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MARTES DE CENIZA

LITERATURA

"LAS SINSOMBRERO"

"LAS SINSOMBRERO"

Lo que hubiera dado yo por conocerlas... A "Las Sinsombrero", ese colectivo de mujeres brillantes, adelantadas a su época, nacidas a finales del XIX y principios del XX, que tanto vivieron y tanto contaron, a pesar de que la Guerra Civil frustrase su carrera imparable hacia la igualdad y la libertad.

Cuando Maruja Mallo (1902-1995) cuenta en la Introducción del libro que, acompañada por Dalí, Margarita Manso y García Lorca, deciden quitarse los sombreros ("congestionaban las ideas")un día atravesando la Puerta del Sol, la gente los apedrea llamándoles maricones y reprimiendo ese gesto de rebeldía, una ya comprende que está ante un ensayo-estudio-proyecto didáctico importante, visibilizador y justo. Porque pretende dar el sitio que nunca tuvieron las artistas invisibles de la Generación del 27.

En los colegios no se estudian sus nombres, de ahí que la productora y directora Tania Balló (Barcelona, 1977) haya creado este proyecto multidisciplinar que comienza con el documental: http://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-sin-sombrero/3318136/ y que supone ponerles cara, conocer su obra, sentir que algo se arruga, un pequeño puñado de entrañas conmovidas por el olvido y el exilio al que fueron condenadas injustamente.

Así conocemos a Marga Gil Roësset, (1908-1932), la joven escultora trágicamente desaparecida, incondicional de Zenobia y Juan Ramón, tremendamente tímida pero capaz de utilizar como material el granito, lo que requería de talento y una asombrosa técnica.

A Concha Méndez (1898-1986), de quien dicen que su actitud vital hacía que la gente quisiera ser su amiga, campeona de natación, poeta, guionista, dramaturga, editora, impresora, la novia adolescente de Luis Buñuel... el documental muestra una grabación en la que Concha es entrevistada por su propia nieta y ella hace gala de una memoria y humor extraordinarios.

De Maruja Mallo ya he adelantado pinceladas al principio de esta entrada, pero se puede, se debe decir, que fue la mujer más original y transgresora de la España de los años veinte y treinta. En la famosa Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid coincidieron en 1922 dos de las mejores pintoras de la historia artística española: Maruja Mallo y Remedios Varo.

Ángeles Santos murió en 2013 a los ciento dos años, tuvo una vida familiar nómada puesto que su padre era funcionario de Hacienda e inspector de aduanas, importante pintora, reconocida como "niña genio",víctima de un mundo interior fuera de su tiempo, llegó a destruir sus primeras obras y dedicarse a una pintura más costumbrista, cedió para sobrevivir.

La más conocida de todas las mujeres que se presentan entre "Las Sinsombrero" es María Zambrano (1904-1991), Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, primera mujer en recibir el Premio Cervantes, con una Fundación que recoge su legado en Vélez-Málaga, lugar dónde nació.  Pero no recibe el alcance necesario lo que para la historia del pensamiento filosófico e intelectual representa la figura de Zambrano, pieza indispensable para entender la evolución del pensamiento occidental del siglo XX. Pese a ello, de no ser por imperativo deseo particular de algún docente, no se estudia en las Universidades. "Más la vida necesita de la palabra; si bastase con vivir no se pensaría, si se piensa es porque la vida necesita de la palabra"

De María Teresa León (1903-1988) qué se puede decir que ella no haya contado ya en su magistral libro "Memoria de la Melancolía", ese fiel reflejo del exilio, una historia tan cálida y a la vez tan terriblemente desoladora. Ese libro termina así: "Aún tengo la ilusión de que mi memoria del recuerdo no se extinga, y por eso escribo en letras grandes y esperanzadoras: Continuará". Cuando por fin pudo regresar a sus raíces, bajar de ese avión del que solo recordamos a Alberti con su melena blanca al viento del Madrid que los recuperaba, ya era demasiado tarde para Mª Teresa, aquejada de Alzheimer no pudo identificar el ansiado momento, fue internada en la Residencia donde falleció poco después. Feminista, activista, ensayista, escritora, dramaturga, una de las personalidades más silenciadas y más importantes de la historia contemporánea española. Lo dejó todo por el poeta, un matrimonio carcelario, unos hijos, en una época en que la sumisión femenina formaba parte de la dote y estructuraba el mundo. Mª Teresa fue expulsada del Sagrado Corazón por querer estudiar Bachillerato y leer libros prohibidos. Se empieza a alejar de imposiciones a través de la escritura, relatos que firma bajo seudónimo y artículos con una clara vocacón de justicia social. En 1930 conoce al que será el gran amor de su vida, Rafael Alberti, la proclamación de la Guerra civil los sorprende en Ibiza, deben esconderse en el monte y vivir allí durante veinte días. Ya en Madrid ella, como personaje del panorama intelectual, se erige como una figura combativa y socialmente implicada:"La cultura es un arma que debe ser utilizada para convencer al pueblo de la necesidad de defender la democracia y la libertad ante el fascismo". Se le encomendó la protección de algunas de las obras más importantes del patrimonio artístico español que se encuentran en el Museo del Prado. Para ponerlas a salvo de los bombardeos empieza un tortuoso recorrido por los caminos de España. Aguantaron en la resistencia madrileña hasta 1939, en Argentina nace, dos años después, su hija Aitana. Mª Teresa León publicó en sus años de destierro más de dieciocho obras de distintos géneros. "Estoy cansada de no saber dónde morirme. esa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?".

Rosa Chacel (1898-1994), Vallisoletana, sobrina-nieta de Zorrilla, educada por su madre en casa, nunca fue a la escuela debido a su delicada salud, de carácter reservado, discípula de Ortega y Gasset, irrumpe en el panorama novelístico (patriarcado absoluto) proponiendo una prosa diferente y rompedora, atreviéndose además con la poesía, el ensayo y la crítica. Pasó grandes penurias económicas en el exilio, aunque no por ello dejó de trabajar en sus escritos, sintió profundamente el fracaso del proyecto de la República en el que tanto creyó, pero no llegó a tener nunca nostalgia de un país al que ya no reconocía. Regresó en 1970 y le concedieron diecisete años después el Premio Nacional de las Letras.

La exaltación de la amistad en sus obras es un rasgo frecuente de todas estas autoras, capaces de crear un espacio común de fraternidad compartida.

Ernestina de Champourcín (1905-1999). A pesar de que Gerardo Diego la consagrara incluyéndola dentro de su antología: "Poesía española contemporánea" (1934) es una poeta desconocida. Vasca, de orígenes aristocráticos, educación bilingüe y refinada cultura, lectora precoz y apasionada descubre en las letras al autor que años después se convertiría en maestro y amigo: Juan Ramón Jiménez. De carácter autónomo y fuerte, comienza a publicar a los dieciocho años y frecuenta círculos políticos y sociales poco relacionados con su entrono. Surge en ella un incipiente feminismo del que reniega en alguna entrevista posterior pero que la identificará siempre. "¿Por qué no podemos ser nosotras, sencillamente sin más? No tener nombre, ni tierra, no ser de nada ni de nadie, ser nuestras, como son blancos los poemas o azules los lirios".

