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MARTES DE CENIZA

"CÓMO MATÉ A MI PADRE"

"CÓMO MATÉ A MI PADRE"

Será que me hago mayor (indudablemente) y que por eso me molestan las promesas.  Sobre todo las falsas.

¿Hasta qué punto una biografía literal puede tratarse como una novela actual y prometedora?.

¿Por qué se alinean los astros para ensalzar algo  que sólo puede variar en la forma de ser contado y que ni siquiera es mérito de quien lo narra, porque no lo ha elegido?

Preguntas de Agosto inolvidable.

Sara Jaramilo Klinkert (Medellín, Colombia, 1979) relata en ésta su primera novela el asesinato de su padre a manos de un sicario:

«Cuando tenía once años, un sicario mató a mi padre. Yo era una niña que no imaginaba que algo así pudiera pasar. Pero pasó. Todavía me cuesta creer que apenas treinta y cinco gramos de acero y un gramo de pólvora hayan podido acabar con una familia.  Doy fe de ello. Acabaron con la mía..»

Perdonadme. Pero lo he comprado y lo he leído, he subrayado frases de belleza descriptiva, de tejido emocional sin subterfugios, pero me niego a incluir en el pack que estamos frente a la nueva revelación de la literatura lationoamericana.

Me cansan las revelaciones que te meten por los ojos cómo si te persiguiera una bandada de pájaros. Quieras que no. Lo que dice todo el mundo que sabe. Los entendidos.

Yo me libro. Sólo sé que no sé nada.

Porque Sara Jaramillo escribe bien y porque nadie puede llevarle la contraria o dudar, sobre un hecho tan explícito, sobre la modificación familiar a raíz de ello, sobre su supervivencia.

El trauma, por encima del trauma y nada más que el trauma. Innegable, claro, pero a mi entender lejos de lo literario, de lo creativo, de la prosa lírica que poco tiene que ver con el exceso de almíbar.

Supongo que hay muchas víctimas, en la Colombia de aquella época y en cualquier lugar de todos los días, que podrían contarnos lo mismo, la afectación a sus vidas infantiles de una ausencia provocada de modo tan brutal.

No infravaloro el esfuerzo. Sería idiota.

Pero creo que está más cerca de un ejercicio de salud mental y espiritual que de una prometedora novela.

Lenta en ocasiones y retórica en abundancia estructura una narración con el dolor cómo epicentro, sus sombras, cómo afecta a cada miembro de la familia, su manera de seguir viviendo, el hogar, los silencios... una nada cotidiana sembrada al final por unos cuantos párrafos que merecen la pena realmente, los que hablan del envejecimiento de su madre, mujer resiliente y constructiva, que crea bosques y quiere convertirse en arbol.

Puede ser una buena lectura para quien aprecie las biografías de gente joven marcada por sucesos trágicos. Hay grandes lectorxs biográficos.

A mí me ha costado conectar con la historia, buceaba tratando de encontrar algo más y la he terminado sin la misma huella con la que comencé.

Lástima. 

Ojalá dentro de unos años, esta joven promesa deje de serlo y crezca, y construya más allá, ahora que pesa menos.


"NO APTA PARA DESOBEDIENTES"

"NO APTA PARA DESOBEDIENTES"

 

Pero también

 la vida nos sujeta porque precisamente

no es como la esperábamos”.(“Noches del mes de Junio”-Jaime Gil de Biedma)

 

Saldremos

por los puentes de la aurora

ahora que reconocemos

lo que ya no volverá.

 

No me he cansado de esperar,

es sólo que me harta

la melancolía.

Esa manera de acunar

la tristeza

y contarle historias

para no dormir.

 

La calma

estaba tan cerca y tan lejos,

se parecía tanto a la quietud

o a rendirse...

No apta para desobedientes.

 

Se puede seguir siéndolo.

Mirando a los ojos,

lanzando piedras al río,

leyendo,

adentrándose en la noche

y en el silencio cuerpo a cuerpo.

Mirando a los ojos.

 

En realidad,

lo sabes,

estoy cansada,

vapuleada y cansada,

nadie me advirtió

sobre las falsas promesas

y el deseo intacto,

las ganas de vivir intactas

en las ciudades dónde los ríos

no desembocan en el mar

porque se arremolinan en tus tobillos.

 

Y no avanzas,

no avanzas,

lees

y lees

para parecer libre,

para encontrar la calma,

la certeza

en los posos del café que no te gusta,

cómo el tiempo transcurrido

sin que puedas hacer nada.

 

Nada.

"A CORAZÓN ABIERTO"

"A CORAZÓN ABIERTO"

No son buenos tiempos para la lírica.

Retrocedemos en esta comunidad autónoma y en casi todo el país, con esta pandemia que nos está consumiendo a muchos niveles y robándonos tiempo de vida social, ese tejido básico que nos proporciona energía, raíces y libertad. 

Es ahora cuando me doy cuenta de lo poco que podemos elegir en esta vida, de lo manipulados y manipulables que somos. El miedo es un océano insondable.

