"EL CHICO DE LAS BOBINAS"
Pasa. Son las rachas, de repente, desde cualquier parte del mundo, se escribe sobre señoras que han equivocado sus vidas y se lo cuentan en torno a una taza de café, de té (más literario) o de mate, una tarde de la semana casi siempre a la misma hora, y entonces todo se parece a algo que ya hemos visto u oído, incluso repetido, de alguna manera, en alguna parte.
La literatura también tiene sus modas, no sé porqué el empoderamiento femenino de repente convierte en mujeres que ya están empoderadas, aunque no lo sepan, a féminas que abren floristerías, cuidan hijos solas, se consideran afortunadamente imperfectas, no hacen deporte, malcocinan, pero tienen algo dentro que no las convierte en anodinas porque si no no serían protagonistas de ninguna novela y la cosa del mercado decaería.
No es un mercado tan Cainita cómo el farmacéútico (crucemos los dedos) pero se deja mover por los mismo hilos que el resto del mundo, y si de repente (no sé cómo se decide eso) se venden libros de adolescentes en peligro, de artistas incomprendidas o de infancias que, cómo la mayoría, no vengamos ahora a edulcorar la torrija, tuvieron un poquito o un mucho de lo suyo, pues te encuentras con montones de esas temáticas en las secciones de novedades, actualidad, presente inmediato, venidas desde Checoslovaquia, Italia, Estatos Unidos o Tetuán.
Y es fácil caer en la trampa por varias cosas, porque, cuando eres más rara que un perro verde, y hay otras temáticas que ni de lejos a estas alturas te pondrías a hojear (romanticismo, histórica, policíaca, de terror, bosques que silban, hadas modernas, voces del río...) pues entonces la cosa se complica bastante, porque acabas eligiendo por eliminación, lo que, en la vida, la mayoría de las veces, te conduce a comerte de bruces la pelota de frontón y en la literatura también, porque te has gastado el dinero y las energías en una historia que a partir del capítulo tres no se la regalarías envuelta ni a Mª Glori que lo último que leyó, si es que eso se lee, fue lo de la sombras de Grey.
Y si seguís este blog y me conocéis sólo un poco (lo que a estas alturas de mi trayectoria vital es imposible porque yo no soy de danza de siete velos, soy la que soy, o conmigo o sin mí, o te vienes o te quedas... el todo o la nada, el incondicionalismo, la lealtad, bla,bla, bla, ya sabéis de que pie no cojeo) tampoco le puedo echar la culpa al sueño, como en la entrada anterior porque amigas mías, dormir, lo que se dice dormir casi como persona normal que se acuesta de noche y se levanta de día, eso lo estoy consiguiendo a base, ya os lo cuento en otro momento, de inventarme otra vida sólo para dormir, bueno, hay quien ejerce dobles y triples vidas, hay quien es poliédrica, poliamorosa o qué sé yo, y todo vale mientras el mundo ruede y una de las partes no se sienta damnificada ¿no?. Yo duermo principalmente porque me he creído que tengo que hacerlo y porque me he vuelto una animal de costumbres, pero eso para otro día.
En la última entrada, la del insomnio y el libro forrado con la tela de un vestido, la infancia de Marina marcaba el trayecto de un verano que resultó fronterizo en su vida. Porque después le dio por comprender y crecer. Y ya nada fue igual. Y porque Elisa Victoria cuenta la historia de una manera magistral que te deja pegada al agua, las sábanas, la ausencia de la madre y el sol de aquel verano.
"Vozdevieja" es un premio, con el punto exacto de todo lo que tienen que tener los premios que no son ñoños.
Así que decidí seguir en la racha, ver cómo cuenta o se inventa cada uno esa parte de su vida que lo catapulta a todas las demás, que es como uno de esos paisajes nevados guardados dentro de una bola de cristal que durante años no puedes evitar agitarlos hasta que cualquier día te olvidas de ellos y aunque sigan estando sobre el mismo tapete y en la misma mesa forman parte del decorado como los estertores del olvido a los que se les confina.
