"KATHIE Y EL HIPOPÓTAMO"
La calidad de vida de cualquier persona mejora con el acceso a la cultura, quizás por eso nuestros gobernantes procuran restringirlo, no vaya a ser que nos dé por pensar, y gente unida que piensa unida ya se sabe... puede cambiar las cosas.
Personalmente me siento afortunada cuando piso un teatro, considero que debo aprovechar al máximo la oportunidad, ese trabajo que se nos muestra tan directa y descarnadamente, de un modo tan apasionado y real que no puede compararse con ninguna otra variante del arte.
Este Octubre, durante las fiestas de mi ciudad, y ocupando una tercera fila en el Teatro Principal (ahí es nada) fuí la espectadora de "Kathie y el hipopótamo", obra de Vargas Llosa dirigida por Magüi Mira y protagonizada entre otros por Ana Belén. Lo sé, la apuesta no era muy arriesgada y teníamos mucho a favor, además la escena se completaba con un pianista, David San José, hijo de Victor Manuel y Ana Belén, grandioso músico, que nos deleitó dentro de la trama con varios clásicos franceses a los que ponía letra su madre sentada sobre el piano.
No sé si se puede pedir más para los que venimos siguiendo durante décadas a la artista de Lavapiés, sus trabajos pueden gustarte más o menos, está claro que no hay verdad absoluta y todo tiene matices, pero su profesionalidad, elegancia y rigor estético resultan evidentes. Una no se mantiene en primera fila cincuenta años (desde la película "Zampo y yo", de Luis Lucia, dónde despunta como "niña prodigio") por capricho.
Pero puestos a pedir, digerir como espectadora a Vargas Llosa no parecía tarea sencilla. “Kathie y el hipopótamo” se estrenó por primera vez en Caracas en 1983, con Norma Aleandro (la inigualable actriz argentina de “El hijo de la novia” o “Sol de otoño”) al frente del reparto. El autor peruano traza una obra en la que la ficción y la realidad tiene para sus personajes una importancia vital, hasta dónde imaginamos, hasta dónde somos, qué ocurrió realmente, qué parte de nuestro pasado es nuestra, inventada o de nadie…
Todo parte de un hecho concreto: uno de los trabajos "alimenticios" que tuvo que hacer el autor durante su estancia como estudiante en París fue para una "adinerada señora" que había hecho "un viaje por lugares exóticos y quería 'escribir' un libro"; así que, llena de ideas pero carente "de palabras", le contrató a él como "negro".
Con esa "excusa" Vargas Llosa tira del hilo, su vertiente teatral también es onírica, arrolladora, su alargada sombra se extiende por un escenario en el que se ha cuidado hasta el más mínimo detalle, se conduce de la mano a los espectadores, que no lo tenemos fácil porque la historia no nació para serlo, pero que inevitablemente seduce, y en eso, volviendo al principio, la actriz protagonista es experta.
Una sale del teatro con la sensación irrepetible de haber asistido a algo sumamente especial, una de esas sensaciones que ni siquiera el tiempo puede borrar.
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