Para colmo se ha muerto Juan Marsé, otro componente de esa generación del 50, denominada "maldita" por la forma en que vivieron y/o murieron muchos de sus componentes.  He leído un artículo de Cristina Fallarás, más que recomendable, sobre el Juan Marsé que ella quiso ser de adolescente. Lo definía como "compacto". Que quiere decir mucho más allá de la honestidad o la sabiduría. Compacto. De una pieza. Íntegro. No tenía aspecto bonachón ni presumía de buen genio Marsé, pero se llevó a sus nietos a recoger el Premio Cervantes, aprendía y disfrutaba de los niños, tenía paciencia con ellos. No venía de casta literaria, pero el aprendiz de joyero se introdujo en ella casi sin querer y sin terminar de pertenecer a ella.

Os recomiendo un documental que podéis encontrar en You Tube, "Imprescindibles", de la 2, dedicado a Juan Marsé, si de verdad queréis descubrir el oficio de escritor y a la persona, más allá de los símbolos y del personaje.

Y si no habéis leído , si fuera posible que todavía no hayáis leído nada de Marsé, podéis empezar por cualquier parte de su extensa trayectoria, todas sus novelas lo identifican, crean su universo particular, aunque quizás "Últimas tardes con Teresa" sea el inicio del escritor empeñado en serlo.

Me voy fuera de foco.

Cualquiera puede homenajear más y mejor que yo al catalán nacido en 1933, pero sí que sentía la necesidad de despedirlo a mi manera, a través de este blog que permanece, desde 2008,  con muy pocas, muy pocas visitas, como una roca desapercibida en un camino de montaña.

Su primera novela "Encerrados con un solo juguete", o "Caligrafía de los Sueños", una de las últimas, están también entre las entradas de este blog, poniendo en primer lugar del mapa y de la cartografía literaria a esa Barcelona de posguerra que nadie, nunca, describió como él.

Vuelvo al foco.

Yo venía a expresarme sobre la nueva novela de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) en diez años:

"A Corazón Abierto", una narración biográfica centrada en la historia de amor, desamor y muerte que vivieron sus padres.

Elvira Lindo no es Juan Marsé ni a la inversa.

Pero los dos tienen algo en común.

La credibilidad del poso. Haber trabajado la literatura, a pico y pala, para moldearla a su estilo, darle su forma, decorarla con sus cortinas y su felpudo de Bienvenida.

No me gusta todo lo que escribe Elvira Lindo. Pero me gusta Elvira Lindo.

La serie de Manolito Gafotas me resulta entrañable, entretenida, atemporal y muy digna.

Me sorprendió gratamente con "Algo más inesperado que la muerte" (2002) y "Una palabra tuya"(2005). La consideré inconsistente y algo desapercibida con "Lo que me queda por vivir" (2010) y me encantó especialmente con "El otro barrio" (1999).

Me gustan sus artículos y sus colaboraciones radiofónicas. Me gusta su voz.

Elvira Lindo ha conseguido esa burbuja tan difícil. Método Elvira. Convicción Elvira. Universo Elvira.

Idealizo de alguna manera que esté casada con Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), el de "Plenilunio" (1997) o "El invierno en Lisboa" (1987), Premio Príncipe de Asturias de Las Letras, por las tertulias y los amigos y las historias que deben entrar en esa casa.

Elvira Lindo es cercana, a la hora de escribir, de contar, de narrar. 

Sus historias son fluidas, no suelen resultar tediosas ni pesadas, personajes comunes, asumibles, de vecindario, pero no por ello simples.

Sencilla y eficaz, detrás de cada personaje suele esconderse la particularidad de la contradicción, no hay buenos ni malos, mejores y peores... depende del cruce, de la encrucijada, de todas las verdades que nunca fueron, que nunca son absolutas.

Su última novela tiene mucho de exorcismo, de necesidad y de colocar las piezas en los lugares correspondientes. Ha ido recogiendo las migas de pan en un viaje de regreso nada idílico. Nos cuenta su niñez, infancia, juventud y madurez dentro del entramado familiar y dejando el protagonismo principal a sus padres, explicando que la historia que los construyó, sus orígenes y el tiempo que les tocó vivir,  influyó de manera trascendental en la vida de Elvira y sus hermanos.

A veces demasiada responsabilidad para una niña el cuidar de su madre enferma, otras el sentimiento de culpa por querer huir del dolor, un padre especial con pánico absoluto a la soledad, el compromiso político, la Universidad, los primeros amores y los últimos...

Puede ser un libro piscinero, pero plantea cuestiones sobre los vínculos que no deberían pasar desapercibidas.

Puede ser un libro de verano, Elvira Lindo no cree en las fronteras, pero pretende algo más, para eso se ha dejado las tripas y un espejo.

Miremos hacia dentro de nuestras casas y familias y calculemos: ¿Cuánto de lo que quisimos dejar atrás sigue persiguiéndonos?, ¿Por qué a veces resulta inevitable amar a seres confusos, difíciles?, ¿Cuándo comienzan realmente las historias de amor y desamor?.

Leer entre líneas a través de una historia biográfica es una elección libre, porque también puede una asomarse, como a un jardín de tulipanes, simplemente a contemplar.

