"CELIA NO ESTÁ EN CASA"
Relato de 2007
“Siempre quiso vivir una historia que no fuera la suya” (Carlos Goñi)
Mi principal problema es la inconsciencia. Las grandes meteduras de pata de mi vida son su producto. Me embarco en algo que luego se complica hasta lo imposible y resulta que todo mi entorno excepto yo ha barajado esas complicaciones. También es muy fácil quedarse fuera y augurar mil peligros desde el sofá de casa. A mí la vida me anega como una riada imprevisible. Cuando me quiero dar cuenta ya no toco suelo. Hace unos meses que murió mamá, mis hermanos se despidieron de ella con una resignación impropia de luchadores, como si dieran por hecho que así debían ser las cosas. Yo me quedé atónita, desde el cuello hasta el vientre sentía los surcos de un rastrillo arrancándome por dentro. No podía admitir la ausencia, comprenderla siquiera, por mucho que le hubiesen diagnosticado un cancer terminal. Los médicos se equivocan, la esencia de la vida les da mil vueltas y no todo tiene una razón científica. Si una está viva es presente, presente inmediato, te toco, te siento, te escucho, te busco y te encuentro, y a los desenlaces fatales nos exponemos todos ¿o alguien tiene en su poder un irrevocable pasaporte al futuro?.
Que no. Que yo a la muerte no le sirvo terrones de azúcar para el café.
Luego vino lo del reparto. No hablo de la herencia en sí, sino de repartirse las cosas que eran de ella, aunque fuese con su permiso, que yo no ví nada escrito ... venga a envolver vasos y copas en papel de periódico, a sacarlos de los estantes dónde siempre habían estado, la cubertería de plata, las fuentes de porcelana, la sopera de la abuela ... sentí naúseas y tuve que bajar a tomarme un café. Cuando subí me había correspondido una caja con multitud de objetos dispares que habían rechazado los demás. Dije que no la quería y seguro que pensaron que era una pataleta, o por el escaso valor de las cosas, pero aunque hubiesen sido lingotes de oro no me los habría llevado. Tenían su sitio, sus costumbres, su dueña, y sacándolos de contexto sólo conseguían parecer más viejos e inservibles. Sí que cogí por mi cuenta algunas fotos de mi madre sola, mi madre joven y contenta, para que la memoria no me juegue malas pasadas y al evocarla no solo me devuelva la imagen de su decrepitud en los últimos meses.
Sé que Silvia llegó después de irme yo, la avisarían. “Ya puedes venir, Celia acaba de marcharse, no hay moros en la costa”. Y Silvia, mi hermana pequeña, cinco años menor, llegaría con las ojeras de su insomnio crónico y su vida atragantada, abierto el abanico de su pena que va a resultar eterna. Confirmado. Fui una completa imbécil. Me acosté un par de veces, quizá fueron tres, con su marido, del que hace un año que por fin se ha separado, porque le ponía los cuernos hasta con las chicas de Man en la peluquería, y lo peor no es eso, lo peor es que era un tonto del culo y un prepotente, pero estaba como un queso, qué le vamos a hacer, y yo, que soy otra tonta del culo y que veía que aquello no iba para ningún lado, pues me dejé querer sin pensar en nada más, ni en Silvia ni en mi sobrina Carla, con sus dos añitos y su carrito de las muñecas, y sus zapatos preferidos, rojos y con lunares blancos, de gitana bailaora. Esas cosas pasan porque no se piensa en nadie, porque a una le nace una niebla densa en la cabeza que esconde todos los relieves y todas las presencias.
El caso es que le faltó tiempo para vomitárselo a Silvia cuando ella le puso las maletas en la puerta. Y la pobre me llamó sin dar crédito a las barbaridades que el muy anormal podía decir para herirla, dando por hecho que era la fábula, el órdago a la grande de un miserable. Pero mi silencio la hizo removerse en el sitio, le aceleró el viaje neuronal, porque sabe que yo no sé mentir y además no iba a poder vivir con la mentira, así que lo reconocí sin remedio. “Eres lo peor que he conocido en mi vida, no te me acerques jamás, ni a mí, ni a mi hija.” Ya se le pasaría. Eso creí, no pensé que fuera a mantenerse tan firme, un año entero de rabia, rencor, despecho o lo que sea. Al fin y al cabo hubiera sido peor que se lo hubiese quitado, quedándomelo para mí sola, por encima de todo, pero menudo regalo, qué va, ni de saldo.
