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MARTES DE CENIZA

"No te veré morir"

"No te veré morir"

Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) se sitúa ya en ese Olimpo incontestable de los grandes autores españoles, miembro de la Real Academia de la Lengua, galardonado con el Príncipe de Asturias de las Letras, emparejado con Elvira Lindo (Cádiz,1962, la genial autora de "Manolito Gafotas"), al parecer y por lo que deja traslucir, un tipo tranquilo, afable, inteligente, con buena memoria, grandes amigos y una zona de confort ganada por derecho.

Muñoz Molina se ha convertido en una marca, no quiero decir que sea un producto, sino que su identidad, su constancia y su trabajo le han otorgado un lugar en el mundo literario, y en el otro, a salvo de intemperies y dudas, una garantía de calidad.

Y él lo sabe. Porque escribe con el oficio, la maestría y la holgura de quien ha librado mil batallas y ya no se debe a nadie más que a sí mismo. Escribe como le apetece, con los ingredientes que considera indispensables y que son el reflejo de sus envolturas (viajes, música, amplia cultura, gastronomía, historia...). Se ha permitido además, cambiar de registro y de género a lo largo de los años, dominando la pirueta de saltimbanqui.

Y ese sello de denominación de origen que salta a la vista como la plata bien pulida, es lo que me ha llevado hasta su última novela: "No te veré morir" (Seix Barral, 2023).

Su sinopsis dice así:

Durante su juventud, Gabriel Aristu y Adriana Zuber protagonizaron una apasionada historia de amor que parecía destinada a durar para siempre. El futuro, sin embargo, tenía otros planes para ellos. Separados durante cincuenta años por un océano de incomunicación, ella atrapada en la España de la dictadura, él viviendo el éxito profesional en Estados Unidos, vuelven a encontrarse en el ocaso de sus días. Miradas, caricias, deseos acallados y viejos reproches dejarán paso entonces a la constatación de que la nostalgia de aquel primer amor lo es también de la persona que una vez fuimos.

  No te veré morir es una novela sobre el poder de la memoria y del olvido, la lealtad y la traición, los estragos del tiempo y la obstinación del amor y sus espejismos. La conmovedora historia de una pasión frustrada por la vida y un hermoso retrato de la vejez escritos con una delicadeza extrema.

No he leído una mala crítica, ni siquiera una puntillosa, con algún "pero" por pequeño que sea... de hecho lo comparan con el mejor Thomas Bernhard (Austria, 1931-1989) y quién soy yo, una escritora mediocre y por supervivencia psicológica, una lectora cada vez menos compulsiva y apasionada, como para dudar siquiera sobre esas afirmaciones.

Pero un blog es la casa de una también, es una de esas habitaciones con pósters, un microclima, las mejores fotos de tu vida en blanco y negro decorando las paredes, el sitio que buscabas, el que necesitabas, dónde eres libre.

Y libre me siento para decir que "No te veré morir" me resulta superflua y nada prometedora. Rica en matices, eso es verdad, en detalles, con una primera parte emotiva y centrada en la evolución de unos personajes que están lejos de resultar humanamente cercanos, de clase alta y refinada (por mucho que nos dibuje un pasado de padres humildes que se sacrificaron para que su hijo estudiase), pertenecientes a mundos poco accesibles (academicistas, opulentos, neoyorquinos...), y una segunda parte apresurada que pierde fuelle y convicción, dónde prevalecen expectativas y necesidades poco consecuentes con la realidad que acaba uniendo, cincuenta años después, a Gabriel y Adriana.

Hacerse viejo es la gran estafa que nunca nos contaron.

Si a ello le sumas limitaciones, enfermedades y edadismo, se avecina tormenta de las gordas.

Pero Muñoz Molina no profundiza, su personaje masculino tiene miedo y peca de cobarde y el final de la novela, precipitado y tajante, más que culminarla la quiebra, se carga los brotes buenos, la atmósfera del reencuentro.

Aún con todo, yo no puedo olvidar, del mismo autor: "El invierno en Lisboa" (1987) o "Plenilunio" (1997), porque vivieron en mí con el poso de la narrativa global, esas historias que se entrelazan con la vida, cobran sentido y perduran.

No creo en la parte por el todo, cada novela responde a una época y a un planteamiento que nunca es el mismo para el autor que para el lector. Llegar a establecer lugares comunes depende de muchas cosas, diminutas y vulnerables.

A Muñoz Molina, de vez en cuando, como a los antiguos veranos, habrá que volver, porque siempre guardan algo en los bolsillos, un truco de magia.

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