El libro está ahí, entre todas las novedades de este 2020 que tardaremos en olvidar.

La sinceridad y la generosidad con las que está escrito bien merecen dedicarle un tiempo sin tiempo.

Desde aquí las gracias, aunque nunca llegue a leerlas, por seguir construyendo Universo Elvira.


"El Señor López y otras historias"

"El Señor López y otras historias"

El verano ha llegado y nadie sabe cuándo ha sido, porque nos han quitado tres meses de en medio con confinamientos, pandemias y otros argumentarios que bien podrían, ojalá,resultar ficción. 

Resulta que íbamos con chaqueta de lana en el momento en que un bichejo incontrolable contagiaba al mundo entero cebándose, cómo siempre, hasta los virus son clasistas, con los más débiles. Y hemos anochecido, con nuevos términos acuñados por vaya usted a saber, envueltos en una "nueva normalidad", que viene a resultar que la normalidad, como el DNI, tienen fecha de caducidad.

El caso es que pasamos de la chaqueta de lana a creer que la vida era una mala versión de sí misma, todos en tirantes, noches sofocantes pero mascarilla, imprescindible excepto en terrazas y exteriores muy lejanos y desérticos, para alegría, que tampoco les viene mal, de los hosteleros.

Yo he vuelto por mis fueros y cómo no hay medicamento que se me resista, pese a fisiólogas, benzodiazepinas, tranquilizantes, etc, no dan con la tecla quizá porque no la hay, vuelvo a pasar por las penurias propias del no dormir.  Así que recurro al flotador de la lectura, cómo última valla antes de la locura o la depresión generalizadas.

Y en mi empeño de descubrir todo lo que podría perderme sin saberlo (la aguja en el pajar) dí con el que podría ser, según dicen, uno de los grandes dramaturgos emergentes del teatro español. Solamente.

Nando López (Barcelona, 1977), novelista, dramaturgo, profesor, de los polifacéticos creadores, esos que investigan y prueban y se atreven y posiblemente hasta lo logren.

A mí es que me tocó dar con "Hasta nunca Peter Pan" (Espasa, Planeta, 2020), y seguro que es cosa mía y cuestión de orden que tiendo a saltarme. Quizás no debería haber empezado por ahí, la historia de un guionista mediocre que lleva mal la crisis de los cuarenta (él y todo su entorno), que todavía no ha roto el cordón umbilical con unos padres cultos, impecables y disciplinados, encadenando una ruptura amorosa tras otra, indeciso, friki del cine y la música de los 90, con una hermana melliza que obtiene profesionalmente todos los éxitos que él no consigue, y que deja a cargo de David (nuestro guionista) a su hijo adolescente durante un tiempo en el que ella debe viajar a la otra parte del mundo. Unai, cómo buen adolescente de novela, se las trae y no. Ha sufrido una separación traumática de su padre que le trae consecuencias y rupturas consigo mismo.

De ahí se podría sacar petróleo para un experto en literatura española contemporánea, literatura infantil y juvenil y literatura homosexual española (os prometo que no sabía que dentro de una literatura había tantas literaturas, como muñecas rusas, todas escaladas y bien catalogadas).

En resumidas cuentas no me ha gustado poco la última incursión en la novela de Nando López. No me ha gustado nada, tediosa, lenta y hasta me atrevería a decir, (yo, que he terminado la que posiblemente sea mi primera y última novela,  "Cómo esos viejos árboles" y que sin duda tendrá más taras que aciertos) que mal escrita, anodina, con un ritmo muy flojo, simple.

Pero siempre hay un roto para un descosido grande o pequeño, siempre.

Y surgió la vieja patria argentina con su hermoso lenguaje (te adaptas con algo de dificultad al principio, luego vuelas) y Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) es un inafalible, cómo sólo puede serlo quién co-escribió el guión de "El secreto de sus ojos" o "La noche de los Giles". Sólo él, con su emotiva sencillez y su buen gusto ante todo, con novelas intergeneracionales cómo "Ser feliz era esto" (2014), también criticada en este blog, te devuelve a la maravilla de lo creíble. Lo compro a ojos cerrados. 

Su última novela se titula "Lo mucho que te amé" (Alfaguara, 2020), centrada en los años 50 y 60 del pasado siglo, cuatro hermanas y sus parejas componen un grupo compacto amante del cine. Van creciendo a la vez, teniendo hijos, discutiendo de política, cumpliendo con las costumbres y los ritos, conviviendo con una tía insoportable, hermana del padre, una de esas amas de llaves de las películas de miedo. ¡Ay la tía Rita y su maledicencia!  Por no hablar de sus presentimientos y del barniz de la escalera...  No hay familia sin secretos ni amores imposibles, hay memoria, hay respeto, el qué dirán y una mujer entre todas ellas que alcanza la medida de saltarse los patrones sociales porque quiere y porque puede.

Es linda y hermosa, cómo dirían los argentinos, "Lo mucho que te amé", sin demasiado almíbar ni demasiado de nada, tiene un punto exacto y limpio de sencillez y manos boca arriba.

