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MARTES DE CENIZA

FRAN

FRAN

Lo primero que debo decir es que Francisco Javier Muñoz Iglesias es más guapo, más joven y menos teatral de lo que aparenta en la foto.  Hecha esta aclaración he de reconocer que no sé muy bien por dónde empezar.  Objetivamente, para escribir sobre alguien hay que poner sobre la mesa el mayor número posible de datos, virtudes y defectos del personaje que nos sirvan para describirlo sin inclinar la balanza descaradamente hacia ningún lado.  No prometo nada, para eso hay que ser objetiva, como decía, metódica y lo más aséptica posible, y no es el caso.  Sobre todo cuando se trata de presentar a las personas que, de una manera u otra, han influído en el curso (desigual, escarpado, nada tranquilo) de mi vida.

A Fran lo conocí hace séis años.  Recuerdo perfectamente el peto de pana con el tirante suelto -nada es casual ni al azar en él, sobre todo en lo que a estética se refiere-, la camiseta blanca y las zapatillas de lona.  Recuerdo que yo estaba en una época en la que creía agotado el yacimiento de personas que podrían sorprenderme (mira tú que prepotencia), y recuerdo esa fina ironía suya que me llamó la atención, y la manera de asomarse a las cosas y a la gente, enmascarado detrás de bromas inteligentes y la curiosidad medida del que quiere hacerlo bien.  Afortunadamente no me pareció gracioso, pero con pocas personas me he reído tanto y tan a gusto.  Tiene, al contrario que yo, un gran sentido del humor.  Rompió ese molde preciso que dice que es difícil hacer amigos en el entorno laboral.  Amigos reales, de los que prevalecen y no necesitan el vínculo de la tarea compartida, aunque hay que reconocer que Fran de incondicional tiene poco, desaparece durante meses y le cuesta responder a las señales de humo, pero no sé que tiene, algo que lo relaciona directamente con los mejores (o los peores) amantes del mundo, porque de repente viene, y todos los sapos y culebras se quedan atragantados para esperar siempre su abrazo.

Tiene la gentileza y la elegancia de los sinvergüenzas.  Es tremendamente creativo, perfeccionista hasta el delirio, buen conversador, organizado, maniático y melancólico hasta hurgar en la herida.  Tiene los contrapuntos que nos humanizan, las contradicciones que nos alejan de la perfección y los abandonos que me entristecen porque me cuesta entenderlos y no son de su calibre.  De hecho a nadie más que a él se los tolero.

Al lado de Fran se puede aprender siempre. 

Incluso a desesperarse sin remedio.

Él sabe que la interacción con los demás (unos cuantos elegidos) es lo que nos salva de nuestras propias miserias.

Sabe que lo que no se dice ya no puede volver a repetirse.

Que en este tránsito vertiginoso y desquiciado sólo importa ser querido, encontrar a alguien a cualquier hora al otro lado del auricular que no sea una voz grabada y nos reciba como si estuviese esperándonos siempre.

Sólo que a veces se le olvida.  Pero es tan sencillo como mirar  atrás para saber cómo hemos llegado, cómo llegaremos siempre, a encontrarnos de nuevo y sin excusas.

 

4 comentarios

Ana Mª Isasi -

Al comentario anterior le digo que trabajar con alguien no es conocerlo ni mucho menos. De lo que se trata aquí es de que nos permiten entrar en las tripas y los entresijos de alguien,y sólo podemos admirar lo que está bien hecho. Este relato dedicado a su amigo es todo un REGALO.

De la Madalena -

Yo que he trabajado con los dos os digo que no son lo que parecen... Pesaditos ellos con la tontería del romanticismo, la honestidad, el compromiso... cuestiones que a nadie le interesan. Sólo se quieren a sí mismos.

Isa Villuendas -

Qué suerte que alguien te escriba algo así y que pena que tú te lo montes tan mal ... ¿o a lo mejor si fueses una amistad tradicional nunca haubieras conseguido que te quisiea tanto? A saber.

Corazón de lata -

Ponte las pilas o déjame tu sitio en su corazón. ¡Pero ya!