"CAMINOS OCULTOS"
Sucede. Agazapada cómo un gato salvaje te salta al cuello la buena literatura, cuando apenas la esperabas.
De la mano de una escritora Estadounidense, Tawni O' Dell (Penssylvania, 1965). Poco sé de ella, que tiene el cabello que siempre he envidiado y que escribió seis novelas inéditas en trece años. Pero voy a procurar conocerla más y mejor a través de sus historias, esa carta de presentación de quienes se identifican sobresaliendo.
"Caminos Ocultos" (Ediciones Siruela, 2012) te estrangula desde el primer segundo de narración privándote de oxígeno a lo largo y ancho de muchas de sus secuencias. Es un drama social, familiar y humano, de una franqueza absoluta, bien planteado, sin fisuras, apasionante e impecablemente escrito. Se le pueden pedir pocas cosas más. Convoca a un ejercicio de empatía y comprensión inevitables. Todos somos Harley. Y Harley es un chaval, un crío maltratado y malquerido, un niño que no ha crecido y que lo ha hecho a fuerza de ver, sentir y callar, para llegar hasta los dieciocho años y convertirse en cabeza de familia (tiene tres hermanas pequeñas) cuándo su madre asesina a su padre en la cocina del domicilio familiar.
Harley tiene dos trabajos precarios. Se alimenta de chocolatinas, galletas rancias y cervezas. No se atreve a visitar a su madre en la cárcel. Sufre ataques de pánico y cada día sueña con viajar a otro estado para ver al único amigo que ha tenido y que es un estudiante universitario. No soporta a su hermana Amber y no sabe cómo relacionarse con la siguiente, Misty, sin embargo, adora a su perro Elvis y a Jody, la hermana pequeña, estos dos últimos personajes tienen luz y le proporcionan algo parecido a la tranquilidad, que le hace mucha falta, porque Harley sufre, piensa, teme, conoce la soledad y el miedo como nadie y no puede, no sabe, no quiere, contárselo a Betty, su psicóloga.
Lo he contado fatal, me temo. Por no querer desvelar. Porque es mejor quedarse en la estructura, en las excusas, en la presentación superficial de unos personajes absolutamente sin desperdicio, memorables.
Es una historia de abandono, de secretos, en la que nada es lo que parece. Los menores heredan, injusta e innecesariamente, la miseria de unos adultos que adolecen de una carencia absoluta de inteligencia emocional. Nada que extrañar, por otra parte.
Cuando Harley cumple ocho años espera que le regalen un muñeco articulado, ese que está de moda y que todos los chicos tienen... y recibe una habitación propia, aprovechando un recodo de la casa prefabricada, con muebles reciclados y paredes mal pintadas... su berrinche le supone una nueva paliza, pero a Harley lo que menos le duelen son los golpes.
Hay secuencias tatuaje que se quedan grabadas en la piel de la memoria: una conversación con su madre, cuándo por fin se arma de valor y decide ir a verla, la noche que duerme en la caseta del perro, mirando entre las rendijas, su manera de relacionarse con un compañero de trabajo que tiene una discapacidad intelectual...
Tawni O'Dell borda el inesperado final y no deja nada al azar. Pretende comprometernos, que seamos, o no, cómplices de un entramado social que abandona a quién más dificultades tiene (en cualquier parte del mundo) mirando sin pudor hacia otro lado.
Es un drama sin tregua, sí.
Pero por encima de todo es una gran novela, en la que, cómo decía, nada es casual, ni lo que parece.
Porque todos somos Harley.
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