Gracias Sacheri, porque cuando te leo o veo las películas en las que intervienes, esas en que alguno de sus protagonistas suele ser, para mayor seducción, Ricardo Darín, siento que la vida es fácil, que menos es más, que hay que mirar al lado y buscar ese hombro incondicional porque la soledad y la melancolía, a veces inevitables, no son el camino hacia la felicidad de las cosas pequeñas.

Este quilombo macanudo mereció la pena, pibe.


"EL CHICO DE LAS BOBINAS"

"EL CHICO DE LAS BOBINAS"

Pasa. Son las rachas, de repente, desde cualquier parte del mundo, se escribe sobre señoras que han equivocado sus vidas y se lo cuentan en torno a una taza de café, de té (más literario) o de mate, una tarde de la semana casi siempre a la misma hora, y entonces todo se parece a algo que ya hemos visto u oído, incluso repetido, de alguna manera, en alguna parte.

La literatura también tiene sus modas, no sé porqué el empoderamiento femenino de repente convierte en mujeres que ya están empoderadas, aunque no lo sepan,  a féminas que abren floristerías, cuidan hijos solas, se consideran afortunadamente imperfectas, no hacen deporte, malcocinan, pero tienen algo dentro que no las convierte en anodinas porque si no no serían protagonistas de ninguna novela y la cosa del mercado decaería.

No es un mercado tan Cainita cómo el farmacéútico (crucemos los dedos) pero se deja mover por los mismo hilos que el resto del mundo, y si de repente (no sé cómo se decide eso) se venden libros de adolescentes en peligro, de artistas incomprendidas o de infancias que, cómo la mayoría, no vengamos ahora a edulcorar la torrija, tuvieron un poquito o un mucho de lo suyo,  pues te encuentras con montones de esas temáticas en las secciones de novedades, actualidad, presente inmediato, venidas desde Checoslovaquia, Italia, Estatos Unidos o Tetuán.

Y es fácil caer en la trampa por varias cosas, porque, cuando eres más rara que un perro verde, y hay otras temáticas que ni de lejos a estas alturas te pondrías a hojear (romanticismo, histórica, policíaca, de terror, bosques que silban, hadas modernas, voces del río...) pues entonces la cosa se complica bastante,  porque acabas eligiendo por eliminación, lo que, en la vida, la mayoría de las veces, te conduce a comerte de bruces la pelota de frontón y  en la literatura también,  porque te has gastado el dinero y las energías en una historia que a partir del capítulo tres no se la regalarías envuelta  ni a Mª Glori que lo último que leyó, si es que eso se lee, fue lo de la sombras de Grey.

Y si seguís este blog y me conocéis sólo un poco (lo que a estas alturas de mi trayectoria vital es imposible porque yo no soy de danza de siete velos, soy la que soy, o conmigo o sin mí, o te vienes o te quedas... el todo o la nada, el incondicionalismo, la lealtad, bla,bla, bla, ya sabéis de que pie no cojeo) tampoco le puedo echar la culpa al sueño, como en la entrada anterior porque amigas mías, dormir, lo que se dice dormir casi como persona normal que se acuesta de noche y se levanta de día, eso lo estoy consiguiendo a base, ya os lo cuento en otro momento, de inventarme otra vida sólo para dormir, bueno, hay quien ejerce dobles y triples vidas, hay quien es poliédrica, poliamorosa o qué sé yo, y todo vale mientras el mundo ruede y una de las partes no se sienta damnificada ¿no?. Yo duermo principalmente porque me he creído que tengo que hacerlo y porque me he vuelto una animal de costumbres, pero eso para otro día.

En la última entrada, la del  insomnio y el libro forrado con la tela de un vestido, la infancia de Marina marcaba el trayecto de un verano que resultó fronterizo en su vida.  Porque después le dio por comprender y crecer. Y ya nada fue igual. Y porque Elisa Victoria cuenta la historia de una manera magistral que te deja pegada al agua, las sábanas, la ausencia de la madre y el sol de aquel verano.

"Vozdevieja" es un premio, con el punto exacto de todo lo que tienen que tener los premios que no son ñoños.

Así que decidí seguir en la racha, ver cómo cuenta o se inventa cada uno esa parte de su vida que lo catapulta a todas las demás, que es como uno de esos paisajes nevados guardados dentro de una bola de cristal que durante años no puedes evitar agitarlos hasta que cualquier día te olvidas de ellos y aunque sigan estando sobre el mismo tapete y en la misma mesa forman parte del decorado como los estertores del olvido a los que se les confina.

Primero fueron "Los años impares" de María Sirvent (Andújar, 1980), una muchacha contratada por la agencia literaria de Carmen Balcells, que fallecida hace cinco años y con un olfato literario infalible, consiguió representar a Luis Goytisolo, García Márquez, Terenci  Moix y Rosa Montero entre otros y otras. Decir que María Sirvent escribe mal, yo, que no he salido de cuatro premios rurales de la España profunda tendría cuando menos guasa. Entreteje con arte, las secuencias temporales son buenas, pero no dejaba de recordarme a "El turismo es un gran invento" o a cualquiera de otras películas de la época que venían a explicarle al españolito medio lo que era Ibiza, los bikinis, y todo lo que cargaba uno en la maleta cuando volvía al pueblo, que cada vez procuraba hacerlo menos porque cómo buen emigrado ya no sabía ni de dónde era. El drama rural, las cartas, las viudas, las mujeres que nunca pudieron salir de dónde quisieron hacerlo, me resulta un tanto asfixiante y un mucho repetitivo, convencida de que la muchacha no tiene culpa ninguna. A veces no conectas. No es el momento. No te lo crees.