Josefina De La Torre (1907-2002).La única actriz del grupo, su legado poético se desvaneció durante años pese a no exiliarse nunca. Mujer polifacética, nacida en Canarias, moderna e idependiente, absolutamente ignorada como miembro indiscutible de la Generación del 27. Multidisciplinar: soprano, compositora, guionista, actris de doblaje... Publica en 1927 su primer libro de poemas apadrinado por Pedro Salinas. Participa activamente en la vida social del Madrid de los años 30 debutando como soprano en el teatro María Guerrero en 1934. En la década de los 40 consigue ser la primera actriz de la Compañía María Guerrero a la vez que da sus primeros pasos en la gran pantalla, no estando solo delante de la cámara, sino ejerciendo como ayudante de dirección y guionista. En 1946 funda con su marido, también actor, la Compañía Comedias, que estrenará quince obras teatrales, después trabajó en las compañías de Núria Espert y Amparo Soler Leal. Conocida pero no popular, ya nadie recuerda que esa mujer elegante y bella fue una poeta de vanguardia.Hace su última aparición en la serie Anillos de Oro en 1983. Fue la última voz poética del 27.

Estas son todas las mujeres que aparecen en el documental y configuran el grupo más notable de "Las Sinsombrero". Podrían ser muchas más (Consuelo Berges, Mercedes Lobo, Amparo Posch, Lucía Sánchez, Matilde Marquina...) pero nunca menos... son ellas como bandera de una época que cambiaría el rumbo de su tiempo. Un tiempo privilegiado en parte, de ebullición cultural y política, un tiempo creativo en el que coincidieron grandes figuras intelectuales y generaron un mundo que se expandía sin remedio hacia la luz. Finalmente las circunstancias no las acompañaron, pero jamás se rindieron, como dice la autora del libro y el documental, consiguieron ser ellas mismas en medio de una sociedad que tardó en aceptar que debía mirarlas cuando ya no pudieron negar su existencia.

Un fragmento de historia colocado sobre nuestra mesa con cuidado. Hay que abordarlo, por justicia histórica y por los retazos de memoria de los que todas y todos estamos hechos. 

Este proyecto debería entrar dentro de los programas educativos formales, explicarles a los chicos y chicas que hay varios tipos de exilio, y que, por el hecho de nacer mujeres, "Las Sinsombrero" no aparecen en los libros de literatura. Por eso, qué menos que asomarse a este trabajo pulcro, bien elaborado, con la veneración dispuesta para aprender.

"NUESTRO CUERPO Y LA MELANCOLÍA"

"NUESTRO CUERPO Y LA MELANCOLÍA"

Mención de Honor en el Certamen Nacional de cuentos "Antonio Reyes Huertas" 2008.

Luisito Ortega  ha cambiado de rumbo.

Ha enrollado su esterilla y se ha marchado, no sin antes dejarme junto al colchón medio frasco de elixir bucal y unas botas que no son de mi número.

Cuando llega el buen tiempo Luisito se agobia entre cuatro paredes y busca la sombra húmeda de algún puente o el amparo de las encinas milenarias en los parques.

“Es que yo soy de monte”- suele repetir- “quieras que no, eso se nota”.

Ya lo creo que se notaba.  Olía a rebaño cuando lo conocí.

Le expliqué que dormir en casas abandonadas y vivir en la calle no implica ser un guarro.  Lo llevé al servicio gratuito de duchas y lavandería,  y le enseñé los frascos de colonia que la gente tira a medio terminar.  “Vámonos de rebajas, Luisito”, y entre la basura encontrábamos mil y una posibilidades para mejorar el día.

Es un tipo tranquilo que apenas tiene miedo de nada, de los que viven y dejan vivir.  Con el tiempo hasta te respeta.

Un buen compañero, lo digo yo, que no me junto fácilmente con nadie y defiendo mi sitio a mordiscos si hace falta.

Él puede volver cuando quiera y sin pedir permiso porque nos aceptamos sin condiciones.

Suponiendo que Luisito trabajase, dentro de nada le llegaría la época de la jubilación y estoy seguro de que regresaría al pueblo si encontrase a alguien con quien echar la partida que no le recordase el pasado.  Pero el puto pasado no está detrás de unos ojos ni en el bigote del vecino, lo espera en el punto kilométrico que arranca su vida, en una puerta, en una baldosa, en el río y en el colegio que cerró.

Son huellas y destinos.

Y nunca hay distancia suficiente.

Al menos no ver las caras ayuda.  A mí me ayuda.  Porque las olvido hasta ese punto en el que uno duda si existieron, entonces se hacen más livianas, excepto cuando irrumpen en la noche cerrada con la claridad de un relámpago y un segundo antes de despertarme, sobresaltado y cobarde, puedo darme cuenta que daría lo que fuese por volver a verlas sin que reparasen en mí.

No lo harían aunque me cruzase de frente con ellas o les pidiese limosna con las puntas de los dedos rozándoles el pecho.  Imposible relacionar los ojos con la miseria.  Esta barba tan poblada, los kilos de menos, el aspecto desastrado con el hombre que fui y que conocieron.

Sentirían naúseas en su estómago acondicionado, en su mañana de Universidad, de zapatos recién estrenados y café-tertulia con los temas encima de la mesa sobre los que ya no habito, que nacieron sin mí, a pesar de mí, libres.

Tuve una familia.  Una hija.  Una hipoteca. Padres, compañeros de trabajo.  Un barrio.  Vacaciones de verano.  Un coche pequeño.  Una colección de mariposas.  Un frigorífico que congelaba demasiado.  Un acuario con peces minúsculos que apenas eran una microraya en movimiento.  Zapatillas de casa y cuadernos de autosilábicos.  Fotos de la mili.  Un amigo que me regalaba botellas de pacharán casero.  Y una bicicleta.

Pero desde siempre, antes de la  llegada meteórica de todas esas cosas y por encima de ellas recuerdo el sudor frío de mis manos.  Una tumba abierta en el esternón para las expectativas.

Algo que siempre me provocó un terror mayúsculo: generar expectativas.

Aprobar los exámenes, saber cambiar pañales y aparcar a la primera, sazonar la comida en el punto exacto, leer entre líneas, ser el hijo que se espera, la pareja indudable, el padre ideal.

Los jodidos requisitos que hay que cumplir para que la sociedad te acepte.

Para que te quieran.

Cuando puedes parar un maldito segundo para sacar un instante la cabeza fuera del agua estás hasta el cuello de brazos que te aguardan, ojos que te buscan, y memorias que se graban tu nombre.

No avanzas porque estás encadenado

No puedes dar un solo paso sin oir los gritos de quienes te sujetan los tobillos.

A los tres años de nacer María pasaba más de diez horas en la cama y no me presentaba a ningún trabajo.  Ya había tenido una crisis parecida al poco de casarme, superada no sé como, viendo amanecer en los hombros de Ana, agarrándome a la realidad de la radio, a los croissants del desayuno y a los amigos que venían a cenar a casa.

Quizás fue eso.  Que no despegué los talones del trampolín.

Pero fui padre, y los esfuerzos no podían repartirse, tenían que estar centrados en la cachorra que gemía, en la cachorra hambrienta que sin saber hablar me sacudía con la mirada.  Y había que conseguir que durmiese y velar su sueño.  Había que engordarla, pesarla y darnos la enhorabuena.  Fotografiarla junto a abuelos henchidos de orgullo, bañarla en una fiesta de burbujas, hablarle de los animales con onomatopeyas...

Trabajar exclusivamente para ella dejando nuestro cuerpo y la melancolía en el trastero.

La gran expectativa me colocó una bomba de relojería entre ceja y ceja.

No encontré a Ana.

Sus pasos apresurados desvelaban que no podía atender mis oquedades.

Trabajaba muchas horas y cuando llegaba a casa yo ni siquiera había conseguido poner en funcionamiento la lavadora.   Unas cuantas tardes me olvidé de recoger a María en la escuela,  tarea que tuvo que hacer mi madre en mi lugar llevándosela después a su casa para que la recogiese Ana ya cenada y con el pijama puesto.

No esperé a los reproches.

Era lunes, agarré el carro de la compra y lo llené de cosas inservibles para vivir en ninguna parte.  Pasé por el colegio de María.  Era la hora del recreo y a través de la verja la encontré sentada en el suelo, rodeada de niños, comiéndose sus galletas preferidas.

