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Se muestran los artículos pertenecientes a Agosto de 2015.

"MI HERMANA VIVE SOBRE LA REPISA DE LA CHIMENEA"

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No sé si "Nubes de Ketchup" , la otra novela de la escritora inglesa Annabel Pitcher (1982), está en la línea o a la altura de "Mi hermana vive sobre la repisa de la chimenea".  No sé si es posible.  No sé si una sola obra sirve para diferenciar a un escritor del resto, si le otorga, a través de una ocasión perfecta y redonda, ese plus de calidad necesario para ganarse a un público fiel.

Demasiadas dudas para meterse de lleno en la crítica literaria, pero la prudencia no es precisamente una de mis virtudes, sobre todo si la apuesta es ganadora, brillante, impactante, rica en matices emocionales, auténtica e inteligente.

Jamie tiene 10 años, hace cinco que perdió a una de sus dos hermanas gemelas en un atentado terrorista mientras jugaban en una plaza de Londres.  Era Septiembre. A partir de entonces la familia se fue desintegrando, como una de esas prendas de punto que muestran un hilo suelto del que empiezas a tirar y tirar... hasta que no queda nada.  Sus padres se reparten los restos del cuerpo de Rose para despedirla cada cual a su manera.  La madre se marchó con el terapeuta que la trataba.  El padre se hizo alcohólico y además se queda con la custodia de Jamie y Jasmine (la otra gemela), que tratan de sobrevivir en otra ciudad a la que se trasladan, en un ambiente hostil porque su vida no es normal, ni se parece a la de nadie, ni cabe en cualquier lugar.

La promesa repetidamente anunciada en televisión de poder presentarse a un programa de cazatalentos que cambiará su destino le abre de par en par a Jamie (que nos cuenta la trama en primera persona) las puertas de la esperanza.

Además está la escuela, su gato, una camiseta de Spiderman que es mucho más que una camiseta, porque simboliza el deseo, los sueños, la espera, están las cartas que no llegan, las noches interminables, los ruidos que nos separan, esa manera de hacernos mayores porque alguien ha decidido que así sea, a pesar del dolor, de lo que ansiamos y de lo que sabemos, a ciencia cierta, que podemos esperar.

Una historia absolutamente triste, conmovedora, tierna, irónica, dulce, una receta perfecta, con la dosis exacta de cada ingrediente, que se apodera de tí, te vence y te gana, pero sobre todo te conquista.

El trabajo bien hecho es siempre admirable, la novela de Annabel Pitcher se encumbra en el detalle mínimo, una vez que estructura la historia y a los personajes, una vez que cobran identidad y les conoces, y se mueven por su historia o por su casa que es lo mismo, llegan las descripciones exactas sobre un olor, una sensación, un bol de cereales, un color de pelo, una calle, la nieve, un coche, un perro... y todo está ahí, al alcance de la mano, grabándose despacio en la retina.

La incondicionalidad de Jamie con su amiga musulmana, o con su hermana, el Jamie incondicional, la niñez de la que emergen inevitables brotes verdes en cualquier momento, por desesperado que resulte, consiguen otorgar fuerza argumentativa a la narración.  

Es lo que tiene la incondicionalidad, trepa incontestable, como hiedra viva.

 

03/08/2015 19:37 Puri Novella Enlace permanente. sin tema Hay 1 comentario.

"AZUL TURQUESA"

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Agosto conserva el perfil de una promesa vacía.

Tiene la mirada azul turquesa, y hay colores que resumen el mundo.

Agosto se parece a todo lo que fuimos.

A lo que tuvimos.

No recuerda el pasado ni se asoma al futuro, presume de mala memoria con su presente alentador y largo, inequívoco y fácil.

Pero se termina, como todos los sueños imposibles.

Porque ni siquiera un nombre, un mes en el calendario, dura la vida entera, el ahora infinito.

Nos prometieron Agosto a pesar de todos los inviernos, y lo llenamos de atardeceres, de música, de girasoles y besos, en un desesperado intento de rozar la nobleza.

Luego ocurre que lo has gastado todo, bolsillos vacíos, ni siquiera la cruz de una moneda.  Llueve sobre la palma de la mano cuando es difícil pronunciar septiembre, ayer, gris perla...

Ningún otro mes tiene el poder de Agosto para habitar el recuerdo, estático, permanente como una fotografía desde la que llegan rumores, pupilas y viejas voces, sobrevalorado pero indemne.  Porque lo apostamos todo por él, jamás fuimos tan reales ni estuvimos tan vivos.

Es un tahúr, pero adoramos el encanto de los tramposos, su traje impecable, su elegancia al caminar y esa manera única de tomarnos por la cintura, sin mañana, sin despertar y sin conciencia.