Después continué con el empeño, por aquello que os decía antes del extenso panorama en el que puedo elegir, y me acordé de los buenos ratos que me ha deparado la Editorial Tusquets y me fui directa a por "Temporada de avispas", de Elisa Ferrer (1983), que se llama igual que la de "Vozdevieja" (será también que se han puesto de moda las Elisas), pero el apelido no era coincidente. Pues la chica no sólo se estrena en la novela con "Temporada de Avispas" sino que gana el Premio Tusquets.  Me entraron ganas de llorar. Las sinopsis son otra pandemia que asolará el mundo, mienten más que hablan, prometen, y lo que hay que hacer es olvidarse de ellas y coger el libro por el bazo, el esternón o la clavícula, por cualquier parte, y leer un fragmento de cualquiera de esas secciones. Pero yo no lo hice, y me creí la seriedad de Tusquets y la foto con la niña bajo la sombrilla en mitad de la playa.  Nuria dibuja avispas por todas partes, es un impulso creativo, una desazón, porque cuando era pequeña a Nuria y a su hermano les abandonó su padre y creó una familia paralela y ella escuchó muchas broncas y muchas discusiones, y aunque se ha convertido en una buena ilustradora ella se ha dejado muchas puertas sin cerrar y en las ciudades que hace frío y  humedad eso es fatal.

Es moderno, muy moderno y muy traumatizado pero qué quieras que te diga, nadie dijo que esto fuera fácil, y ya está, y todo eso.

Antes de estos dos yo estaba absolutamente conmovida, sin leerla, (absurdez muy propia) por "Piel de Plata", de Javier Calvo (1973) tenía una intuición de esas que muy pocas veces me fallan, pero que cuando lo hacen me explotan cómo una bomba casera en la cara y me la llenan de esquirlas de cristales desilusionados.  Pues eso.  Y mira que los adolescentes se llaman Pol y Bronwin y se conocen en la consulta de un psiquiatra, pero ni aún así, ni aunque tengas cuentas pendientes con tu propia niñez sin resolver o sin ni siqiera, que no lo sé, haber sido vivida de lejos, puede ser todo tan decadente, tan dependiente de las drogas, tan al borde siempre de la psicosis y la esquizofrenia... porque no es verdad, porque ni siquiera uno de los mejores libros que he leído sobre adolescencia, "Deseo de ser punk" (2009), Belén Gopegui, es tan sumamente apocalíptico.

Y así estaba el plan. Dormía, cada vez mejor en mi nueva vida nocturna inventada. Pero sin un pedazo decente de pan que poder echarme a la boca antes de creer que puedo conseguirlo, que soy dueña de mi cuerpo y yo decido dormir.

Así que el ultimísimo día previo al estado de alarma (ese del que ya me venía avisando Pilar Alejandro pero yo no quise hacerle caso como buena desobediente civil y ella, inteligente, leída, sabida, todo lo contrario a mi ignorancia palpitante, soltaba sus puntos suspensivos alarmantes) fui al mismo sitio que pienso ir en cuanto el microsalivismo ya no sea un problema epidemiológico de consecuencias mortales. 

A una Librería. Ya tarde, a punto de cerrar. Le pregunté a Daniel cual quería, ahora la psicología deportiva nos lleva por la calle de la amargura, así que encontré una edición de bolsillo de lo que me pedía y cuando ya me iba se concatenaron las cosas. Ya sabéis a lo que me refiero. Sonó algo, una voz, un color, una cinta, un título desde una portada "El chico de las bobinas" de Pere Cervantes (1971).Que la cosecha del 71 es inigualable eso lo sabe todo el mundo, así que me detuve. Aunque me sepa mal eso de que se haga tarde y la gente después de un día de trabajo y de un país en el que no suena nada y sin embargo suenan todas las sirenas, se quiera ir a refugio.

Y resultó tratarse de la Barcelona de Posguerra, la Barcelona de claroscuros tan bien retratada por Marsé y en este caso por Pere Cervantes, una Barcelona chivata, traidora, fría y al mismo tiempo  solidaria entre vecinos que perdieron a tanta gente. En tiempos de cuerda floja sin red, cuando se sabe de la caída, la gente de bien guarda una manzana en el bolsillo, una taza de café aguado, una manta raída. Cual es el valor de una manta raída. Todo lo contrario a la traición. 