Por primera vez en mucho tiempo tuve claro que hacía lo correcto.

Tres años no son nada para acostumbrarse a vivir sin un espantapájaros.

No dejé ninguna carta porque cualquier frase hubiese sonado absurda y me daba vergüenza tratar de justificarme.

Eché a andar con la imagen del  baby de María en la retina mientras escuchaba canciones eternas de patio de colegio.

Las calles me acogieron porque no son de nadie.  No se deben a nadie.

No te esperan.

En esta casa duermo desde hace unos meses.  Al principio me alojé en el primer piso, pero se derrumbó el suelo y tuve que cambiarme de planta.  Es un caserón antiguo, de techos altísimos, que debió tener mucha vida en tiempos.  Vida de ropa tendida y sereno dando palmas, de chiquillos saltando los escalones, cocinas de carbón y modistillas dejándose los ojos en bombillas de luz moribunda.

Todavían hablan las puertas.

Y los azulejos de las cocinas.

Aquí me encuentro a gusto porque su historia no me pesa, está tan extinguida como la mía.

Pueden pasar días sin que salga, acodado en una ventana o tumbado en mi colchón.

No necesito más que el tiempo transcurra sin contar conmigo.

Y para ello casi no me muevo.

Hoy me ha tocado discutir con Curro.  Él se empeña en llamarse Curro Jiménez.  Realmente ni conozco su nombre auténtico ni me importa en absoluto.

El sobrenombre le va que ni pintado porque como bandolero es único.  Roba todo lo que puede al resto de transeúntes que coinciden con él, casi siempre está borracho y defeca donde todos duermen.

Hemos tenido varias broncas sonadas, con hostias incluídas.

En mi casa no va a entrar, eso que le quede claro.

No me fio de él y me jode que venga pisándome los talones.

En cuanto se va Luisito aparece él como gato herido que necesita cobijo sin dejar el rencor a la entrada.

Que te vayas, hostia.  Que me dejes en paz.  No quiero nada contigo.

Se ha burlado de mi enfado proponiéndome una noche de lujuria entre sus brazos y le he lanzado un escombro que le ha rozado la cara.

Antes de irse ha maldecido escupiendo en el suelo.

Menudo día ha elegido para venir a tocarme las narices.

Hoy mi hija cumple veinte años.

Alguien debería regalarle besos como bengalas.

Felicidades María, aunque no sepamos quienes somos.

Cumpleaños Feliz María porque nunca vendrás a buscarme.

En mitad de mi sueño veo a la niña del baby soplando unas velas, pese a estar dormido percibo una presencia a mi lado, pero no puedo abrir los ojos.  Estoy invitado a esta fiesta de cumpleaños y despertarme sería una desfachatez...  alguien ronda alrededor de mi colchón y vierte sobre mi cuerpo un líquido que huele endemoniadamente mal, luego arreglaré cuentas con estas botas de Curro que oigo tropezar y blasfemar, ahora no tengo fuerzas para despertarme... 

 

 

Mi  hija aplaude y ya no es la niña del baby, sino una mujer con risa de pájaro y vida de pájaro que extiende sus alas volando sobre mi cuerpo en llamas.

 

 

 

 

 

 

SABER PERDER

SABER PERDER

Antes de nada agradecer la atención y el interés suscitados por mi último relato colgado aquí: "El norte de los Fugitivos".  Que los amigos nos traten bien es un deber, y que gente a la que no ponemos cara ni sabemos de su existencia nos animen a seguir a través de sus  comentarios es un acto de generosidad, todo un detalle que en mi caso (que valoro tan pobremente y que le veo tantos defectos a mi escritura) supone conseguir el avituallamiento necesario para continuar caminando.

Esta nueva entrada quiere tratar sobre el último libro que he leído: "Saber Perder", de David Trueba.  Me gusta más el David Trueba escritor que el David Trueba  Director de cine (si es que son ocupaciones distintas, que no lo tengo muy claro).  Demuestra una prosa rica en matices, contundente en personajes y emociones, en mensajes.  Esta su tercera novela narra historias paralelas de supervivencia a través de tres generaciones distintas de una misma familia.  Hay fútbol, sexo, música, un asesinato, gente que viene y que se va, que nunca estuvo, gente que decide y gente que no se atreve, gente que pasa desapercibida y otra que cruza la vida sobre una estampida de elefantes ... Todo imbricado en la misma trama, no son relatos independientes.  Me gusta como trata la adolescencia porque no cae en tópicos generales, porque respeta procesos.  Me gustan los adolescentes de esta novela y como afrontan lo que les pasa.  Creo que es un texto muy bien trabajado, que mantiene el interés por su argumento hasta el final, con el que es difícil no engancharse a alguno de los personajes, encontrando cosas en común con ellos y ellas.

Una novela contemporánea, amena, decisiva, para no dejarla pasar.  Las dos anteriores ("Abierto toda la noche" y "Cuatro amigos") también son extraordinarias (en la segunda, todos los apartados que uno de los personajes anota en servilletas de bar son pura poesía) pero esta tercera las supera.

Así da gusto, escribir subiendo el listón, y que los lectores acudan a este escritor viendo siempre superadas sus expectativas.

LA MUJER QUE YO QUIERO

“La mujer que yo quiero me ató a su ruta,

pero por favor no se lo digas nunca.”(Joan Manuel Serrat)

 

 

Supe que me había equivocado cuando la ví entrar en el funeral, pálida, con el pelo recogido, agarrada al bolso –siempre le gustaron los bolsos grandes- como quien se aferra al marco de una puerta durante un temblor de tierra.

Se abrió paso entre la gente saludando afectuosamente a unos y a otros, rodeándolos con sus delgados brazos de bailarina mientras tenía para todos un gesto cariñoso o la palabra precisa. 

Cuando llego hasta mí ya había reconocido su olor a lilas.

“Todavía más solos, –me dijo tratando de sonreir- ahora se nos ha ído Chema”

Una oleada de tristeza trepó repentinamente por mi garganta, sentí unos irremediables deseos de abrazarla, pero me contuve y sólo la cogí de las manos queriendo decirle tantas cosas …  Sonia tiró de mí en el mismo instante en el que a ella la requería otro grupo de gente.  Una vez más había perdido la oportunidad de arrodillarme ante ella para pedirle perdón.  Seguían secuestradas las palabras dónde nunca verían la luz que las hace válidas.

Chema ha significado el enlace a través del cual otearnos en la distancia , durante veinte años, hasta llegar a esta mañana imposible en la que despedimos al único amigo que ha podido soportarme a lo largo de tanto tiempo, desde que éramos muy críos y sin encomendarme a nadie decidí robarle a la chica que le gustaba y que se llamaba Ángela.

Desde donde me encuentro, la cabeza embotada por la alucinación de esta farsa y el insomnio, sólo puedo ver su nuca, pero si me prestaran ahora mismo un bloc de dibujo y un lápiz podría dibujar de memoria esta nuca de Ángela, sus talones pequeños, el lóbulo de su oreja izquierda varias veces perforado, los lunares de su espalda y hasta esa manera inconsciente de morderse los labios …

Es la memoria el único sitio donde vivir honestamente.

Hay demasiada gente en esta sala fria e luminada en exceso en las que nos hemos reunido para lamentar la gran putada.  Se puede quitar de en medio a alguien de un plumazo, sin pestañear, este me sobra, aunque no hubiera cumplido los cuarenta y por fin tuviese un amor correspondido y grande, de su tamaño, que le daba cobijo y le hacía sonreir como nunca.  No hay reválida, porqué, joder, si Chema siempre aprobaba tarde, en las siguientes oportunidades, cuando por fin encontraba hueco para meter la cabeza.