Lástima que estemos hechos de piel, de huesos que se rompen y de melancolía, temporales con tendencia a la desilusión.

Él siempre vuelve con energías renovadas, hay cosas en la vida que nunca cambian, Agosto es joven y sabe con quién debe jugar sus cartas.

Mientras tanto, transitamos de puntillas sobre sus cenizas apagadas.

11/08/2015 12:15 Puri Novella Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.


LA MEMORIA ES UN REFUGIO SEGURO

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El tiempo nos ha vaciado de fulgor.

Pero la oscuridad

sigue poblada de luciérnagas.” (“Luciérnagas”-Gioconda Belli)

 

Se reencuentran siempre en la plaza dónde jugaban de niñas, ese lugar que entonces les parecía enorme y podía convertirse en una isla, en una cueva o en otro planeta, en lo que ellas quisieran, y que ahora, con el paso del tiempo, resulta gris, polvoriento y desapercibido.

Necesitan recuerdos comunes para evitar la angustia que provoca desconocer al contrario.

Natalia suele llegar antes de la hora convenida, se sienta en el banco acostumbrado, fuma un cigarro, se mira los pies, le gustan los zapatos caros.

Silvia corre, Silvia vive corriendo, mira el reloj de pulsera, tiene las mejillas encendidas, compara sus zapatos planos y castigados con los tacones altos de su amiga y siente una ligera punzada de vergüenza.

Después un abrazo sincero, el olor de ambas que no puede dejar de ser el olor de siempre, y que las transporta y las acerca, las define.

Natalia aparece dos veces al año por la ciudad que la vio nacer, cada vez menos tiempo, llama a dos o tres personas a las que quiere ver y se esfuma, experta en hacer maletas, la ropa bien combinada, los gestos medidos de quien quiso ser actriz y se quedó en maquilladora, una de las mejores, eso sí, su nombre sale al final de todos los rótulos de algunas películas.

Silvia regentó durante años su propio restaurante vegetariano, pequeño, acogedor, por temporadas no había manera de comer sin reserva, pero todo languidece, las modas pasan, los hijos nacen, dos demasiado seguidos, y Javier, que ni se queda ni se marcha definitivamente, la eterna historia. Ahora se gana la vida como pinche de cocina, escribe recetas en internet y quizás algún día, con toda la información que tiene recopilada, su propio libro.

Pero en realidad Silvia no quiere ganarse la vida, sólo desea vivirla.

Natalia apoya la cabeza en el hombro de su amiga mientras habla despacio, dosificando toda la información que quiere contar.

De pequeña tenía el pelo rizado y oscuro, algo enmarañado, ahora lo lleva muy corto, brillante, dejando al descubierto un cuello estrecho y tenso, a la intemperie.

Ambas planean su cuarenta cumpleaños, el año próximo, hablan de la crisis de la mitad de la vida, es un buen momento para achacarlo todo a cualquier crisis, hablan de cuando en el instituto pensaban que tener cuarenta años era casi como tener ochenta, todo el pescado vendido, toda la vida organizada, cada una en su sitio, el trofeo de los deseos cumplidos brillando en el recibidor, y cenas, y risas, un vestidor en el dormitorio, conocer Europa, no acarrear amores que lastimen... se ríen, qué remedio, es una risa breve, algo entumecida, que suena a cristales rotos.

Recuerdan a Mar, el tercer mosquetero, las tres amigas en múltiples fotografías, luciendo el hueco de los dientes caídos, los bañadores del verano, brillantes, húmedos, sin los pudores de la adolescencia que llegó después uniéndolas más si cabe, estudiando en casa de una o de otra, las tres con la letra parecida, con sus secretos de medianoche, complementarias, paralelas, afines.

Hasta que amanece un día que no es cómo los demás, un día con una grieta en la pared, y a través de la grieta una luz, y a través de la luz un ruido, el de las cosas que se desmoronan.

Se separaron los padres de Silvia, lo contaron amigablemente, como quien va a comprar el pan y se equivoca de tienda y de artículo, como si no pasara nada, como si el pan estuviese sobrevalorado y no tuviera importancia en la mesa.

Los padres de Silvia parecían llevarse mejor que los padres de nadie, eran la pareja de referencia en el mundo bien delimitado de las tres amigas.

Tenían entonces catorce años.

Silvia dice que tardó años en comprender qué había ocurrido, quizás cuando finalmente se divorciaron y su padre se volvió a casar, marchándose a vivir a la otra parte del país o del mundo, porque apenas han vuelto a encontrarse, aunque se escriban, para internet no hay distancias, y él le mande fotos de contornos difusos que le cuesta reconocer.

Se ríen y ahora la risa fluye un poco más, un poco más líquida y más libre.

Mar fue la primera en romper la promesa, olvidó la máxima de experimentar y vivir, y probar, y sentir, antes de emparejarse formalmente.