Nil Roig es un chiquillo que se pasa el día en bicicleta transportando de un cine a otro viejas bobinas de películas.  El día de su decimotercer cumpleaños es testigo de un crimen cometido en el portal de su casa. Mientras el asesino huye después de haberlo amenazado de muerte en caso de no mantener la boca cerrada, el moribundo le entrega el misterioso cromo de un actor de cine de la época.  A partir de entonces la vida de Nil, de su madre Soledad (que trabaja llevando las paupérrimas cuentas de una carpintería, la del anciano Romagosa, que no reclama sus deudas y deja pagar al debe) y de sus amigos, aquellos que conocieron a su padre, un maqui que se fugó al monte y del que jamás podrá olvidar su voz  porque fue actor de doblaje, cambiará para siempre.

Hay momentos de extraordinaria violencia, no gratuita, acordes a lo que se está contando, ineludibles. Hay momentos de extraordinaria belleza (la descripción de los viejos cines, uno de ellos, clave en la novela, escondido en los bajos de una librería, los proyectistas de cine y su amor por las películas, los carteles de actores y actrices.  Hay momentos de una amistad que les devuelve la vida).

Yo no sé si cómo expresa la editorial lo calificaría de un thriller nostálgico cargado de emotividad y misterio empeñado en mostrar la fragilidad y la ambigüedad de la naturaleza humana.  Personas buenas y malas ha habido siempre, gente que se mueve mejor entre el odio y el rencor que entre el perdón y el olvido, y cuando la propia historia se encarga de ir dejando a su paso deudas pendientes todo se complica.

Las mujeres de la novela, todas, a pesar de sus dolores y de sus fracasos, a pesar del miedo que todas respiran, se tienen un respeto a sí mismas y a lo que va quedando de aquello en lo que creyeron absolutamente admirable.

La novela empieza en 1945 y termina en 2021. Alguien gana hasta un Premio Goya.

No voy a desvelar nada más, sólo reconocerle a Pere Cervantes la suerte que he tenido de que "El chico de las bobinas" fuera la  novela de mi confinamiento, sabiendo desde el principio "lo bien" que iba a llevarlo, ha supuesto un regalo, aún no sé cómo se las arregló para que yo intuyese que me estaba esperando.

"Todo hombre bueno puede dejar de serlo. Un revés de la vida, la crueldad de un semejante o un achaque de locura, pero sobre todo... el abuso de los vencedores." Dice Bernardo en la página 476 (uno de esos personajes que te enamoran de principio a fin). Y tiene razón. Hay dolores que van a palpitar como un eco, toda la vida.

La novela es redonda, de buen gusto, bien compuesta, definida y hermosa, es un homenaje al cine de siempre y a la gente de posguerra, personas construídas a base de fragmentos, empobrecida pero leal, dispuesta a tender una mano cuando la causa lo requiere.

Y os prometo que en esta novela tienen cabida las causas más importantes de la vida sin faltar ninguna.


"VOZDEVIEJA"

"VOZDEVIEJA"

Me he olvidado de todo. Ya me disculparéis y quizá también pueda disculparme conmigo o contra mí. Pero me he olvidado, y ahí sí que entraba en situación de UVI, hasta del placer, inmenso, liberador y revolucionario de la lectura.

Padecer insomnio es cómo que te arranquen los párpados y ya no puedas guardar nada dentro de ellos, que te conectan además con una neurona que tiene memoria, retención para la literatura (no digamos nada si, como en este caso, encima es de la buena) pero al romperse la cadena de transmisión todo se convierte en agua sucia, un dolor gris que te acompaña en el ritmo contrario e invisible de las personas que no separan las noches de los días.

"Vozdevieja"(Elisa Victoria, Sevilla-1985) me ha salvado la vida un poco, mientras nada se detenía y todo amenazaba con sucederse y continuar, contigo o sin ti. Hubiese asimilado y disfrutado la historia de otra manera en caso de que las circunstancias fueran diferentes, pero no lo eran.

Y yo, después de haberme adivinado en la casa de madera junto al mar que nunca tendré, con los perros que ya no serán los míos, contando hacia delante o atrás cuando jamás me interesaron los números, respirando por la boca del estómago, no pensando, no pensando, no pensando en que dentro de nada será mañana, pero si ya es mañana, qué estoy diciendo... alargaba el brazo, daba la luz de la mesilla y me agarraba a "Vozdevieja" (Blackie Ebooks,2018) cómo al único arbol centenario en un desierto sin sombras.

El Verano del 92 en Sevilla para Marina y sus nueve años es especial. Ese verano de no querer crecer y hacerlo irremediablemente, más deprisa si cabe. La mejor amiga de Marina es su abuela, que está enamorada de Felipe González, a Marina en el cole la llaman "Vozdevieja", tiene dificultades, o eso parece, para relacionarse con gente de su edad,  su padre desaparece del mapa cotidiano y su madre es una madre inusual que baila como nadie las canciones de Diana Ross, que usa una colonia inolvidable, pese a que está muy enferma y pasa largas temporadas lejos de Marina.

A Marina no le tiene que explicar nada. Marina sabe. La ha observado tan bien y durante tanto tiempo que reconoce a su madre hasta el extremo. Marina lo descubre casi todo sola pero se siente querida y cierra los ojos muy tarde, en madrugadas ya muy abiertas, porque tiene curiosidad y miedo, le gustan los cómics y las películas para mayores, pero sobre todo, sobre todo, quiere salir a la vida cómo si cada día fuese una historia única, emocionante e irrepetible.