Con la enfermedad de mamá hemos disimulado lo justo, pero si entra con la niña donde estoy yo, la manda jugar a otro lado, aprieta los dientes y no me mira. No puede ser sólo culpa mía que la Silvia siempre alegre y tranquila lleve a todas horas puesto el disfraz de gruñona-sufridora.
“Esta vez te has pasado de la raya”, me amonestó África, nuestra hermana mayor y la primogénita del clan. ¿Esta vez? Ha sido al único de mis cuñados y cuñadas que me he tirado, nunca se me pasó por la cabeza y ya no hay vuelta atrás.
Pero África es que es toda racionalidad y sentido común, un aburrimiento total. La recuerdo mayor, ejerciendo de matriarca porque mamá salía muy temprano a trabajar, peinándonos a raya y metiéndonos el almuerzo en el bolsillo de la bata, curándonos los rasguños de las rodillas y ayudándonos con los deberes. Quizás nació ya mayor y con sus responsabilidades asignadas. Nunca puso la radio demasiado alta, ni la oí cantar en la ducha ni eternizarse al teléfono, ni sisarle a mi madre. No sé como le quedaron ganas de crear su propia familia, debía estar muy segura de poder hacerlo bien, después de tanta práctica.
El caso es que a mí me cuesta mantenerle la mirada, ese dominio de la perfección impone.
Somos cinco hermanos y a ella jamás le gasté una broma, nunca hemos ido de compras, escasamente nos llamamos por teléfono, y aunque me lleve diez años la siento como a una de esas viejas enlutadas que parecen sobrevivir a cualquier catástrofe, inmutables al paso del tiempo.
Mamá murió entre sus brazos. En esos brazos que lo abarcan todo, capaces de amortajar y llamar a quien haya que llamar a la hora adecuada, parecen débiles pero son raíces de roble, no tienen hambre, ni frio, ni soledad, ni miedo.
Yo no pude cruzar el umbral de la habitación, no me dio la gana de verla muerta, de ver a la muerte campar a sus anchas junto a la cama, entre el tocador y las cortinas, expandiendo su olor por la colcha de ganchillo ... Soy incapaz de cumplir con los rituales, así que mientras todos revoloteaban junto a la invitada de honor me fui al mueble-bar y me serví una copa de vino añejo, dos. El sopor me adormeció en un sillón y cuando quise despertarme estaba sola, las luces apagadas, no quedaba nadie en la casa que había sido de todos. Los gemelos, huidizos y tímidos, más unidos que nunca, me dijeron ya en el complejo funerario que habían intentado despertarme, pero que susurraba en sueños y parecía muy cansada.
Ya. Nunca han sabido qué hacer conmigo.
África es la mayor, seguida tres años después por Alfonso y Bernardo, gemelos, en cuarta posición Celia la extravagante, caprichosa, inmadura, impropia de esta familia, y en el furgón de cola Silvia resentida, Silvia Campanilla, Silvia de niña alegría y luz para todos, Silvia mamá de Carla y valiente mujer de un tío imponente pero con menos cerebro que un mosquito al que por fin se decidió a plantar.
