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MARTES DE CENIZA

"El agua sucia de los charcos"

"El agua sucia de los charcos"

 

 

"Las notas de canciones protesta

que suenan ya 

con la nostalgia de un bolero"

 (Luis García Montero)


Es un espejismo,

 un reflejo imperceptible

provocado por el auga sucia de los charcos.

Yo lo sé.

Pero te veo.

 

Intacto tu ramaje,

tu piel de verano,

el incendio de tus pómulos...

aquella sonrisa impaciente

y la sabiduría de la nada.

 

Querer sirve para muy poco.

Querer no cuenta.

 

Nos hemos vuelto extranjeros,

deshabitados,

extraños.

No nos reconoceríamos,

bien lo sabe

quien no descifra las señales.

 

A veces, 

la desobediencia

me obliga a pisar

el agua sucia de los charcos,

y durante un instante fugaz

e irrepetible

recuerdo una despedida confusa

en la oscuridad de los días impares.

Pájaro de sombra

Pájaro de sombra

"No soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja, sino un pulso herido que presiente el más allá" (Federico García Lorca)

 

Había una grieta

en medio de todas las cosas.

Cuando existía el mar

y las esperanzas.

Un frío azul

en el contorno frágil

de la melancolía.

 

La vi.

No pude hacer nada.

 

Una grieta

no acaba con el mundo, 

no dilata el tiempo,

no nos vuelve imperfectos.

Pero domina el equilibrio.

Tiene nombres propios,

lugares, fechas, pulsos,

la respiración de un búfalo.

Cronología de identidad.

 

Asomada a ella

he contemplado lo que no amé,

aquello de lo que jamás

pude desprenderme.

 

Hay una grieta

en medio de todas las cosas.

Le pido perdón

y acaso unos segundos...

"Llévame a casa"

"Llévame a casa"

Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) es otro nivel.

Podría empezar desmenuzando su última novela "Llévame a casa" (Seix Barral, 2021), de plena actualidad, intensa cotidiana, viva, centrada en los compromisos familiares y en la tarea de los cuidados cuando la ocasión obliga, o comenzar con la primera, "Intemperie" (2013), llevada al cine por Benito Zambrano y protagonizada por un magistral Luis Tosar, un drama tipo western dónde la huída de un niño de un poblado gobernado por un caciquismo feroz planta sobre la mesa algo tan misterioso e insondable como la incondicionalidad.

Pero prefiero poner el foco en el autor.  Sobre todo cuando es mucho más que eso. Alguien capaz de recrear espacios con precisión de relojero, perfecto diseñador de emociones, escritor metódico, hábil, fundamentado, con memoria histórica y equipaje, con vivencias, países y raíces de las que tirar con cuidado.

Sus descripciones son únicas, no conozco hoy en día a ningún otro autor capaz de bordarlas así:

"Sólo ha pasado cuatro años fuera, pero en ese tiempo le han sucedido tantas cosas que su mirada se ha movido de lugar"

"Un hombre sin nadie a quien entregarle sus afectos es un hombre al que le sobran"

"Uno no puede huir de sí mismo, ni esconderse.  Por mucho que se vaya a Escocia, a Australia o a la estación espacial, uno llevas sus jugos gástricos consigo".

Y así un reguero.

Y así Juan, que se escapó de un ambiente cerrado y conservador mintiendo, poniendo excusas para no volver, tratando de ser libre muy lejos, se ve obligado a regresar a su pueblo natal tras el fallecimiento de su padre y quedando al cuidado de su madre enferma de Alzheimer.

Hasta ahí las coordenadas de lo sencillo.

Pero absolutamente nada es lo que parece.

Detrás están todas las conversaciones que no tuvieron ni tendrán ya lugar, está saber convivir, o no, con el dolor y la enfermedad, está todo lo que no se elige, pero te elige a tí.

Y están las decisiones que uno debe tomar, porque así ha sido, es y será, herederos de falsas promesas y destinos viciados, torpes, irrevocables.

La novela no es de una intensidad apremiante, no es densa.  Es un pedazo de intimidad y una chaqueta de lana, un hule de plástico, las almendras, una fábrica de puertas, un coche que no funciona, un amigo de la infancia, el lenguaje de las medicinas, un perro fiel... son los ingredientes cotidianos de cualquier vida anónima que en este caso cobran protagonismo de actualidad, porque te piden que no mires para otro lado, te toman por la barbilla, y tú qué tienes qué decir, tú que harías en su lugar, tú que harías...