Lo de estas escritoras tan jóvenes, con esa facilidad pasmosa para describir lo que ellas mismas debieron vivir antesdeayer y dejarte además pensando cómo lo hacemos, cómo construimos sociedad, escalera, comunidad, mundo, maternidad... da mucha envidia. Te deja perpleja, conmocionada.

Mi insomnio sigue ahí como lobo que no abandona cueva ni presa (por otra parte se lo debo estar poniendo bastante fácil). A veces tengo miedo de que no se me pase nunca (siempre fui de dormir poco, pero esto es otra cosa), de no saber convivir con el dolor (que es algo que no tendría por qué producirse) de morirme. Yo que nunca tuve miedo a la muerte (aunque esto último parezca la frase de un bolero).  Tengo miedo de no volver a recuperar un poco, sólo un poco, de calidad de vida.

La gente que arrastra los pies y sale a trabajar, y se lava la cara varias veces al día y no recuerda lo que ha mirado, la gente que percibe un agujero en el centro de su cuerpo y teme que la noche amenace con no apagarse, esa gente, aunque no se sienta demasiado viva por dentro lo está, y quiere seguir estándolo.

Que a todo ello pueda ayudar un libro, una historia encuadernada con la tela de un vestido infantil, es cómo un pequeño milagro. ¿O no?

JUNTOS, NADA MÁS

JUNTOS, NADA MÁS

Antes de llegar a Anna Gavalda (escritora y periodista francesa, 1970) me demoré en "El libro de Jonás", de Ramón Pernas (Lugo, 1952).  Es éste, sin lugar a dudas, un libro peculiar, especial y un tanto extraño.  Aunque ya sabemos que los menús literarios son a gusto de los paladares, y que lo que a mí me produce un tipo de sabor a otra persona puede parecerle exquisito, o no...

La primera parte del libro resulta casi perfecta. Armónica, bien descrita, anzuelo afilado. El ingrediente evocador de la niñez, la descripción de un suceso infantil en una plaza gallega durante la primera mitad del sigloXX... un recuerdo casi palpable, propio de una biografía novelada. Pernas se desenvuelve con la soltura de quien maneja el oficio narrativo con los elementos escogidos a conciencia.  Después y a mi entender la cosa desvaría, yo hubiese preferido que me contase otra historia, de otra forma, pero él tenía muy claro el devenir de una novela que considero pierde aire, como un globo sin anudar, la calidad descriptiva se logra mantener, pero la trama se ramifica hacia lugares que poco tienen que ver con el inicio, rebuscados, sin encanto y sin resultado. 

Pero llegó ese rincón del mundo que es mi librería de segunda mano, mi madriguera perfecta, ese lugar que siempre te espera. Y me enseñó a Anna Gavalda. Y ayer terminé "Juntos, nada más" (2007)... demoré cuanto pude el final, no quería acabarlo, no quería desprenderme de los personajes, de la casa en la que comparten su vida seres tan distintos y sin embargo afines, de los diálogos, del amor, no soy yo de hablar de amor a tumba abierta, pero es que este es amor del bueno, oigan, del cotidiano, del necesario, incondicional, vital, desinteresado, honesto y capaz.  Sólo eso. 

Cuando hay demanda hay cine. Novela convertida en argumento cinematográfico. Yo no he de verla, aunque es difícil que una historia tan sencilla, tan hermosa, tan comprometida y tan verdad se acabe convirtiendo en un fiasco, tiene mucho andamio del que poder agarrarse. Pero yo quiero imaginarme a Camille con sus cuadernos de pintura, hecha un ovillo en el sofá, cogiendo el metro, soportando a su madre a duras penas... y a Philibert con su porte aristocrático y su timidez de niño acosado abriéndose al mundo desde su tienda de postales... a Franck troceando verduras y batiendo natillas, siendo lo único que podía ser para sobrevivir, cocinero, y quiero imaginarme su moto y sus manos, cómo escucha música y cómo pescaba cuando era pequeño...la gran Paulette en su jardín, al sol, visitando museos con Camille, tejiendo bufandas, queriendo cómo se quiere cuando respiras o cuando andas, imperceptiblemente.

La novela es un milagro. Un pequeño milagro escondido en una historia de seres invisibles. Que casi nunca están, que apenas se quieren, que se temen a sí mismos... pero muy en el fondo guardan algo que les ayuda a continuar: generosidad y empatía. Resucitan porque el azar, o no tanto, les conduce a elegirse y a vivir juntos. La lealtad te convierte en familia y ellos crean una peculiar, enternecedora y única.

París ayuda. Y saber escribir. Y manejar los tiempos. Y las emociones.