Mi madre jamás tuvo el valor de hacerlo con mi padre. Vivieron juntos ocho años, hasta que a él se le vino encima la estructura familiar, los gemelos que no paraban, aquella mujer agotada de cambiar pañales y fregar escaleras, el sueldo que no llegaba, los vicios que no podía tener, él que era de pañuelo planchado y afther save, partida todas las tardes y limpiabotas con propina ... Cogió la puerta y se fue, porque podía, a los de su género siempre se les ha permitido, a aquel pobre hombre de oídos sensibles le reventaba el llanto de los gemelos a la hora sagrada de su siesta, sus amigos del barrio no podían subir a casa a ver el futbol porque no había cervezas en la nevera ni a su mujer le salían las tortillas de patata como antes, cuando estaban los dos solos y la casa olía a limpio y África era una niña que no era niña, silenciosa, dormida la mayor parte del día, todavía podían practicar sexo con cierto placer mutuo, sin prisas ni agotamientos, ni facturas, la comida de mañana que pondré yo para la comida de mañana, cómo vas a hacer el amor con una mujer que piensa en los zapatos de los crios, en bajarle el doble a los pantalones, en una excusa lógica para el casero y que hace meses que no va a la peluquería, mucho más mayor parece de lo que es ...
No contento con el “ahí te quedas” se molestaba en reaparecer, y en cada embestida de arrepentimiento dejaba embarazada a mi madre, un aborto después de los gemelos, yo y Silvia. Volvía como el exiliado político o el marido combatiente, sólo que todos sabían que estaba con otra, cuatro calles más abajo, a la que también le hizo un hijo porque como semental no tenía precio, el muchacho debe ser de mi edad ... El último eslabón es Silvia porque al barrio llegó una artista inglesa que montó una tienda de decoración, y a los seis meses la cerró para largarse con mi padre, nunca supimos a dónde porque nunca volvimos a saber de él.
Mi madre siguió hablándonos de su marido como si fuera un mensajero de la paz que debe peregrinar por el mundo propagando la palabra divina, sus fotos y algunas de sus cosas ocuparon durante años lugares privilegiados de la casa, hasta que nosotros las fuimos sustituyendo sin más y ella no pidió explicaciones.
Supongo que conforme fuimos creciendo nos hicimos nuestra propia composición de lugar.
Físicamente yo soy la que más me parezco a Alfonso Esteban Palacios. No podía ser de otra manera. Me corre por las venas su sangre inconformista, el gen salvaje de los que no estamos hechos para la cotidianidad. Tengo sus ojos oscuros y su pelo indomable, prisa por todo, apego por lo justo. Quiero la parte correspondiente del reparto equitativo que no tuve y detesto la sencillez.
También he tenido un hijo, yo uno solo, que he preferido que viviera con su padre porque qué iba a hacer yo con Ander y sus ocho años, empezaba a resultar impertinente, el niño absolutamente bello, guapo hasta lo indecible, pasaba a una etapa de preguntas y confirmación de su identidad bastante incómoda. Me reprochaba que no jugase con él, yo que tengo los tobillos fatal de tanto tacón no me iba a poner a darle patadas a un balón de reglamento, ni a raquetear en el parque, la verdad, tampoco le parecía bien que los fines de semana saliera a divertirme un poco, qué monjil el niño, como si una no tuviera derecho a desconectar un rato, lo pasaba a casa de Sole, mi vecina, o lo llevaba a dormir con alguno de sus amigos, que sólo no lo dejaba ... un día me salió con que quería irse con su padre y no tuvo que repetirlo, ya lleva tres años con él y creo que es lo mejor para todos. De vez en cuando voy a verlo, están a 70 kilómetros, pero los autobuses me marean y esa ciudad de provincias tan austera ...
A Imanol no le pareció mal que el crio se fuese con él, al fin y al cabo yo, además de parirlo, lo había tenido ocho añitos, sí que es verdad que él venía mucho, en cada periodo de vacaciones y cuando yo le pedía socorro. Imanol es buena gente, acerté en elegirlo como padre de mi hijo, aunque todo fuese fortuito dicen que las casualidades no existen. No se desentendió en ningún momento y a punto estuvo varias veces de pedirme matrimonio, pero tan loca no estoy y él es un hombre bueno sin más, sin misterios, sorpresas ni dobleces, fácilmente comprensible. No podía hacerle la gran putada de emparejarme con él. Así que le dí un hijo con el que se lleva de maravilla y todos nos soportamos mejor que si hubiésemos formado una familia convencional.