"Llévame a casa" duele, en algún punto de la memoria de cualquiera, duele.

Es una lectura sencilla, pero no fácil.

Sobre todo evidencia el gran vacío asistencial en la política de cuidados a los más vulnerables y dependientes.  A pesar de los años y de los daños sólo la familia sostiene. Cadena perpetua.

Lectura de obligado cumplimiento si tendemos a diferenciarnos de los animales y ser cada vez más humanos, más despojados de hipocresía.

Jesús Carrasco Jaramillo es, sin duda, otro nivel.


Corazón de trinchera

Corazón de trinchera

 

Todos tenemos una guerra que ganar,
un perdón que pedir,
un recuerdo aparcado,
una salida de emergencia,
un poco de miedo,
y una sonrisa que no olvidaremos jamás.

SIEMPRE.

("Y el que diga que no, miente"- Lae Sánchez)

 

 

Y de repente... ausencias.

Falta una calle,

una forma,

el aire.

No nos reconocemos

en los lugares de siempre.

No somos los de siempre.

Admitir que la vida nos transforma

ya es una derrota.

Una detrás de otra:

el tiempo que no vivimos,

el pasado,

como no,

mordiéndonos los tobillos, 

que no me escuches,

que no te mire,

perdidos entre el gentío y el ruido, 

perdidos.

 

Encontrarme

es lo más difícil

que he hecho en mi vida.

"DULCE INTRODUCCIÓN AL CAOS"

"DULCE INTRODUCCIÓN AL CAOS"

"Pero los cambios solo se perciben cuando la mutación ya se ha iniciado.  Crecer y avanzar es, en parte, adaptarse a la alteración, dejar atrás aquella vida ingenua, las etapas, los pisos compartidos y las vivencias colectivas." 

"Con los años, la euforia se aplacará y estar razonablemente triste se volverá habitual".

Descubrir a Marta Orriols Balaguer (Sabadell, 1975) ha sido una buena manera de terminar este año de lectura sobre lectura para escapar de una realidad en exceso irreal y aterradora. Si siempre la literatura me ha salvado la vida, este año más que nunca.  Me ha permitido además escribir dos pequeñas novelas: "Cómo esos viejos árboles" y "Nada quedará de lo que fuimos". Poco importantes, pero terapéuticas y que a mi gente, que es lo importante para quienes ya no vamos a vivir de lo que escribimos, ni de lejos, le han parecido decentes e incluso emotivas.

Bien está por otra parte querer contar las cosas de una detrminada manera y poder hacerlo, y ofrecerlo, como un pajarillo aleteando entre las manos antes de echar a volar.

Volviendo a la catalana, a quien comparan con Alice Munro (Canadá, 1931, Premio Nobel de Literatura en 2013) "Dulce introducción al caos" (Lumen, Octubre de 2020), es una historia cotidiana centrada en un presente continuo.  Ya para empezar ese método me parece fascinante, yo necesito trasponer el pasado, utilizarlo de manera transversal e imprescindible. No resulto moderna, no engancho con la actualidad ni con un tipo de público hiperrealista y pragmático. Pero es que yo no soy escritora profesional, y Marta Orriols sí.

Una pareja, guionista él, fotógrafa ella, Dani y Marta, que necesitan pocas cosas, que viven cómo por descuido, decidiendo estar juntos pero sin plantearse mucho más ni proyectarse en planes concretos. Hasta que deben tomar una decisión que los vuelve del revés, los vuelca, y afloran miedos, inseguridades, convencionalismos, futuro... esa pista de hielo tan incierta....

Las citas del principio de esta entrada procuran garantizar una calidad literaria sin discusión.  Es una novela bien escrita, bien dirigida, que roza la prosa lírica, que la domina, que maneja bien los tiempos y que, para mí gusto lector, sólo se tambalea en un final cortante y prematuro.  Aunque bien tendría que ver con mis ganas de seguir leyendo más, porque sorprende en fragmentos ricos, directos al corazón de las cosas que nos importan y que nos esperan aún sin sospecharlo, a la vuelta de cualquier esquina, con ojos de podenco abandonado.

La autora tiene otras novelas, una de ellas publicada en 2018 y reconocida como la mejor novela de ese año: "Aprender a hablar con las plantas", es decir, hay camino hecho para seguir explorándolo y conociéndola. Es buena porque refleja su prisma, su posición, la parte del mundo desde la que quiere enviar el mensaje dentro de la botella.  Es buena y valiente.