"Estaba en la barra de un bar frente al restaurante en el que había quedado con su madre. Extendió las manos a ambos lados del vaso, y con los ojos cerrados, empezó a respirar muy despacito.  Esas comidas, por muy espaciadas que fueran, siempre la machacaban por dentro. Terminaba hecha polvo, tambaleándose, y como desollada viva. Como si su madre se dedicara, con una meticulosidad sádica, aunque probablemente insconsciente, a levantar las costras y volver a abrir, una a una, miles de pequeñas cicatrices."

La historia tiene fragmentos con los que resulta difícil no llorar, reir, recordar, conmoverse, conectar... la historia también es, en ocasiones, la mía, y conseguir eso, la identificación, es la excelencia de la novela, lo que la convierte en innolvidable.

Gracias, Anna Gavalda.

SIEMPRE ALBERTI

SIEMPRE ALBERTI

El verano y yo somos enemigos íntimos.  Tiene un aire de superioridad, un halo fraudulento de que todo es posible que me enerva. Por no tocar su eternidad, esa extensión que no alcanza final y siembra de paréntesis las esquinas.  Sopla sobre la vida tratando de restarle significado.

Así ocurre con la literatura. A lo peor es que existe literatura de verano y de invierno (hasta de entretiempo), cómo nos da por clasificarlo todo... el caso es que, en eso sí voy a darle su valor, el verano es una estación propicia para la lectura, te la sirve en bandeja, y con esa promesa de contar con todo el tiempo que antes no has tenido augura intensidad.

Comenzó Mayo con trampolín de altura olímpica, el último libro de Luis García Montero: "Palabras rotas", tratando de reivindicar el valor de los lugares públicos y privados que nos dan sentido como colectividad, aquellas palabras que de tan manidas se perdieron.  Y yo me perdí tratando de encontrar la esencia del director del Instituto Cervantes, esa prosa lírica emocionante y ciudadana que sin duda estaba, por momentos, aunque sumergida en cultismos y en una aureola casi épica que por poco logran, y no me gustaría jamás volver a pasar por ello, que no termine, precisamente yo, un libro de García Montero.

Cuando me empeño en apostar a caballo ganador deberían chirriarme los dientes en señal de preaviso, a ver si así me doy por enterada. Patricio Pron había ganado el Alfagura de Novela con "Mañana tendremos otros nombres". Intuía desde el principio que a Pron no "le pegan" algunos premios... pero el calor sofocante nubla el entendimiento y me sumergí de cabeza en una novela tediosa y plana, más de lo mismo de lo que nunca se termina, desamores tristes en sujetos inacabados de clase media-alta, prototipos, una narración que en nada se asemeja a apuestas anteriores del autor como "El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia" (2011). Esta vez no me inmolé, no fui capaz de terminarla.

Miré a mi alrededor. Los chalecos salvavidas suelen estar al alcance. Llevan aparejada una tabla que siempre flota.  Recordé que algunos clásicos se llaman así porque no defraudan nunca, son perennes. 

Crecí maravillada con la Generación del 27, con sus trayectorias literarias y amistosas, con la Residencia de Estudiantes y la mala suerte de toparse con la maldita Guerra Civil.  Recuerdo presenciar en tiempo y forma, testigo privilegiada, la llegada de Alberti a España bajando las escaleras de aquel avión, demasiado tarde quizás, pero la justicia reparatoria no es perfecta. Cómo recuerdo todo lo que él y Mª Teresa León me han enseñado sobre el exilio, la poesía, el teatro y la vida.

Guardo como canela en rama, azafrán en paño o trenza cortada, un "Retrato de Rafael Alberti" publicado por Galaxia Gutenberg y escrito por Mª Asunción Mateo poco antes del fallecimiento del "poeta en la calle" (cómo a él le gustaba definirse). Un Alberti anciano que jamás demostró serlo desgrana ante la periodista que se convertiría en su viuda, aspectos inéditos, pequeños, desapercibidos, de su extensa trayectoria. La espectacular galería de imágenes en blanco y negro que acompañan al libro, el testimonio de personajes que acompañaron a Alberti (Nuría Espert, Terenci Moix, Dámaso Alonso, Pablo Neruda....) convierten esta obra en una joya completa y en un equipaje imprescindible para quienes la literatura, de eso no me he olvidado, nos salvó la vida.

Entre las páginas conservo una factura del Círculo de Lectores por importe de dos mil quinientas sesenta y ocho pesetas de 1996 y una entrevista que reproduce Heraldo de Aragón tres años después a  Mª Asunción Mateo, un mes después del fallecimiento del escritor gaditano... curiosidades que palpitan en las estanterías cuando todo pasa por algo.  Se guarda mucho de lo que se guarda para ser recuperado en un momento clave.

Mi kit de supervivencia me ha salvado de la melancolía veraniega, del desencanto de los best-sellers refritos todos con los mismo aceites que se venden como churros.

Alberti nació demasiado pronto, pero aquel fue su tiempo, su capacidad inabordable para comprender y transmitir todas las cosas... para ser libre, a pesar de todo.

Lo que escribió cuando conoció a Mª Teresa León en 1930 me sirve para describir mi etapa antes de reencontrarlo: "Cuando tú apareciste/ penaba yo en la entraña más profunda/ de una cueva sin aire y sin salida".

Siempre vive Rafael Alberti.