Tengo miedo de que Ander continúe reprochándome cosas con el paso del tiempo, que se convierta en uno de esos adolescentes que odian a su madre pero no pueden vivir sin ella. Es un chaval inteligente y sabrá comprender que somos como somos, no como les gustaría a otros y que los lazos de sangre son eternos, indestructibles, no se puede mirar para otro lado, cuanto más te alejas antes llegas a la boca del lobo.
Cuando saco unas perrillas de alguno de mis trabajos eventuales le mando unas deportivas de marca, un reloj sumergible o una peli de DVD, y él me llama para darme las gracias como si en lugar de ser su madre fuese su madrina o una tia benefactora.
Le está cambiando la voz.
Sé que me lo estoy perdiendo, cómo no voy a saberlo yo que soy su madre, pero no se puede tener todo, la vida es breve y plana, hay que intensificarla, probar de aquí y de allá, sucumbir a la tentación, caer y levantarse, levantarse siempre, perder para ganar.
Ahora estoy con mi proyecto de negocio y sólo existe ese frente en mi vida. Voy a ser una mujer de negocios, ¿por qué no?, tengo tiempo, ni siquiera he cumplido los cuarenta, económicamente pienso afrontarlo con la parte de la escuálida herencia de mamá y la cuenta en común que tengo con Ander, antes de que cumpla los dieciocho años le habré devuelto con creces hasta el último céntimo, la familia de su padre es generosa y le ingresan de vez en cuando suculentas propinas, como no va a prestármelo si soy su madre, no tengo ni que preguntárselo.
El negocio los va a dejar a todos boquiabiertos, quien sabe si en un futuro mis hermanos han de verse mendigándome trabajo o pidiéndome un préstamo, que la vida da muchas vueltas y esta es mi oportunidad de demostrarles que no he elegido ser una mujer desafortunada.
La suerte es un factor determinante, y si yo hubiese nacido en otro lugar, en otro contexto, con posibilidades reales ... hoy sería una mujer famosa, de eso estoy segura, porque habría aprovechado todo ese currículum oculto y especial que me hierve por dentro y me hace diferente.
Es un lástima que no contemos con vidas multiplicadas, que no podamos dedicar una de ellas exclusivamente a nosotras, con el vestuario adecuado, la casa ideal, las vacaciones soñadas y una pareja oportuna. Sería una buena recompensa a cambio de meses y años esperando que todo cambie, que no es mi sitio, que alguien venga a buscarme.
La gente aún no se ha enterado de que hay quien nace demasiado pronto, en desacuerdo con el tiempo cronológico que le corresponde vivir, y no encuentra su hábitat.
Ante eso sólo queda rebelarnos, buscar lo que nos hace instantáneamente felices para exprimirlo en un aquí y ahora, porque después se hará de noche y volveré a estar sola en mi cama, en la casa pequeña que quiero cambiar y no puedo, donde las velas aromáticas siempre huelen a desencanto.
Voy a tomarme un Dry Martini, que es una bebida muy chic aprendida de las películas americanas, -nadie bebe como lo hacía Ava Gardner- me prepararé un baño con espuma aunque mi bañera sea minúscula y tenga que estar hecha un cuatro y estrenaré la última ropa de batalla que me he comprado. La noche es benévola, cosmopolita, suave como un abrigo de visón. Siempre me mira con los ojos que me gustan y me acoge sin condiciones.
Está ahí para sobrellevar los días imposibles.
Así que Celia no va a estar en casa, y bailará descalza como si nunca más pudiera hacerlo y con la imagen que le devuelvan los cristales de los garitos pensará que está estupenda, que la vida es maravillosa y que nada ni nadie le va a amargar los Dry Martinis.
Resacosa, tumbada boca abajo en la cama con el sol quemándole los talones volverá a pensar que es una incomprendida de la historia y que este no es su sitio.
Pero eso será mañana, antes todavía debo decidir que zapatos ponerme.
3 comentarios
lorente -
Saúl Oria -
Carmen F -