Cerramos un 2020 para la historia.

En el recuerdo siempre los que no pudieron despedirse, los que se vieron invadidos, aterrados y enfermos. Los que lucharon y perdieron porque no dependía de ellos y ellas.

Más que un virus hemos vivido una devastación social, reconstruir no será sencillo.

Pero somos empecinados.

Y queremos un mañana mejor.

"TODO LO QUE NO TE CONTÉ"

"TODO LO QUE NO TE CONTÉ"

Descubrí a Celeste Ng (Pittsburgh, Pensilvania, 1980) con "Pequeños fuegos por todas partes" (2017), y utilicé este blog para comentar esa segunda novela suya bien estructurada, sofocante (sociedad pequeña, roles definidos, secretos inconfesables...), un disparo directo a la conciencia de quienes no asumen las diferencias, incapaces de encontrar en ellas todos esos granos de arena que construyen fortaleza.

"Todo lo que no te conté" la precede, fue su primera novela, recibió premios y distinciones y también toca un tema que ella domina y hace predominar, la mezcla, el mestizaje, la diferencia, supongo que lo ha vivido desde niña, dado que sus padres se trasladaron desde Hong Kong a Estados Unidos y la mezcla asiática y norteamericana define a la familia Lee, protagonista de la novela que comento hoy.

La familia Lee tiene tres hijos, la mayor desaparece una noche y es encontrada días después ahogada en un lago próximo a la vivienda.

Hasta ahí y durante muchos fragmentos, la novela puede parecerse a cualquier otra estilo "¿Quién mató a Laura Palmer?" o a cualquiera de las películas de sobremesa de sábado facilmente olvidables.

Considerando que "Pequeños fuegos por todas partes" me gustó más y la considero mejor por la trama narrativa, la riqueza de personajes o lo compacta que resulta, en "Todo lo que no te conté" hay que separar la parte requemada para encontrar el pan blanco... hay que trabajarla despacio y rebuscar en lo pequeño, porque está ahí, ahí, delante de todos, una novela basada en el desconocimiento pleno que podemos tener respecto a las personas con las que convivimos.

Superior a la muerte de Lydia es descubrir que apenas la conocían.

Que excepto su hermano Nath, nadie sabe quién es o qué desea, ni ella misma.

Su madre se marchó de casa durante un tiempo y ella, una niña envuelta en el miedo de no volver a verla, prometió acceder a todo y no contrariarla si regresaba.  Y regresó.

Y la médico que no supo, que al final no pudo, ser su madre, debe serlo Lydia, la única hija deseada, con dos hermanos invisibles que sobreviven a una familia "modélica" con la única intención de pasar desapercibidos y dejar ese entorno a la mínima oportunidad.

Pero todo se tuerce. Pocas cosas tiran más que un destino al que no has sabido llevarle la contraria.

Lydia explota.

Todo explota.

Y está ahí, en la identidad de cada uno, en cómo se conocieron los progenitores, las barreras que debieron saltar, en el tipo de vida que quieren diseñar con precisión de relojero y cuyas costuras aprietan demasiado.

Algunas veces te estrangula el alma.

Duele un poco pensar que convivimos, nos puede ocurrir a cualquiera, con perfectos desconocidos que por no defraudarnos están hechos de humo, de nada.

Las apariencias, un condado pequeño, una universidad desapercibida, una madre que nunca quiso formar una familia tradicional, Hannah, la hija del retorno, que tiene antenas, una sensibilidad especial para ver, oir, y callar, que se enconde bajo las mesas, pequeña pero fuerte, sabia.

Nath, que acaricia la fuga deseada, estudiando, consiguiendo plaza en una universidad de prestigio, pero que no consigue sobreponerse a la muerte de su hermana y busca culpables en fantasmas.

Amores imposibles también y algunas piezas que encajan, al final algunas piezas deben encajar para seguir adelante.

Son los años 70. Es Ohio.

Y no, no es una gran novela, quizás ni siquiera buena, pero tiene un rastrillo que puede removerte el estómago, que lo sientes, puedes detectarlo.

El dolor es el mismo en todas partes.

El dolor insoportable de pensar que las cosas pudieron ser diferentes, pudimos cambiarlas y no lo hicimos, miramos para otro lado... Es interesante también como Celeste Ng cuenta cómo se vive con ello.

