puesto que no tiene llaves, documentación, ni nadie a quien recurrir en ese momento. Durante el tirón ha sufrido un golpe en la cabeza que le ocasiona un coma reversible. Mientras, Laurent Letellier, antes dedicado a las finanzas y ahora propietario de una pequeña librería parisina, encuentra tirado el bolso en un rincón y pretende entregarlo en una comisaría, pero una serie de coincidencias provocan que el bolso se convierta en un rompecabezas que Laurent se empeña en resolver hasta dar con la propietaria.
Incluso el gato, Belphégor, juega un papel importante, cómo Chloé, la hija adolescente de Laurent, y William, amigo de Laure, y la pequeña librería, y una dedicatoria de Patrick Modiano, el taller de restauración, el vestido de la tintorería, "Habanita" (el perfume que usa Laure)... nada es azar aunque pretendan convencernos de lo contrario, todas las piezas son fundamentales y encajan, consiguen esa armonía sobre la que escribía al principio, son los ingredientes de una historia amena, entretenida, sencilla y muy hermosa, entrañable, una de esas pequeñas mentiras que, de vez en cuando, necesitas que te cuenten.
"La mujer de la libreta roja" es una historia de seres buenos condenados a encontrarse, quizás demasiado "ideal", un poco Amélie, un mucho del París romántico, pero sin empalagar, bien argumentada, hábil e ingeniosa.
Es literatura. Y de vez en cuando hay que darse un paseo por las nubes.
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