Lisa y Ángela se han abrazado como si la fuerza de ese gesto pudiera devolverles, durante unos segundos, al ser perdido.  Es un abrazo que une el tiempo compartido, cuando Chema le presentó a Lisa como presentaba a todas sus novias, el hallazgo del milenio, la mujer ideal, y Ángela le alentaba, porqué no, claro que esta o la otra pueden serlo, deja que pase el tiempo … y Lisa había llegado con ganas de quererlo y que la quisieran, aunque fuese a través de un primer encuentro tan arriesgado, después de muchas horas frente al ordenador sin verse las caras, contando una extensión de bondades y unos defectos de andar por casa que me obligaban a tomarle el pelo, restándole a sus contactos por Internet toda la importancia que él les otorgaba.

Hasta que me ví siendo testigo de su boda y comprendí que Chema era un iluso, un enamorado de la vida sin condiciones, y la persona con más fe en las cosas y en las personas que he conocido nunca.

Siento angustia entre tanto hombro amontonado aquí dentro, me oprimen los fragmentos de conversaciones, los cuerpos que no saben donde colocarse, las lágrimas y los suspiros, tanta luz blanca y lo irremediable de la muerte.  Categórica, indiscutible y humillante.  De vez en cuando Sonia pasa a mi lado y me acaricia la espalda o me da un beso.  No puedo decirle que se vaya.  Vete, hoy no te necesito, no perteneces al mundo que se extingue, sólo los conoces de oídas, la “famosa Ángela”, como sueles decir con ironía, o “el bueno de Chema”, de oídas y de algún encuentro casual y rápido, poco más, ya sabéis que no mezclo épocas, que necesito una vida parcial y concreta, con separadores.  Se ha empeñado en acompañarme, pero lo cierto es que me incomoda, está embarazada de seis meses y no debo contrariarla, tener que dar explicaciones sin saber además como hacerlo hubiera sido peor, así que la dejo pulular entre el gentío, es una buena relaciones públicas y sabe como adaptarse.

Sonia se instaló en mi vida hace dos años, una de esas veces en las que me canso de dar vueltas y pienso que me hago viejo y me acojono, y entonces quiero la rutina familiar de mis hermanos, presumir del brazo de una mujer escultural en las cenas de empresa, saber que alguien me estará esperando.  Llegó en el epicentro del miedo y lo tuvo fácil, cuando quise darme cuenta canturreaba en la cocina mientras pelaba las patatas para la tortilla.  No me importó y tampoco lo pensé demasiado.  Cuando me planteó que fuéramos padres hasta me hizo gracia y me imaginé comprando un caballo de madera y una piscina hinchable .  Porqué no.  Con un niño no te aburres, todos los días son diferentes.

Casi me enfado con Chema, porque cundo le anuncié mi paternidad me miró como se mira a un corredor de fondo que no es capaz de controlar su respiración ni dosificar sus zancadas.  “¿No vas a darme la enhorabuena?” le pregunté molesto por su silencio.  “Claro hombre, enhorabuena, es que me has pillado por sorpresa …”.  “Pues no se de qué te sorprendes, cuando se van cumpliendo años lo normal es traer hijos al mundo ¿no?”.  “Huy, yo es que ya no tengo nada claro lo que es normal y lo que no …”

Pedimos unas copas y cambiamos de tema.

He imaginado cientos de veces la conversación en la que Chema le contaba a Ángela que yo iba a ser padre.

Nos la encontramos en la calle cuando a Sonia apenas se le notaba y nos felicitó sin matices en la voz, tan correcta y educada como una ascensorista.  Fue cuando tuve que presentarlas: Ángela-Sonia, Sonia-Ángela.  Sonia sació su curiosidad de conocer al mito y Ángela tenía prisa.  Resultó amable diciéndole que le sentaba muy bien el embarazo, pero se pasó con el cumplido porque no sabía como le sentaba a Sonia no estar embarazada.

Los imaginé analizando mi labor paternal, desacreditándome, envidiándome porque el menos cabal de los tres fuese el primero en traer un hijo al mundo.  No sé porqué, pero necesitaba creer que me habían dedicado ese tiempo desde el manos-libres del coche, o en casa al volver del trabajo.  Porque habían construído una especie de burbuja excluyente, una estructura impermeable e ignífuga, con los cimientos de todos esos años en los que no tiraron la toalla del respeto y hasta continuaron queriéndose.

Ángela se abre paso hasta donde estoy trayendo de la mano al padre de Chema, del que he procurado huir a lo largo de toda la mañana.  Pero así es ella, eficaz y consecuente, razones por las que la he aborrecido en más de una ocasión.

Jesús se abalanza sobre mí sin poder contener el llanto.

Se quedó viudo cuando Chema era un crío y ahora acaba de perder a su hijo.

Respondo a su abrazo con toda la fuerza de la que dispongo, y aún así, el volumen y la pena de este hombre consiguen tambalearnos.

“Ay Pablo, qué solos nos hemos quedado, con lo que os queríais …”

Mientras trato de consolarlo percibo las lágrimas silenciosas y cabizbajas circulando por el rostro de Ángela.  Me ha dado siempre tanto pudor verla llorar que tengo ganas de salir corriendo, pero Sonia ha escuchado los ultrasonidos de emergencia y acude en mi ayuda, le presento a Jesús y ambos se sientan en un par de sillas agarrados del brazo.

Busco con la mirada a Ángela, pero ya no la encuentro.

Es posible, ahora que se han hundido los puentes, que no vuelva a encontrarla nunca más, le perderé la pista, no escucharé el eco, quedará tan lejos … Trato de buscarla porque quizás no existan más oportunidades de mostrarle mi exposición de palabras disecadas.

La encuentro sentada en la escalera de incendios, abrazada a sus rodillas, tan pequeña que no cuesta evocar el momento en  que la conocí, a los dieciséis años, en aquel pueblo donde vivían sus abuelos y los de Chema, eran las fiestas y a mi amigo le da algo si no voy  a conocer a la chica especial de la que me había estado hablando a lo largo de todo el curso.  Llevaba un pantalón corto de color rojo, sus rodillas brillaban y no me dio dos besos.  “Los besos hay que ganárselos” me dijo al ver mi sorpresa, puesto que a Chema lo había recibido efusivamente y a mí me tendió la mano.

Situado ahora a su espalda no me atrevo a acercarme, temo que se diluya si pongo una mano sobre su hombro.

-“Siéntate Pablo, no te quedes ahí …”

Acorta distancias con la facilidad de quien lanza un pájaro al aire.

Chema tenía razón.

Era especial, circulaba en bicicleta por todo el pueblo y se paraba, aunque fuéramos en pandilla, a intercambiar unas palabras con cualquiera, anciano o niño, perro, alguacil o cura.  Estaba muy delgada, y al hablar nos miraba como intuyendo lo efímero de aquellos días.  Le gustaba leer, trepar a los árboles, mojarse en el río anudándose la camiseta o subiéndose los pantalones.

Quise ganarme sus besos, tomarle la delantera a Chema, demostrarle que al fin y  al cabo no era tan diferente al resto de chicas que conocíamos, un par de palabras al oído en un determinado momento, un paseo romántico, hablarles de la luna y de los solos que estábamos y … victoria segura.

Gané.  No me importaron los monólogos nocturnos de Chema contándome como había proyectado enamorarla, ni esa baba que se le caía nada más verla.

Ni siquiera resultó difícil.

La noche en que se lo dije me partió un diente de un puñetazo.  Nunca habíamos llegado a las manos.  Esa vez tampoco.  Sólo llego él.  Jamás volvimos a tocar el tema, ellos continuaron siendo los amigos que nadie podía evitar que fueran, con toda esa complicidad y generosidad que tanto costaba encontrarme dentro y que repudiaba en los demás.  Durante varios años mi historia con Ángela estuvo sembrada de intermedios, desencuentros y todas las chapuzas de las que soy capaz.  Siempre sabía donde encontrarla, cómo recuperarla, alfombra roja para los pies de un orgullo imbécil.