Primero fueron "Los años impares" de María Sirvent (Andújar, 1980), una muchacha contratada por la agencia literaria de Carmen Balcells, que fallecida hace cinco años y con un olfato literario infalible, consiguió representar a Luis Goytisolo, García Márquez, Terenci Moix y Rosa Montero entre otros y otras. Decir que María Sirvent escribe mal, yo, que no he salido de cuatro premios rurales de la España profunda tendría cuando menos guasa. Entreteje con arte, las secuencias temporales son buenas, pero no dejaba de recordarme a "El turismo es un gran invento" o a cualquiera de otras películas de la época que venían a explicarle al españolito medio lo que era Ibiza, los bikinis, y todo lo que cargaba uno en la maleta cuando volvía al pueblo, que cada vez procuraba hacerlo menos porque cómo buen emigrado ya no sabía ni de dónde era. El drama rural, las cartas, las viudas, las mujeres que nunca pudieron salir de dónde quisieron hacerlo, me resulta un tanto asfixiante y un mucho repetitivo, convencida de que la muchacha no tiene culpa ninguna. A veces no conectas. No es el momento. No te lo crees.
Después continué con el empeño, por aquello que os decía antes del extenso panorama en el que puedo elegir, y me acordé de los buenos ratos que me ha deparado la Editorial Tusquets y me fui directa a por "Temporada de avispas", de Elisa Ferrer (1983), que se llama igual que la de "Vozdevieja" (será también que se han puesto de moda las Elisas), pero el apelido no era coincidente. Pues la chica no sólo se estrena en la novela con "Temporada de Avispas" sino que gana el Premio Tusquets. Me entraron ganas de llorar. Las sinopsis son otra pandemia que asolará el mundo, mienten más que hablan, prometen, y lo que hay que hacer es olvidarse de ellas y coger el libro por el bazo, el esternón o la clavícula, por cualquier parte, y leer un fragmento de cualquiera de esas secciones. Pero yo no lo hice, y me creí la seriedad de Tusquets y la foto con la niña bajo la sombrilla en mitad de la playa. Nuria dibuja avispas por todas partes, es un impulso creativo, una desazón, porque cuando era pequeña a Nuria y a su hermano les abandonó su padre y creó una familia paralela y ella escuchó muchas broncas y muchas discusiones, y aunque se ha convertido en una buena ilustradora ella se ha dejado muchas puertas sin cerrar y en las ciudades que hace frío y humedad eso es fatal.
Es moderno, muy moderno y muy traumatizado pero qué quieras que te diga, nadie dijo que esto fuera fácil, y ya está, y todo eso.
Antes de estos dos yo estaba absolutamente conmovida, sin leerla, (absurdez muy propia) por "Piel de Plata", de Javier Calvo (1973) tenía una intuición de esas que muy pocas veces me fallan, pero que cuando lo hacen me explotan cómo una bomba casera en la cara y me la llenan de esquirlas de cristales desilusionados. Pues eso. Y mira que los adolescentes se llaman Pol y Bronwin y se conocen en la consulta de un psiquiatra, pero ni aún así, ni aunque tengas cuentas pendientes con tu propia niñez sin resolver o sin ni siqiera, que no lo sé, haber sido vivida de lejos, puede ser todo tan decadente, tan dependiente de las drogas, tan al borde siempre de la psicosis y la esquizofrenia... porque no es verdad, porque ni siquiera uno de los mejores libros que he leído sobre adolescencia, "Deseo de ser punk" (2009), Belén Gopegui, es tan sumamente apocalíptico.
Y así estaba el plan. Dormía, cada vez mejor en mi nueva vida nocturna inventada. Pero sin un pedazo decente de pan que poder echarme a la boca antes de creer que puedo conseguirlo, que soy dueña de mi cuerpo y yo decido dormir.
Así que el ultimísimo día previo al estado de alarma (ese del que ya me venía avisando Pilar Alejandro pero yo no quise hacerle caso como buena desobediente civil y ella, inteligente, leída, sabida, todo lo contrario a mi ignorancia palpitante, soltaba sus puntos suspensivos alarmantes) fui al mismo sitio que pienso ir en cuanto el microsalivismo ya no sea un problema epidemiológico de consecuencias mortales.