Mar siempre fue una chica formal.

Conoció a Hugo y se acabó el tiempo conjunto, prácticamente tenían que secuestrarla para compartir un café, un esmalte de uñas o una película.

Nunca les gustó Hugo, no lo suficiente, para una amiga íntima se desea lo mejor, si es que existe.

Era correcto, educado, cortés, les parecía ridículo que le abriese a Mar las puertas y las sillas, que le sugiriese como vestir y maquillarse.

Poco a poco la fue apartando de su entorno natural, le quitó el mapa, las coordenadas, el tiempo.

Estaba ciega.

Cuando Mar les comunicó que iban a casarse y ellas se quedaron congeladas como mimos tristes se enfadó muchísimo y a punto estuvo de elegir otras damas de honor, cuanto lloraron en aquella boda y no precisamente de alegría... Tenían veinte años.

Nunca se atrevió a hablarles de las palizas hasta la noche en la que le ayudaron a fugarse, con su barriga de cinco meses y tanta emoción contenida que todo resultaba torrencial y desbordante, herméticas, ciñeron bien sus coartadas, aguantaron la presión de los primeros meses y después tregua, silencio, nada es tan grave como parece.

Mar en su destino latinoamericano dio señales de vida durante un tiempo, parió un niño largo y dormilón, después nada, no han vuelto a verla.

Tenía los ojos grises, ribeteados en azul, absolutamente memorables.

Sopla un ligero viento en la plaza olvidada, un viento que revuelve la tierra y hace sonar las ramas viejas, atardece, pero no parece importarles.

Una vez que consiguen el paréntesis, detener ese vendaval llamado presente, lo que queda al otro lado se vacía sin fuerza.

Apareció Javier como un invitado inesperado, de esos que saben que han encontrado un lugar y no van a soltarlo fácilmente.

Javier bohemio, Javier de nadie, etéreo, simple y a la vez tan complicado, cerca y lejos, necesitando... y aunque Silvia conocía el diagnóstico, la palabra precisa, entró en la espiral, lanzó el sombrero al aire, metió la cabeza en el agua... cuando se apuesta no hay que contar las monedas ni ser previsible, todo al mismo hueco, al mismo número, todo o nada.

No puede decir que haya ganado ni perdido.

No puede culparlo.

Ella adora el sonido de sus llaves cuando abre la puerta y los niños corren por el pasillo y se le encaraman como si fuese un árbol. Adora su mirada fugitiva y la manera que tiene de cogerla por la cintura. Adora su ausencia de proyectos, de mañana, de minuto siguiente. No depende de él y no lo echa en falta aunque no sepa vivir sin necesitarlo.

Se ha acostumbrado a la incertidumbre, a la soledad y a los finales, uno tras otro, superpuestos como fases de luna.

Natalia se sintió arrinconada, contra las cuerdas de sus hermanos pequeños, de su beca, de la abuela con demencia que le quitaba la ropa y le contaba cosas de cuando la guerra, el refugio seguro de las amigas había volado por los aires, todo era demasiado real y constante, una letanía monocorde, tétrica.

Pegó un volantazo, decidió como quien posa un dedo a ciegas sobre cualquier lugar del globo terráqueo.

La acusaron de abandonar a la familia cuando más la necesitaba.

Se acordó de aquella frase de “Gilda”: “Si yo fuera un rancho me llamarían tierra de nadie”.

No se atrevió a despedirse de Silvia, le mandó una carta que aún conserva, no tenía ni idea de qué hacer con su vida, pero su instinto de supervivencia y la buena suerte hicieron el resto, viaja, cambia de casa, de amante, de color de labios, pero nadie la espera en ninguna estación, siquiera para llevarle los bultos, y a eso es imposible acostumbrarse.

Cuando viene explota su aureola de reina maga, reparte regalos, pasa por la que fue su casa, dice que todo está bien, deja dinero como por descuido, no hay preguntas, suenan campanas, no es de aquí, ni de ellos, el exilio no se lleva bien con las raíces...

Pero le gustan las habitaciones de hotel porque no se parecen a nadie, la gente sin pasado, los teléfonos que no suenan, los domingos blancos.

A veces se emplea toda una vida en desaparecer.

De repente el silencio.

En la plaza las dos amigas son estatuas de arena.

Silencio, el viento crece, más allá el pálpito de la urgencia no tardará en desbordarse.

Toman aliento y adoptan postura de mujeres nuevas, se peinan con los dedos, estiran sus vestidos, planean el cuarenta aniversario, visitar a Mar aunque ni siquiera la reconocerían en caso de cruzarse por la calle.