Hasta el mismo día que cumplió veinte años.  Llegué tarde a la fiesta, y sin regalo.  Ella no me reprochó nada, pero de haber podido estrangularme con la mirada Chema lo habría hecho al primer vistazo.  Ángela se acercó ofreciéndome un pedazo de tarta de chocolate sobre un plato de cartón, llevaba un vestido azul anudado al cuello, unos grandes aros de plata por pendientes y el pelo recogido sobre la nuca.  Pensé que nunca antes la había visto tan guapa, y sentí el estudiado pretexto que debía poner por haber quedado con una exuberante cajera de supermercado.  Iba a decirle que había olvidado el regalo en casa cuando se me adelantó:  “Felicítame, hoy dejo de torturarme”.  No entendía el juego y no quise parecer idiota.  “¿Y eso?”.  “Que se acabó esta especie de relación que no tenemos, me hace daño y no quiero seguir …”  Aunque levantase los hombros como si no me importara me sentí abandonado.  Empecé a echar de menos todas las cosas que sólo encontraba en ella, pero nunca fui capaz de decírselo.

Y ahora, en estas escaleras, con el amigo muerto que ya no podrá estirar los brazos para que adivinemos en ellos nuestras huellas, mientras desmayadamente Ángela apoya su cabeza en mi hombro debo decirle que hasta hoy cuando la ví llegar al funeral no me había percatado de mi equivocación.  Las casas son gente, su oxígeno mezclado con el nuestro, sus ojos mirando lo que somos, sus manos reconociendo las heridas en nuestra piel … todo lo que habitamos está en el cuerpo de otra persona, y aunque podamos vivir en miles de sitios sólo reconocemos como nuestra una casa.  Una sola casa.

Y es en Ángela donde debería haber vivido siempre.

Le voy a proponer que salgamos corriendo, que aún estamos a tiempo, la gran jugada de Chema, sus mejores cartas, la oportunidad definitiva …

Tiemblo ligeramente.  Quizás ella lo ha percibido y por eso se incorpora.

“Entremos, deben andar buscándote…”

“Espera –me agarro a su mano para encontrar las fuerzas que no tengo- necesito decirte algunas cosas …”

En sus ojos templados y tristes brilla un asomo de curiosidad.

“Ángela como te diría … me he portado tan mal contigo … quisiera…”

Alguien abre las puertas de emergencia y ella suelta rápidamente su mano de la mía.  Es Sonia, su rostro algo fatigado, su inapelable barriga.  “Será mejor que entréis, van a empezar con las lecturas”.

Ángela se apresura a entrar mientras Sonia me espera para colgarse de mi brazo.

Lloro desconsoladamente por todo lo que deja de ser favorable.

Por el tiempo desperdiciado y las capas de cal sobre los argumentos baldíos.

Cómo puede uno hipotecarse por una casa que nunca sentirá como propia.

Ser tan cobarde.

Escondo la cabeza en el cuello de Sonia que no huele a lilas.

Estos poemas de Benedetti y Hernández que sólo Chema entendía…

Esta gente de cara vagabunda …

No quiero volver a ver a Ángela.  No tengo llaves.  Perdí las escrituras.

Algo me dice que ella comprende mejor que nadie lo que supone la muerte de Chema.

La sepultura definitiva de los días azules. 

 

 

 

 

 

"EL DIALECTO DE LAS BRÚJULAS"

"EL DIALECTO DE LAS BRÚJULAS"

"Nunca ha sido de ley olvidar lo que somos"

("Vista Cansada"- Luis García Montero)

 

 

No sé por qué te sigo queriendo si hace tanto ya que no nos vemos ...

unos cuantos años creciendo como olas de un mar imposible.

Todavía puedo soñarte en medio de los 20,

con aquel color de piel

y esa cintura prodigiosa.

Pero sé que no me buscas,

ni me estás encontrando.

Tampoco yo te pienso

entre el gentío convulso de cualquier lunes,

cuando aprietan las horas

y una sola moneda

paga el café amargo de los compromisos.

Existe algo totalmente privado, invisible y libre

que nos permite descifrar todos los significados,

comprender el dialecto de las brújulas,

dejar que pase el tiempo para que tus hijos y los míos

almacenen equipaje

hasta ver partir los trenes desde nuestras pupilas.

Entenderán el tiempo habitado,

las señales encendidas, los poros,

la otra vida que no pudo ser

y que no nos hace mejores.

Porque soltar lastre

y dejar tirados los viejos zapatos

sólo es otra forma de andar el camino

intentando llegar hasta el final.

Aunque no me esperes

ni seas previsible,

dos desconocidos tratando de ahuyentarse,

pensando en zapatillas de casa

y en las visitas médicas,

en todos los días

que no procuraremos ser encantadores.

A dónde quiera que vayas

te acompañará un fragmento descosido de mi sombra,

un preámbulo de verano,

el tiempo inaudito y las campanas.

Porque detener la memoria es un suicidio colectivo.

Y yo no quiero ignorar

el sentimiento menudo,

la certeza de amueblar mis pasiones

como reliquias de un tiempo disecado

por un taxidermista miope.

 

No es necesario que gires la cabeza.

 

No voy a besarte.

 

 

"Las Bibliotecas Perdidas".

Jesús Marchamalo.

Editorial Renacimiento.

15 euros.

 

Si me lo permitís quisiera recomendaros este libro a todos aquell@s devotos de la literatura.  Trata sobre curiosidades, detalles, manías y hábitos del proceso creador.

Recoge una selección de los reportajes publicados por Jesús Marchamalo en el suplemento cultural del diario ABC a lo largo de los siete últimos años.

Las blbliotecas de la guerra; los libros y el fuego; las maneras de titular; las obras malqueridas; la relación entre escritores y editores; la enfermedad del autor; el hábitat que necesita para trabajar; las obras malditas, póstumas o perdidas...

Está tratado con sumo cuidado, porque el autor, el escritor o escritora consagrados, el de antes y la de ahora, tienen perro, sífilis, idelogías, malos presagios, mala leche, números rojos y zapatillas de andar por casa.  Es decir, que son de carne y hueso y esta obra los humaniza y nos los acerca.

Es una lectura amena y detallada en la que descubrimos cosas como que la residencia de Colette en París tenía las paredes forradas de seda roja, Marguerite Yourcenar coleccionaba piedras recogidas de la playa, o que Ramón Gómez de la Serna vivió en un torreón de la calle Velázquez en Madrid atiborrado de diversos objetos aparentemente inservibles comprados en el rastro.

La casa de Vicente Aleixandre resultó seriamente afectada por los bombardeos de la Guerra Civil y buena parte de sus pertenencias quedaron enterradas bajo los escombros.  Miguel Hernández le consiguió un salvoconducto para regresar a la zona y tratar de recuperar algunas cosas.  Aleixandre, enfermo y muy delgado fue conducido dentro de un carro de mano por Miguel Hernández hasta su casa.  Poco se pudo recuperar, al menos la primera edición de su libro "Pasión de la tierra" y un ejemplar dedicado, también primera edición, de "Canciones", de Federico García Lorca.

Hemingway escribía a lápiz, sobre papel cebolla, y anotaba el número exacto de las palabras que escribía a diario.   Luis Mateo Díez se considera un escritor de primavera- verano, época en la que puede escaparse más frecuentemente a su casa de la sierra madrileña para escribir sobre sus acostumbrados cuadernos de tapas duras.  Doris Lessing necesita realizar a la vez varias tareas paralelas: comenzar a escribir, regar las plantas, fregar los platos, volver a sentarse para seguir hilvanando texto ...

