"VOZDEVIEJA"
Me he olvidado de todo. Ya me disculparéis y quizá también pueda disculparme conmigo o contra mí. Pero me he olvidado, y ahí sí que entraba en situación de UVI, hasta del placer, inmenso, liberador y revolucionario de la lectura.
Padecer insomnio es cómo que te arranquen los párpados y ya no puedas guardar nada dentro de ellos, que te conectan además con una neurona que tiene memoria, retención para la literatura (no digamos nada si, como en este caso, encima es de la buena) pero al romperse la cadena de transmisión todo se convierte en agua sucia, un dolor gris que te acompaña en el ritmo contrario e invisible de las personas que no separan las noches de los días.
"Vozdevieja"(Elisa Victoria, Sevilla-1985) me ha salvado la vida un poco, mientras nada se detenía y todo amenazaba con sucederse y continuar, contigo o sin ti. Hubiese asimilado y disfrutado la historia de otra manera en caso de que las circunstancias fueran diferentes, pero no lo eran.
Y yo, después de haberme adivinado en la casa de madera junto al mar que nunca tendré, con los perros que ya no serán los míos, contando hacia delante o atrás cuando jamás me interesaron los números, respirando por la boca del estómago, no pensando, no pensando, no pensando en que dentro de nada será mañana, pero si ya es mañana, qué estoy diciendo... alargaba el brazo, daba la luz de la mesilla y me agarraba a "Vozdevieja" (Blackie Ebooks,2018) cómo al único arbol centenario en un desierto sin sombras.
El Verano del 92 en Sevilla para Marina y sus nueve años es especial. Ese verano de no querer crecer y hacerlo irremediablemente, más deprisa si cabe. La mejor amiga de Marina es su abuela, que está enamorada de Felipe González, a Marina en el cole la llaman "Vozdevieja", tiene dificultades, o eso parece, para relacionarse con gente de su edad, su padre desaparece del mapa cotidiano y su madre es una madre inusual que baila como nadie las canciones de Diana Ross, que usa una colonia inolvidable, pese a que está muy enferma y pasa largas temporadas lejos de Marina.
A Marina no le tiene que explicar nada. Marina sabe. La ha observado tan bien y durante tanto tiempo que reconoce a su madre hasta el extremo. Marina lo descubre casi todo sola pero se siente querida y cierra los ojos muy tarde, en madrugadas ya muy abiertas, porque tiene curiosidad y miedo, le gustan los cómics y las películas para mayores, pero sobre todo, sobre todo, quiere salir a la vida cómo si cada día fuese una historia única, emocionante e irrepetible.
Lo de estas escritoras tan jóvenes, con esa facilidad pasmosa para describir lo que ellas mismas debieron vivir antesdeayer y dejarte además pensando cómo lo hacemos, cómo construimos sociedad, escalera, comunidad, mundo, maternidad... da mucha envidia. Te deja perpleja, conmocionada.
Mi insomnio sigue ahí como lobo que no abandona cueva ni presa (por otra parte se lo debo estar poniendo bastante fácil). A veces tengo miedo de que no se me pase nunca (siempre fui de dormir poco, pero esto es otra cosa), de no saber convivir con el dolor (que es algo que no tendría por qué producirse) de morirme. Yo que nunca tuve miedo a la muerte (aunque esto último parezca la frase de un bolero). Tengo miedo de no volver a recuperar un poco, sólo un poco, de calidad de vida.
La gente que arrastra los pies y sale a trabajar, y se lava la cara varias veces al día y no recuerda lo que ha mirado, la gente que percibe un agujero en el centro de su cuerpo y teme que la noche amenace con no apagarse, esa gente, aunque no se sienta demasiado viva por dentro lo está, y quiere seguir estándolo.
Que a todo ello pueda ayudar un libro, una historia encuadernada con la tela de un vestido infantil, es cómo un pequeño milagro. ¿O no?
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Eli -