Saben que todas las palabras que están cayendo sobres sus pies como meteoritos son pompas de jabón que no dejarán huella, siquiera el cerco del agua. Contenido de sal para no resbalar en la nieve, pero las estaciones se suceden y nadie recuerda el invierno cuando deslumbra el sol.

Es posible que vuelvan a encontrarse en la plaza, pasados unos meses, la vida dándose la vuelta como gato panza arriba.

Es posible.

O no.

La gente se cansa, evita mirar hacia atrás cuando no le compensa, resultar demasiado evidente ante los ojos de quien fue su testigo.

Nadie sabe.

Y ni siquiera la intuición garantiza el futuro.

Echan a andar en dirección contraria, transcurridos unos metros se detienen a la vez buscándose en medio de la oscuridad que comienza a cerrarse, levantan la mano, ríen por la coincidencia, vuelven a caminar y en un gesto instintivo se palpan el bolsillo.

Ahí está, como siempre, el papel doblado con todo lo que necesitan decirse, ese que introducen en silencio en el cuerpo y la vida de la otra, cuando se despiden y el abrazo sincero transmite valentía.

Nada puede competir con lo cotidiano, pero todas las guerras tuvieron sus pasadizos secretos, una luz en una ventana, alguien esperando al otro lado del mar.

La memoria es un refugio seguro.

16/08/2015 10:39 Puri Novella Enlace permanente. sin tema Hay 3 comentarios.

"TOCARNOS LA CARA"

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Esta es la segunda novela de Belén Gopegui (Madrid,1963), después de "La escala de los mapas" y antes de "La conquista del aire", data de 1995, así que acaba de cumplir veinte años.  Quienes sabéis de mis pasiones literarias conocéis mi debilidad por la escritora, de la que ya he hablado y escrito en múltiples ocasiones y poco más puedo añadir. Esta era mi asignatura pendiente, la novela que se queda entre paréntesis para una ocasión mejor, como ella merece, una ocasión de esas en las que se invierte todo, dedicación plena y exclusiva a la forma, al fondo, al mensaje social y la reivindicación siempre presentes en la narrativa de la madrileña.

Después de haber leído todo lo que ha publicado y hasta las entrevistas que le han hecho me quedaba ese eslabón pendiente, la historia de un grupo de teatro alternativo que quiere hacer mucho más que interpretar, que busca un significado único, un proyecto en común, dirigido por un lider caótico y perdido a partir del cual todos se construyen.

"Hay, sin embargo, un día en el que todo da comienzo. No me refiero a las presentaciones, ni a los cuerpos, sino a ese momento, a partir del cual algunas personas empiezan a contar en nuestra propia vida."

Sandra es nuestra guía dentro de la historia, la narradora, su teoría sobre las personas "vacantes" nos devuelve al Universo de la autora y su propuesta entre líneas por tratar de reconocernos fuera de la zona de confort, vulnerables, primarios, solos.

"El azar, decía Simón cuando analizábamos la tragedia griega, se distingue del destino porque borra la culpa, el azar es inocente. En la tragedia sólo hay destino. Pero en la vida no. En la vida hay azar y hay destino, el azar nos gobierna y el destino es nuestra responsabilidad."

Las novelas de Gopegui no son comparables entre ellas, si bien responden a su estilo, a su modo absolutamente impecable y particular de contar las cosas, no tienen espacios comunes ni vienen hiladas, son siempre sorprendentes, al margen de cualquier historia redonda, con nudo y desenlace y final feliz, o no. Lo contrario de la sencillez es Belén Gopegui, su narrativa no facilita el camino, abre puertas y las cierra de golpe, pide una posición, una mano alzada, las cartas sobre la mesa. Nunca se termina de leerla y comprender el tejido de sus novelas, los mimbres, el horizonte, resulta complicado, pero atrae irremediablemente, hay algo en todo lo que cuenta, algo sumergido, implícito, que nos sacude por dentro.

En "Tocarnos la cara" la autora resulta más ella que nunca, lo subjetivo se multiplica, seres poliédricos o muy simples al parecer, detalles nimios que cobran enorme vida, el amor como un juego perverso, desmitificado, desnudo, el interés de las relaciones y las relaciones interesadas, todo acoplado a un proyecto en el que habita la intimidad y el miedo.

"Yo estaba a punto, quizá, de empezar a vivir sin los misterios, pero sólo a punto. Es cierto que nunca me interesó la esperanza, no pertenezco al grupo de los que viven con prudencia pues aún esperan del mundo una reparación y quieren estar en forma cuando llegue."

Dejar de tener pendiente la lectura de este libro me alivia, el círculo de las grandísimas composiciones de Gopegui se cierra, siempre con el rumor de lo disconforme. Hasta quedarse quieto es una forma de hacer algo.

26/08/2015 20:34 Puri Novella Enlace permanente. sin tema No hay comentarios. Comentar.

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