Cuenta la leyenda que Juan José Millás le ganó al billar a Alejandro Gándara el título de su sexta novela: "El desorden de tu nombre".  Y Borges solía decir de su amigo Eduardo Mallea: "Qué lindos títulos tiene: "La bahía del silencio", "Todo verdor perecerá"... lástima que se empeñe en adjuntarles libros".

El autor de "La Conjura de los necios", Jhon Kennedy Toole, se suicidó a los 32 años, en 1969.  El libro fue rechazado por decenas de editores, sólo la perseverancia de su madre durante años permitió que finalmente se publicara en 1980.  Consiguió a título póstumo el premio Pulitzer.

Y mucho más.

Literatura por principio.

Espero que os guste.

¿Por qué se titula el blog "Martes de Ceniza"?

Porque ese día le tocaba.

Porque me animé a embarcarme en esta aventura cuando terminaba de escribir un relato con ese título.

Porque hay martes que aún sin ser trece suponen un punto y a parte en una vida que ha tocado fondo.

Comprobarlo si queréis...

 

                                                                                “... Y es que nada hay más frágil

                                                                                que el equilibrio” (Carlos Goñi)

 

Martes, nueve y veinte de la mañana, Diana le da vueltas a su cotidiano café con leche que ya no le sabe a nada, rodeada de mujeres que vierten palabras amontonadas sobre los terrones de azúcar y la hipocresía de la sacarina. 

La carestía de la vida, el reality de turno, los deberes de los críos, las mechas de una, el viaje que planea la otra ... conversaciones previsibles, fragmentadas por constantes interrupciones para hacerse escuchar más alto y más fuerte, atropellando a la compañera.

Ni siquiera se han dado cuenta del testigo mudo en el que se ha convertido Diana, tan dicharachera hace unas semanas, el alma de la fiesta de este desayuno-tertulia que se produce a diario tras dejar a los niños en el colegio.

Otras han tomado el relevo y parecen encantadas, como si empapadas por la lluvia hubiesen estado esperando la oportunidad de calentarse frente a una chimenea.

Tampoco le sorprende, sabe descifrarlas y descifrarse en ellas, no las reconoce como amigas sino como seres necesitados de un lenguaje y un espacio en común que las justifique.

Belén sí se preocupa por ella.  La llama prácticamente a diario, después de comer o cuando han acostado a los críos.  Necesitan dedicarse ese tiempo cansado y concreto, pero libre de urgencias, se aproximan la una a la otra con la facilidad de cuando llevaban aparato en los dientes y gafas de culo-vaso, aquélla época de los vaqueros de cintura alta anudados con un pañuelo, cuando utilizaban papel de cartas perfumado y los cines eran salas enormes en las que agazaparse en una esquina para dejarse conquistar por la gran pantalla.

Con Belén se puede llorar sin necesidad, hablar del tiempo como si se tratase de una operación a corazón abierto o preguntar porqué crees que ha dejado de quererme mientras se rebozan croquetas con los dedos pringados de tristeza.

Está ahí, como los olores o las canciones que secuencian toda una vida.

Eso reconforta, abre de par en par las ventanas y sacude las cortinas.  Es aire limpio.

Porque lo peor no es que a Diana hayan dejado de quererla, que no hay avales eternos, sino que se lo han dicho.  Así de claro, una palabra tras otra, con la ensalada de la cena en medio y el público del concurso de la tele aplaudiendo a rabiar.  Ya no siento por ti lo que sentía.  Joder, nadie siente lo que sentía veinte años antes ¿o sí?, las cosas cambian, los corazones adquieren otro ritmo, amas, lavas la ropa, dejas de trabajar para que la familia despegue, amas aunque ya no lo hagas como en la tienda de campaña en el Pirineo la nochevieja del noventa, te tiñes el pelo, compras mesas de diseño en lugar de improvisar picnics a la luz de las velas, que esto no es Central Park, das a luz y te haces fotos de estudio que podrían servir para un anuncio de colonia, amas, aunque haga frio y sólo pretendas un abrazo, una compañía tan pura como cuando nos escondíamos en el hueco de la escalera y se apagaba la luz, sólo eso, amas, pero sobre todo acompañas.

Pues resulta que el otro en un ataque de dignidad y descubriendo que hace tiempo que dejó atrás la treintena decide sincerarse y soltar por su boca.  Partirte en dos.  Descubrir la penicilina.

No ha conocido a otra.

Eso dice.

Diana quiere creerle.

No ha conocido a otra pero es posible que lo haga en cualquier momento, porque ha levantado la barrera, ha rociado con gasolina el suelo firme del cuarto de estar esperando que ella coja el extintor.  No se va a ir.  No quiere precipitarse.  A partir de ahora todo puede suceder.

Y el miedo de vivir en un campo de minas se ha instalado en los párpados de Diana y en la rigidez de su sonrisa.

No te faltará de nada.  Le ha dicho.  Y por un instante ella ha pensado que era su padre quien le hablaba, su padre, su patrón, un jefe con el que pacta un despido ... nunca antes había sentido esta extraña y violenta sensación de pertenencia.

Si encontrase las fuerzas suficientes para salir de la sorpresa y el abatimiento le diría que ya nunca podrá restituir lo que le ha quitado.  Su seguridad.

Desde ese día Mario sigue siendo Mario, pero vive en la casa como un huésped.

O como un ladrón.

Como si de repente apareciese en el periódico una fotografía de “SE BUSCA” en la que reconocemos al sujeto peligroso que describen y que en nada tiene que ver con la imagen que guardábamos de él.

Los niños no saben nada, pero Diana les roza con suavidad las mejillas porque siente sobre ellas el aleteo provisional de la espera.

Dos días después de aquella fatídica cena de viernes la llamó su hermana Charo, protectora y misericordiosa como siempre: “No te preocupes cariño, verás que pronto se le pasa la tontería ...”  La cortó en cuanto pudo porque no tenía ganas de hablar y le dolía que se hubiese enterado tan rápidamente de algo que ni siquiera había comenzado a germinar.  Recordó la afinidad entre cuñados y hasta llegó a pensar que quizás Ernesto, el marido de su hermana, supiera lo que le ocurría a Mario antes que ella.  Pero no era momento para escalafones, el orden de los factores no alteraba el resultado final.  De buena gana le hubiera contestado a Charo que difícilmente una persona deja de querer a otra para disculparse pasado un tiempo y volver dónde lo habían dejado como si nada.  Ayer no te quería, pero es que estaba nublado, me ví mayor en el espejo y tuve miedo, pero hoy el cielo está despejado, ya no me aburro tanto contigo y no veas las ganas que me entran de seguir queriéndote.

Puede que Charo tuviese razón.

Puede que Mario lo considere y recapacite.

El problema es que no tendría porqué recapacitar y que es ella quien no va a olvidar aquella confesión.  Hacía mucho que no decoraba la mesa, ni lo recibía tan bien vestida  y con los niños ya acostados.

Mario le cogió las manos sobre el mantel y no esperó a que encendiera los candelabros ni sacara el asado del horno.  Lo había meditado bien.

Ella se sintió ridícula, como una niña sin fiesta de comunión, no sabía donde mirar, y de repente le dio mucha vergüenza ver sus piernas enfundadas en medias de rejilla calzada con las zapatillas de casa.  No podía levantar la vista de aquellas zapatillas de felpa rosas y blancas, le dio la impresión de estar siendo observada por una muchedumbre que se reía de ella, la misma gente que aplaudía en el concurso que emitía la tele.

A Mario se le quebró la voz.  La soltó y se marchó al dormitorio, del que no salió hasta la mañana siguiente.