A una Librería. Ya tarde, a punto de cerrar. Le pregunté a Daniel cual quería, ahora la psicología deportiva nos lleva por la calle de la amargura, así que encontré una edición de bolsillo de lo que me pedía y cuando ya me iba se concatenaron las cosas. Ya sabéis a lo que me refiero. Sonó algo, una voz, un color, una cinta, un título desde una portada "El chico de las bobinas" de Pere Cervantes (1971).Que la cosecha del 71 es inigualable eso lo sabe todo el mundo, así que me detuve. Aunque me sepa mal eso de que se haga tarde y la gente después de un día de trabajo y de un país en el que no suena nada y sin embargo suenan todas las sirenas, se quiera ir a refugio.
Y resultó tratarse de la Barcelona de Posguerra, la Barcelona de claroscuros tan bien retratada por Marsé y en este caso por Pere Cervantes, una Barcelona chivata, traidora, fría y al mismo tiempo solidaria entre vecinos que perdieron a tanta gente. En tiempos de cuerda floja sin red, cuando se sabe de la caída, la gente de bien guarda una manzana en el bolsillo, una taza de café aguado, una manta raída. Cual es el valor de una manta raída. Todo lo contrario a la traición.
Nil Roig es un chiquillo que se pasa el día en bicicleta transportando de un cine a otro viejas bobinas de películas. El día de su decimotercer cumpleaños es testigo de un crimen cometido en el portal de su casa. Mientras el asesino huye después de haberlo amenazado de muerte en caso de no mantener la boca cerrada, el moribundo le entrega el misterioso cromo de un actor de cine de la época. A partir de entonces la vida de Nil, de su madre Soledad (que trabaja llevando las paupérrimas cuentas de una carpintería, la del anciano Romagosa, que no reclama sus deudas y deja pagar al debe) y de sus amigos, aquellos que conocieron a su padre, un maqui que se fugó al monte y del que jamás podrá olvidar su voz porque fue actor de doblaje, cambiará para siempre.
Hay momentos de extraordinaria violencia, no gratuita, acordes a lo que se está contando, ineludibles. Hay momentos de extraordinaria belleza (la descripción de los viejos cines, uno de ellos, clave en la novela, escondido en los bajos de una librería, los proyectistas de cine y su amor por las películas, los carteles de actores y actrices. Hay momentos de una amistad que les devuelve la vida).
Yo no sé si cómo expresa la editorial lo calificaría de un thriller nostálgico cargado de emotividad y misterio empeñado en mostrar la fragilidad y la ambigüedad de la naturaleza humana. Personas buenas y malas ha habido siempre, gente que se mueve mejor entre el odio y el rencor que entre el perdón y el olvido, y cuando la propia historia se encarga de ir dejando a su paso deudas pendientes todo se complica.
Las mujeres de la novela, todas, a pesar de sus dolores y de sus fracasos, a pesar del miedo que todas respiran, se tienen un respeto a sí mismas y a lo que va quedando de aquello en lo que creyeron absolutamente admirable.
La novela empieza en 1945 y termina en 2021. Alguien gana hasta un Premio Goya.
No voy a desvelar nada más, sólo reconocerle a Pere Cervantes la suerte que he tenido de que "El chico de las bobinas" fuera la novela de mi confinamiento, sabiendo desde el principio "lo bien" que iba a llevarlo, ha supuesto un regalo, aún no sé cómo se las arregló para que yo intuyese que me estaba esperando.
"Todo hombre bueno puede dejar de serlo. Un revés de la vida, la crueldad de un semejante o un achaque de locura, pero sobre todo... el abuso de los vencedores." Dice Bernardo en la página 476 (uno de esos personajes que te enamoran de principio a fin). Y tiene razón. Hay dolores que van a palpitar como un eco, toda la vida.
La novela es redonda, de buen gusto, bien compuesta, definida y hermosa, es un homenaje al cine de siempre y a la gente de posguerra, personas construídas a base de fragmentos, empobrecida pero leal, dispuesta a tender una mano cuando la causa lo requiere.
Y os prometo que en esta novela tienen cabida las causas más importantes de la vida sin faltar ninguna.
2 comentarios
Eli -
Y por supuesto, me han cautivado tus palabras y mi plena confianza en tu criterio literario, para leer El chico de las bovina. 😊
Porque escribo todo lo que sangro -