Recomendable, inquietante y poco conformista, eso sí lo tiene, eso es "Todo lo que no te conté"


"NI PARA SIEMPRE"

"NI PARA SIEMPRE"

"Pero

 he muerto tantas veces

que ahora sé resucitar" (Elvira Sastre. "Mi vida huele a flor")

 

Ni siquiera el olvido es para siempre.

 

Avanzas.

Estamos cronometrados.

Avanzas.

Playas, mercados, balcones al sol.

 

Una niña que escribe en su diario

y descubre la libertad

en la lectura.

 

Océano, velas de cumpleaños, sopla,

piensa un deseo.

Estás viva.

 

Pero de repente

nos educaron en fronteras inservibles,

hay un gesto pequeño y fugaz

al abrir una caja

o pensar en alguien

que cruza sin mirar.

Cuando se abre un paraguas

y alguien pronuncia

un nombre descartado de cualquier remite.

 

Entonces alzamos la mirada,

las huellas de las gaviotas en la playa,

la misma canción...

la radio es traicionera.

 

No se trata de distancia,

ni siquiera de equilibrio.

 

Hay que convivir con los finales,

con los acuerdos y las madrugadas,

comprender lo efímero.

 

Que nada es para ti ni para mí.

 

Ni para siempre.

"CÓMO MATÉ A MI PADRE"

"CÓMO MATÉ A MI PADRE"

Será que me hago mayor (indudablemente) y que por eso me molestan las promesas.  Sobre todo las falsas.

¿Hasta qué punto una biografía literal puede tratarse como una novela actual y prometedora?.

¿Por qué se alinean los astros para ensalzar algo  que sólo puede variar en la forma de ser contado y que ni siquiera es mérito de quien lo narra, porque no lo ha elegido?

Preguntas de Agosto inolvidable.

Sara Jaramilo Klinkert (Medellín, Colombia, 1979) relata en ésta su primera novela el asesinato de su padre a manos de un sicario:

«Cuando tenía once años, un sicario mató a mi padre. Yo era una niña que no imaginaba que algo así pudiera pasar. Pero pasó. Todavía me cuesta creer que apenas treinta y cinco gramos de acero y un gramo de pólvora hayan podido acabar con una familia.  Doy fe de ello. Acabaron con la mía..»

Perdonadme. Pero lo he comprado y lo he leído, he subrayado frases de belleza descriptiva, de tejido emocional sin subterfugios, pero me niego a incluir en el pack que estamos frente a la nueva revelación de la literatura lationoamericana.

Me cansan las revelaciones que te meten por los ojos cómo si te persiguiera una bandada de pájaros. Quieras que no. Lo que dice todo el mundo que sabe. Los entendidos.

Yo me libro. Sólo sé que no sé nada.

Porque Sara Jaramillo escribe bien y porque nadie puede llevarle la contraria o dudar, sobre un hecho tan explícito, sobre la modificación familiar a raíz de ello, sobre su supervivencia.

El trauma, por encima del trauma y nada más que el trauma. Innegable, claro, pero a mi entender lejos de lo literario, de lo creativo, de la prosa lírica que poco tiene que ver con el exceso de almíbar.

Supongo que hay muchas víctimas, en la Colombia de aquella época y en cualquier lugar de todos los días, que podrían contarnos lo mismo, la afectación a sus vidas infantiles de una ausencia provocada de modo tan brutal.

No infravaloro el esfuerzo. Sería idiota.

Pero creo que está más cerca de un ejercicio de salud mental y espiritual que de una prometedora novela.

Lenta en ocasiones y retórica en abundancia estructura una narración con el dolor cómo epicentro, sus sombras, cómo afecta a cada miembro de la familia, su manera de seguir viviendo, el hogar, los silencios... una nada cotidiana sembrada al final por unos cuantos párrafos que merecen la pena realmente, los que hablan del envejecimiento de su madre, mujer resiliente y constructiva, que crea bosques y quiere convertirse en arbol.

Puede ser una buena lectura para quien aprecie las biografías de gente joven marcada por sucesos trágicos. Hay grandes lectorxs biográficos.

A mí me ha costado conectar con la historia, buceaba tratando de encontrar algo más y la he terminado sin la misma huella con la que comencé.

Lástima. 

Ojalá dentro de unos años, esta joven promesa deje de serlo y crezca, y construya más allá, ahora que pesa menos.