Diana se quedó en la misma postura, aunque con la punta del pie lanzó lejos las zapatillas.  Vio pasar un programa tras otro, sin entender nada de lo que ocurría, sin llevar la ensalada a la nevera ni recoger la mesa.  No se quitó la camisa blanca ni se soltó el pelo.  Cuando amaneció se metió a la ducha y estuvo mucho rato bajo el agua helada.  Antes de que se levantara nadie, metió toda la ropa de la noche anterior en una bolsa de basura, zapatillas, cena y accesorios de la mesa incluidos, y los bajó al contenedor.

Durante varios días no tuvo fuerzas para mirarse al espejo y descubrirse el desamor en la cara.

El café con leche de este martes no le sabe a nada, pero lo necesita.

Le da igual el alboroto montado por el resto de mujeres, le da igual lo que cuentan, quién se ha muerto, qué niño celebra la próxima fiesta de cumpleaños ... pero busca un ruido mayor que todos los ruidos que la sacuden.

Y necesita sobre todo que Eloy le bese la mano, como suele hacerlo cuando se encuentran en la cafetería.  Fueron compañeros de instituto cuando nada resultaba previsible, y han vuelto a encontrarse tantos años después, en esta cafetería que forma parte de la cadena de establecimientos de la que Eloy es copropietario.

A ella le dio apuro encontrárselo el primer día, convertida en una mini-maruja profesional, con carro de la compra y todo, y él de traje, con esa sonrisa impasible generando confianza, como cuando eran críos y Eloy resultaba el confidente ideal.

Quiso pasar inadvertida, esconderse en el grupo, pero él la reconoció al instante y no dudó en plantarse ante ella y llamarla por su nombre completo.  Diana Pallarés Torrubia.  Sintió como se sonrojaba cuando le cogía la mano para depositar en ella un beso principesco.  Evocaron brevemente el pasado porque él tenía prisa.  Desde ese día se han encontrado fugazmente, en medio de los mil brotes de vida que despuntan al sol, pero nunca ha olvidado besarle la mano ni preguntarle si continúa escribiendo. “De vez en cuando”, miente Diana, porque hace mucho tiempo que no hilvana tres frases seguidas ni siente la necesidad de hacerlo.  En el instituto dirigía la revista y había ganado un par de premios literarios para estudiantes a nivel autonómico.  En Lengua y Literatura eran los mejores de la clase.  Pero Mario y Sara se cruzaron en sus vidas y todas las referencias y los puntos de apoyo se hicieron trizas como sólo puede ocurrir cuando tienes diecisiete años y alguien se ofrece a cogerte de la mano, rodearte la cintura y ahuyentar el miedo.

“¿Sigues con Sara?” se atrevió a preguntarle Diana con la osadía que permiten los años desconocidos.  “No, claro que no, aquello no daba para más, éramos unos críos...  nos estuvimos carteando durante mucho tiempo porque yo he ído dando tumbos por ahí ... aún nos llamamos por Navidad, es una tía estupenda.  ¿Y tú con Mario?”. 

Todavía no había sucedido nada en el devenir de una relación acostumbrada y metódica, pero en ese momento a ella le hubiera gustado responder como él que lo dejaron porque eran unos críos y quedaba mucho mundo por descubrir ... 

“Veinte años llevamos juntos, tenemos tres hijos...”

“¡Vaya!, eso rompe mi teoría sobre lo poco que pueden prosperar los amores adolescentes...  Me alegro.”

El claxon de un coche anunció desde la calle el final de la conversación.

El grupo de madres que  suele acompañarla sólo pareció reparar en Eloy el primer día, después habrán imaginado lo que deseen imaginar, pero nunca le han dicho nada.  Tampoco tienen la confianza suficiente.  Y es probable que guarden sepultadas bajo un muro de hormigón las posibilidades de una relación paralela o extramatrimonial que para muchas de ellas sólo debe suceder en los best-sellers americanos y en las comunidades de vecinos que no son la suya.

Diana le comentó a Mario el encuentro con Eloy, pero este apenas recordaba al compañero de instituto.  Ella sacó una vieja foto para refrescarle la memoria y su marido la miró detenidamente, como si ni tan siquiera pudiera reconocerla a ella o a sí mismo.  Finalmente asintió con la cabeza sonriendo irónicamente.  “Qué pringao era el pobre, no le daba bien a ningún deporte...”

Al menos él me hubiera tratado de otra manera.  De haber llegado juntos a un final hubiese sido diferente ... Le gustaría poder decirle a Mario si se repitiera la ocasión, pero llevan varias semanas sin cruzar más palabras que las justas en referencia a los niños.  Violeta, la mayor, tiene diez años y se ha dado cuenta de que algo pasa, pero no se atreve a decirlo.  Está pálida y apenas come.  Diana ha intentado hablar con ella, aunque tampoco sabe muy bien qué decirle, como y para qué prepararla.

Iker va a cumplir ocho años.  Siente predilección por su padre, demuestran caractéres similares, les gustan los mismos deportes y juntos forman un buen equipo. A Iker ni se le pasa por la cabeza que sus padres estén pasando por una crisis, y de tener esta consecuencias irrevocables tendría dificultades para asimilarlo.

Samuel está en segundo curso de Infantil, descubriendo el mundo con canciones viajeras y compañeros de otros países.  A Samuel ya no lo esperaba nadie y a veces parece que nadie cuente con él.  En casa desaparece durante mucho rato y Diana lo encuentra proyectando sombras con una linterna bajo la cama, o mezclando geles detrás de la puerta del baño para obtener extraordinarias pompas de jabón.  Es un niño autónomo y feliz que sigue su propia estela.

Había vuelto a matricularse en la Universidad cuando se quedó embarazada de Samuel.

Había recuperado algunos viejos planes y desempolvado promesas de fin de año.

La organización de horarios parecía funcionar, las piezas del puzzle encajaban.

Pero le dieron la noticia y se quedó como quien baja del vuelo equivocado en un pais desconocido.

Mario le revolvió el pelo divertido, perdonándole la travesura y pasando por alto las lágrimas que pugnaban por salir de los ojos claros de Diana.  “Anda que no te queda tiempo por delante para hacer miles de cosas...”.

Ella no quería hacer mil cosas, sólo unas poquitas bien hechas.

De los tres, Samuel resultó el bebé más tranquilo y complaciente, como tratando de ganarse un puesto desde el que partía en clara desventaja.

Con los años, la culpabilidad de Diana por no desearlo ha hecho que germine en ella un profundo sentimiento de respeto y admiración hacia ese niño que debe abrirse camino fuera de cualquier esquema, lejos de cualquier plan de familia preconcebida.

Se quieren como camaradas y entienden sus inquietudes al primer vistazo.  Por eso estos días Samuel se acurruca junto a ella cuando Mario se va a trabajar.

Hoy martes los niños comen en el comedor del Colegio, Mario sale cuando aún no ha amanecido y regresa cuando los niños están cenando.  No le sostiene la mirada, así que Diana ha aceptado la invitación de Eloy para comer, y vuelve a la cafetería vestida con un traje nuevo y subida en unos tacones altos que no son de mujer menospreciada porque no quiere parecerlo.  Hacía tiempo que no se maquillaba y nota el ligero peso del rimmel sobre las pestañas.  Viendo su imagen reflejada en el espejo al fondo de la barra piensa si no se le habrá ido la mano embadurnándose como una puerta, o disfrazándose sin ser Carnaval.  Le invade una oleada de pánico y siente deseos de marcharse, pero la visión de comer sola en su cocina grande, blanca y silenciosa la coarta.

Nunca ha tenido una cita con otro hombre que no sea Mario.

Ni se le habría pasado por la imaginación.

Piensa en Belén, en sus reuniones con amigos y compañeros de trabajo, en sus cenas con viejos colegas cuando Lucas está de viaje y él mismo la anima a salir.  “Qué pareja más moderna” opina Mario.  Pero ella conoce a Belén y sabe que su manera de entender la relación de pareja y entenderse a sí misma no tienen nada que ver con la modernidad, sino con la confianza y la libertad de elección.

Seguro que en una situación como esta a Belén no le sudarían las manos.

Han ído juntas de compras, ella nunca hubiera adquirido estos zapatos, pese a gustarle tanto.  “A partir de ahora vas a tener que dar el salto querida, lanzarte al vacío”, la animaba Belén.

No sabe si esta cita es lanzarse desde el trampolín con la piscina vacía.

Tiene tres hijos.

Casi cuarenta años.

Una licenciatura sin terminar.

Limitada experiencia laboral.

Ningún hobby conocido.

Fuma sin que Mario la vea y más desde que apenas la mira.

Va a la peluquería un par de veces al año.

Si su hermana alguna rara vez se lleva a los tres sobrinos ella dedica la tarde a dormir.

Les ayuda con los deberes.

Es una buena cocinera.

Una amante correcta.

No usa albornoz.

Apenas saca el coche del garaje.  Le gusta andar.

Tiene pánico a las tormentas y fobia a las Navidades.

Un marido que ha sido el arquitecto de la relación y que le ha puesto una bomba lapa pegada al colchón.  De no haber sido así no estaría hoy aquí, ni se miraría al espejo sintiendo tanta lástima...

Su mano juguetea absorta con el mechero cuando es atrapada por otra de conocida tibieza.

-“La puntualidad te sienta de maravilla”

Comen cerca, en un restaurante italiano, desempolvando el baúl de los recuerdos, volviendo de puntillas a la época de las oportunidades confusas y el tiempo engañosamente extenso.  Ríen abiertamente, el vino es dulce y enmascara la realidad del despertador tratando de desprestigiarla.

Cenicienta mira el reloj, no debe olvidar las condiciones del pacto.

Calibra el tiempo que le queda y mira al hombre que tiene delante, y de repente, como si otra persona la usurpara, comienza a confesarse primero y a llorar después todo lo que no ha llorado en estos días.  Y no se atreve a mirarlo por si acaso escapa corriendo, y le pide que la quiera, que la quiera mucho, que no la deje, que podrían intentarlo como deberían haberlo hecho hace muchos años, y que la perdone, y que qué pensará, y que no deje de besarle la mano cuando se la encuentre por las mañanas, y que quizás después de esto no quiera volver a verla nunca más...

Se le acaba el aire, ya no tiene ni saliva ni oxígeno para seguir hablando, y se apoya extenuada en el respaldo de la silla.

La sonrisa impasible de Eloy está ahí, no ha huído.

-”Vamos a brindar por los tiempos venideros una vez te hayas sacudido de encima todos tus fantasmas”.

Porque yo no soy tu escondite.

Ni sirvo para serlo.

Porque ni tú ni yo somos los de entonces ni nos parecemos.

Nada es lo que parece.

Enfréntate a la parte de tí que aún no conoces.

Y vuelve.

No sé si te estaré esperando.

Pero tú ya sabras entonces lo que vas a encontrar.

Algo así dijo, mientras ella se sonaba la nariz y los camareros recogían el resto de las mesas.  Quizás fue lo que quiso entender, pero más o menos el resumen es ese.

Camina sola por la calle, ha guardado los zapatos de tacón en el bolso sustituyéndolos por unas bailarinas.

Le pesa el vino en la cabeza como le pesa el tiempo irrecuperable.

Se han despedido hasta mañana con un beso sincero en las comisuras de los labios.

Parecía sincero.

Hace calor.

Los niños están en sus actividades extraescolares, todavía puede esperar unos minutos sentada en el banco de un parque cercano al colegio.  Sobre el césped varias parejas desperdigadas se acarician.  Le entran ganas de hacer de reportera, inmiscuirse en el abrazo y preguntarles a ellas: “¿Qué cara le pondrías si veinte años después de este abrazo te manda a la mierda de buenas maneras?”.

El vino es atrevido e irreverente.

Suena el móvil en algún rincón de su bolso.  Lo busca con torpeza y al no encontrarlo vuelca el contenido sobre el banco hasta dar con el aparato.

La voz de su hermana parece la de un agente secreto.

-”Corre a casa niña, yo voy a buscar a tus hijos, date prisa que Mario está haciendo la maleta.”

Despaciosamente vuelve a llenar el bolso con sus cosas y enciende un pitillo.

No se ve desempeñando el papel de mujer-dique seco ni mujer-muralla romana.

Mario ya ha tomado una decisión, aunque le costará descubrir donde guarda Diana las maletas ...

Ella invitará a los niños a cenar en una hamburguesería.

Mañana les contará lo sucedido como le gustaría que se lo contaran a ella.

Por lo demás, y aunque siga siendo martes, el pasado ha reventado a pedradas las ventanas del presente para que sólo el futuro pueda adivinarse en los cristales rotos.

 

 

INCONDICIONALES

INCONDICIONALES

 

-A VOSOTROS

 

Escribir sobre los amigos es, cuando menos, poco original.  Y aburrido para quien está fuera del círculo y se ha perdido los mejores momentos de esa historia compartida.

Pero escribir sobre la amistad es también una cuestión de honor.

Un deber.

Y una grata "obligación".  Porque es de bien nacidos ser agradecido, pararse un instante y decirles esas cosas que parecen innecesarias porque se supone que ya las saben ...  Cómo no, para los que derrochamos palabras que salen encadenadas como pañuelos de colores del bolsillo de un mago, abrillantar unas cuantas y servírselas en bandeja de plata.  No tengo más, no soy más que un espacio pequeño habitado por palabras.

Nos cuesta recordar con exactitud un rostro, un lugar determinado, lo que comimos ayer... pero una frase concreta puede suponer la herida que no se cierra o el beso que nunca acaba, una frase arrojada o regalada puede condicionarnos la vida.  Ese es el poder del lenguaje, su eternidad, y no digamos si además va unido a una vinculación afectiva. En "Almanaque de Fabulador" (Luis García Montero/ Editorial Tusquets) su autor escribe: "Los amigos viven la mitad de nuestras vidas.  O por decirlo de un modo más generoso, gracias a ellos vivimos el doble.  Son la parte de nuestra vida que nos observa directamente.  Nos regalan una confortable sensación de pertenencia."

Creo además que componen los pedazos de un alma fragmentada indispensable para la supervivencia.

Le damos tanta importancia a la amistad que desde que el ser humano nace tratamos de adjudicarle amiguitos.  Los del jardín de infancia, los del parque, los hijos de nuestros amigos, su pandilla del cole, con quién se pone en la foto de curso, a quién invita a su cumpleños ...  Uno crece, o no, apoyado en quienes le acompañan.

Lo difícil es calibrar, seleccionar  las relaciones que nos compensan, esas con las que nos sentimos siempre en casa y las que no.

Apostar por la calidad.

Militar en el compromiso.

Tengo amigos a los que necesito llamar cada semana, saber como se encuentran, contarles mi monotonía que nunca es monótona ... y tengo otros amigos que se que están agazapados bajo el auricular del teléfono, viviendo vidas que en nada tienen que ver con la mía, leyendo los libros que yo nunca leería, lejos... pero inquebrantablemente amigos.

Tengo los pocos amigos que siempre quise tener.  Saben como me afecta la lluvia y como me emociona lo pequeño, saben que el tiempo se escurre y todo lo vacía, por eso tratamos de detener la noria, cruzar el río, apostar sin dudarlo con los ojos cerrados...

Me he equivocado muchas veces, por eso ahora sólo me queda lo inequívoco.

Feliz Cumpleaños Eli.